Antón Cruces
La noche de reyes
Al principio pensé que era de nuevo el granizo.
El primer ruido me sorprendió hacia las 4:30 de la madrugada; era un sonido extraño, hueco y rítmico, que hizo que mi párpado derecho se levantase, desvelado y cabreado, en busca de respuestas. El golpeteo se iba acercando a mi posición, creciendo de intensidad; definitivamente aquello no era granizo. Un estrépito en la cocina hizo que me levantase, acojonado, para comprobar qué diantres ocurría por aquella zona de la casa.
Recorría descalzo y a oscuras el pasillo de casa sin hacer ruido, sigiloso como un político corrupto, cuando comencé a escuchar un murmullo; una suerte de conversación que me llegaba desde el otro lado de la puerta de la cocina. A medida que me acercaba al pomo de la puerta; la charla se iba tornando más y más nítida así que me paré a escuchar no sin antes marcar el 091 en mi teléfono.
Pude distinguir al menos tres voces y me sorprendí espiando la escena cual voyeur por una rendija de la puerta; lo que vi me sorprendió y aún hoy (cuatro días después) me sigue pareciendo increíble. Tres señores de avanzada edad, claramente trastornados, se daban cita y departían alrededor de la mesa.
¡No puedo con las pelotas Gas! dijo uno de los hombres que dejó caer su cabeza entre sus brazos, cruzados sobre la mesa, en un claro signo de cansancio.
Tranquilo Mel, a ver que nos han dejado por aquí para recargar fuerzas. Hacemos un descansito y seguimos, que aún nos queda chollo le respondió su compañero que a todas luces sufría alguna tipo de enfermedad mental.
Mi teléfono interrumpió la escena y me delató:
Policía, ¿en qué puedo ayudarle?
Los tres ancianos miraron sorprendidos hacia la puerta. El más grande, el de color, la abrió de golpe y me encontró con el móvil en la mano y una mirada de clemencia en el rostro. Me llevé el teléfono a la oreja y me quedé en silencio: ¿qué podía decir? El hombre me miraba con una expresión divertida en la cara, retándome a qué les delatase, pero simplemente me disculpé con la operadora y colgué.
Durante unos segundos nos quedamos todos en silencio, mirándonos unos a otros sin saber qué decir o cómo actuar, como púgiles desorientados en un cuadrilátero. El tal Gas me miraba de arriba abajo con detenimiento y no pudo ocultar una sonrisa al ver que, como siempre a estas horas, llevaba puesto solo un calcetín.
Veo que sigues perdiendo un calcetín mientras duermes dijo el hombre de la barba blanca.
Y has engordado apostilló el pelirrojo.
¿Sois los? pregunté.
Baltasar, hombre de pocas palabras, asintió con la cabeza.
¿Y qué coño hacéis en mi cocina?
¡No digas tacos, hombre!
¡Oiga amigo, no me dé lecciones que acabo de escuchar como usted acaba de decirle a ese de ahí que "no podía con las pelotas"!
"Ese" de ahí es Melchor y las pelotas a las que me refería son esas de ahí me aclaró el hombre mientras señalaba una gran saca de tela marrón de la que asomaban tres o cuatro balones de fútbol y baloncesto.
Me sentí avergonzado al instante y les pedí perdón por mi vocabulario.
Tranquilo Antón exclamó Melchor si te hace sentir mejor, en realidad estamos hasta los huevos.
¡Melchor! le reprendió Gaspar, ofendido por el lenguaje de su compañero.
¿¡Qué!? ¿Acaso no es verdad? Vamos mayores Gas, antes tardábamos diez minutos en llegar de Poio y ahora mira. Son ya las cuatro y media y aún no hemos llegado a la mitad de la ruta.
Baltasar asintió con gesto grave y Gaspar se quedó callado; sabía que su amigo tenía razón.
¿Os puedo ofrecer algo de comer?
Claro hijo, te lo agradeceríamos de corazón dijo Melchor.
¿Lo de siempre? ¿Una jarra de leche y algo de fruta o turrón?
¿Tienes nachos? Estamos un poquito hartos de la leche, los higos y todo eso
Nachos marchando, sin problema.
Cinco minutos después estaba sentado con ellos charlando alrededor de un buen plato de nachos del Mercadona.
¿Cómo te va Antón?
Bueno no me quejo la verdad, a ver si me quejo, pero no delante de vosotros. No hay mucho curro; está jodida la cosa, la verdad.
Baltasar me mete tal colleja al escuchar esa palabra que los nachos que tengo en la boca salen despedidos y acaban desperdigados por el mantel.
Fastidiada me corrijo la cosa está fastidiada.
Baltasar sonríe, complacido por el cambio de terminología.
Me disculpo y continuamos charlando.
¿Y vosotros qué tal?
Cansados responde Gaspar muy cansados. La magia agota y cada vez necesitamos más pajes para hacer el trabajo sucio, de hecho son ellos los que reparten el 80% de los regalos.
¿Son como becarios?
Sí. Más o menos. A veces dejan un regalo en la casa equivocada, pero nada grave.
¿Pero, los tendréis asegurados no?
¿¡Estás de broma!? exclama un exaltado Melchor ¿Tú sabes lo que hay que pagar de seguridad social por currar un domingo y además festivo? De asegurar nada, que repartan que así van adquiriendo experiencia. Piensa que pueden acabar trabajando en Correos o en MRW.
Ya respondovisto así. ¿Les hacéis un favor, no?
Claaaaro.
Gaspar apoya sus manos sobre los muslos y no sin cierto esfuerzo logra levantarse.
Es hora de partir Antón; gracias por tu hospitalidad.
De nada, a vosotros.
Baltasar me pone una de sus enormes manos en el hombro y aprieta. Se le ve cariñoso.
Si he de ser sincero, os veo un poco cascados. ¿No habéis pensado en abdicar?
Los tres magos intercambian miradas y se echan a reír a mandíbula batiente, tanto que les tengo que pedir que bajen el volumen de sus carcajadas.
¡No podemos abdicar, somos los últimos de nuestra estirpe! me aclara Gaspar mientras se seca las lágrimas con su túnica.
Y al carallo, aquí no abdica ni Cristo, pienso yo, pero no digo nada.
Poco después me asomo a la ventana y observo como se alejan montados en sus camellos. Abro la ventana de la galería que da a la calle y les llamó intentando no levantar mucho la voz.
¡Eh...! Este año me gustaría conseguir un trabajo.
Los ancianos detienen sus camellos durante un segundo y Melchor se acaricia meditabundo la barbilla, como sopesando la petición. Tras unos segundos el rey mago me pregunta:
¿Pagado?
¡Coño, claro!
Los reyes estallan de nuevo en carcajadas mientras niegan con la cabeza.
¡Siempre fuiste un cachondo Cruces! me grita Melchor desde su camello.
Me acuesto de nuevo, pero no consigo conciliar el sueño; una pregunta absurda ronda mi cabeza: ¿es una conversación con los Reyes Magos una conversación "real"? No lo sé.
¡Salud hermanos!
* Podes ler outros artigos de Antón Cruces en: Cartas a 1985