Tras las huellas del conde Drácula: llueve en Transilvania

Pontevedra
04 de febrero 2023

Llueve en Transilvania. Es una lluvia fina y persistente, casi imperceptible, pero que cala hasta los huesos. No hace frío, y es raro, en un lugar montañoso en las proximidades de Brasov donde el bosque tiñe de oscuro el verde de los campos cubriendo todo con un manto de misterio

Tras las huellas del conde Drácula: llueve en Transilvania
Tras las huellas del conde Drácula: llueve en Transilvania / Marga Díaz

Llueve en Transilvania. Es una lluvia fina y persistente, casi imperceptible, pero que cala hasta los huesos. No hace frío, y es raro, en un lugar montañoso en las proximidades de Brasov donde el bosque tiñe de oscuro el verde de los campos cubriendo todo con un manto de misterio. No, no hace frío, aunque la niebla es tan pegajosa que humedece las entrañas. Una niebla que se cuela entre los árboles y trepa por los muros de la antigua iglesia hasta penetrar en el cementerio de lápidas descuidadas entre musgo y óxido. No es fácil evitar estremecerse recordando que cerca de este extraño lugar, en la ciudad de Brasov, el temible Vlad Tepes asesinó de la manera más cruel a centenares de enemigos.

Pero vayamos por partes, el viaje comienza acinco horas escasas de Bucarest, donde una pequeña ciudad de Transilvania marca el comienzo de una historia terrible, una leyenda a caballo entre el mito y la realidad: la historia del Conde Drácula.

En el año 1431 nace en la ciudad de Sighisoara el Príncipe Vlad. De familia noble, hijo de Vlad II gobernador de Valaquia, perteneciente a la Orden Militar Draculea (Orden del Drágón), su infancia se desarrolló en una época convulsa, en un ambiente de luchas y derramamiento de sangre. Tal vez ese fuera el germen del ansia de poder y venganza de Vlad Draculea y de su crueldad en el campo de batalla.

Atraídos por el mito de Vlad Tepes, llegamos a Sighisoara una mañana soleada, dejando así atrás la idea de esa Rumanía oscura de los libros de terror y de la imborrable novela de Bram Stoker.

Paseando por la ciudadela nos reencontramos con el auténtico príncipe Vlad y con la historia de una ciudad de corte defensivo que se desenvuelve entre murallas y torreones.

Junto a la Piata Muzeului el amarillo albero de la casa natal de Vlad luce entre caretas y pelucas de aspecto tétrico. Alguien se dirige a nosotras en un extraño lenguaje, entre español y rumano, invitándonos a subir al desván: "arriesgaos, os esperan dentro… ". Aunque la antigua casa de los Dracul es ahora un restaurante con una tienda de recuerdos terroríficos, en el piso de arriba languidece un lúgubre ataúd con un personaje siniestro. Parece ser que todavía hay quien quiere dar un buen susto a los curiosos, cosas del turismo…

Pasado el trago, es más interesante perderse por la ciudadela y visitar la hermosa Torre del Reloj que preside la plaza con su deslumbrante tejadillo forrado de escamas de colores, sugiriendo que el tiempo no transcurre por la ciudad del NO-muerto, al igual que ocurría siglo tras siglo con el temible príncipe.

Cuando calienta el sol del mediodía, se puede comer relajadamente en alguna terraza con vistas a la bonita Piata Cetatii. En el mesón una "camarera” un tanto especial muestra la carta con una mueca de horror en su rostro desfigurado. El intento puede valer, aunque casi da más miedo perderse buceando en la "Ciorbă de Fasole”, la sopa envuelta en un recipiente gigante de pan que parece no tener fin, uno de los platos típicos de la rica gastronomía rumana. Después, un café bien negro y a seguir husmeando entre los rincones de Sighisoara, descubriendo pequeños locales llenos de encanto, algunos situados en sótanos, otros incluso en viejos túneles, donde se exhibe loza, trajes regionales y algún que otro recuerdo vampírico.

Sighisoara fue fundada por los Sajones en el siglo XII y todavía conserva su encanto medieval entre callejuelas empedradas y casas de colores. En la ciudadela hay muchas referencias a los gremios de artesanos que tuvieron gran importancia en la época dorada del comercio de la región: zapateros, herreros, sastres, carniceros… todos ellos dieron nombre a las distintas torres que cada gremio pagaba para la defensa y custodia de la ciudad medieval. Desde algún mirador se observan despuntando en la bonita imagen del pueblo entre tejadillos y callejuelas.

Caminando sin rumbo nos encontramos con la Escalera de los Estudiantes, un lugar emblemático que nos acerca a la parte alta de la ciudadela. Cubierta con una estructura de madera, la escalera del siglo XVII forma un túnel que atravesaban los estudiantes para acceder a la antigua escuela.

Entre pasadizos seguimos buscando ese halo misterioso que creemos que envuelve a la ciudad, pero de día es difícil, ya que los tonos de las fachadas sugieren más estar transitando por un cuento de hadas. Y es que Sighisoara, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1.999, es una de las ciudades medievales fortificadas mejor conservadas de Rumanía, además de ser de las más bonitas del país y casi podría decirse que de toda Europa. Los muros de las casas tradicionales repletas de flores, se dejan entrever entre geranios y rosales, pintados en multitud de colores: verde, rosa, azul, amarillo, así que el miedo a su ilustre habitante solo puede atenazarnos cuando cae la noche.

Un poco apartado del bullicio, en el viejo camposanto Sajón el atardecer sí resulta misterioso, como de novela gótica. Las cruces desordenadas cubiertas de telarañas sugieren el olvido de sus habitantes, como si aguardaran sin prisas el paso del tiempo implacable, recordando a los lúgubres personajes de algún relato de Poe o de un cuento de terror romántico de Lord Byron. Esa decadencia tan propia de los cementerios de Transilvania tiene su encanto y por eso a lo largo de nuestra aventura nos acercamos varias veces a estos lugares donde es fácil confundir el mito y la realidad.

Así, cuando amenaza caer la noche, después de conocer la cuna del personaje más sanguinario de la novela de terror, seguimos ruta hacia la "Ciudad de los mil ojos”, atraídas por la fascinación que nos produce entre el romanticismo y el miedo, el adentrarnos más en la verdadera historia de Drácula.

 

Marga Díaz

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