Kabalcanty
Una tormenta para cortar un cuchillo (Primera parte)
Después de cenar, esperaron los tres a que Rogelio volviera con lo que él mismo calificó como "la guinda de la velada". Hablaban de cosas banales, en concreto de lo alocada que estaba la primavera con tanta lluvia, del granizo caído el fin de semana anterior en un pueblo del sur de la región, del frío y del calor que alternaba en los días a su antojo; hablaban sin pensar, dejando caer las palabras sobre el mantel como si la gravedad les afectara.
Llegó Rogelio sonriente, ágil y torneado dentro de su traje gris de Hugo Boss, con las manos atrás escondiendo algo.
— Roger Groult Doyen d´Âge, -enunció en un afectado francés, mostrando una botella con un licor ambarino- el mejor Calvados que se puede tomar en la Tierra, amigos.
Hubo una exclamación tras la cual Elisa, la esposa de Rogelio, acercó una bandeja con unas copas anchas con un labrado meticuloso en la base.
— Cuidado con este aguardiente de sidra que tiene 41 grados -aseguró Rogelio, abriendo con esmerada delicadeza la botella.
— Me encanta la tentación -dijo medio riendo Soraya, mostrando su perfecta dentadura deslumbrante- ¡En la chispa está la felicidad verdadera!
— Pero cuidadín que conduces tú el coche, cariño -añadió Borja, acercándose al lóbulo de la oreja de ella.
Bebieron mientras la noche se volvía tormentosa en el exterior. Los cristales de las ventanas, aquellos que daban a la extensa pradera que engalanaba la piscina, se llenaron de gotitas inquietas escurriendo hasta el alféizar de mármol. Se escuchaba algún trueno lejano que quedaba oculto por la viva conversación de los cuatro.
— .... Eso comentamos nosotros con Javier, el de Recursos Humanos, que los salarios han de moderarse en virtud de la baja producción. -decía Soraya, iluminados sus pómulos con unas rosetas.
— La crisis debió enseñar a la clase media lo importante que es la moderación -argumentó Rogelio volviendo a llenar las copas.- Pero creo que no lo hizo.
— ¿También vuestra empresa tiene problemas con las demandas salariales? -preguntó Borja, escudriñando a la pareja de anfitriones.
— ¡Claro, querido! -exclamó Elisa, sacudiendo su melena mechada- ¿Y sabéis cual es el problema? Que todos queremos tener un Audi, un Porche, irnos un fin de semana para cenar en el teleférico de Lucerna o, incluso, disfrutar unas vacaciones en la India a bordo del Maharaja Express. Un despropósito.
— Además -puntualizó Borja, mostrando al filo de la bocamanga de su chaqueta la etiqueta Enzo D´Orsi- les faltaría formación académica para saber estar en esas situaciones.
— Se dice "clase", estimado Borja -dijo sonriendo Rogelio, echándose hacia atrás el mechón de cabello que solía caerle por la frente.
Todos rieron asintiendo, llevándose la copa de licor amarillento, de nuevo, a los labios.
La tormenta arreciaba: bolas como pelotas de golf sembraban el alrededor de la piscina de huevos saltarines o penetraban las aguas cloradas como misiles. El canalón que recogía las aguas de la techumbre de pizarra de la mansión se desbordaba escupiendo sus aguas sobre unas petunias casi descabezadas.
Los cuatro, sentados ahora en los sofás de cuero argentino en torno a la mesa de madera danesa lacada, seguían charlando animadamente. Una segunda botella de Calvados, en el centro de la mesa, aparecida mediada y sin tapón.
— .... ¿De veras te sientes achispada, Elisa? -dijo Rogelio, observando con mofa a su cónyuge.
Ella se encogió de hombros abúlica.
— Pues....., -se adelantó Soraya- ¿sabéis lo que hacía Loren, un compañero de universidad, para saber verdaderamente si se estaba piripi?
Los tres la miraron expectantes y un tanto burlones.
— ¿Dónde tenéis un cuchillo? -preguntó ella.
— Soraya ¿no terminará la velada con una escena gore? -dijo Rogelio, yendo a la cocina.
Rieron.
— Nunca falla -añadió Soraya- Además es un juego.........inquietante........temeroso, incluso.......chispeante.
Soraya se trabucaba en las palabras y terminaba riendo con la complicidad de la otra mujer en la reunión.
— Creo que no podrás conducir........... ni yo tampoco; el Calvados es tumbativo al final, carajo. -dijo Borja, pasándose varias veces la mano por encima de la cejas.
Rogelio, en la cocina, buscaba un cuchillo en los amplios cajones de madera de nogal pensando en que, tal vez, no tenían que haber dado la noche libre a Luisa, la sirvienta. Cerró un par de veces los ojos al tiempo que se sujetaba en el borde de la encimera. Si se dio cuenta del charco de agua que se agrandaba delante del refrigerador, no le dio importancia y prosiguió con su cometido. Si que miró un par de veces el charco cuando chapoteó con sus zapatos de Louis Vuitton, sin embargo consideró más apremiante el objeto que solicitaba Soraya que el agua de lluvia que se colaba en la cocina goteando, cada vez más incesantemente, desde el techo de escayola.
— ¡Joder! -exclamó, llevándose el dedo a la boca, cuando la punta de un cuchillo sorprendió su inspección.
Un ligero corte enrojecía la yema de uno de sus dedos índices. Cogió una porción de papel de cocina y se apretó la herida.
— ¡Vaya, apareció el desaparecido! -gritó eufórica Elisa cuando vio a su marido aparecer con el cuchillo.- ¿Qué te pasó, amor?
Rogelio dejó el cuchillo en la mesa para empapar de nuevo la herida con el papel.
— Nada importante........-dijo, sintiendo un ligero vahído que le obligó a dejarse caer sobre el sillón- Un cortecito sin más.
— Además veo que andas algo beodo tú también.- dijo Soraya incontenible.
Todos estallaron en una estrepitosa carcajada.