Manuel Pérez Lourido
Kiev cuando llueve
Nada más lograr las tropas madridistas la decimotercera champions, dos de sus oficiales corrieron hacia los micrófonos para desertar en vivo y en directo. Uno con profusión de gestos y cucamonas (se apartó de la celebración de sus compañeros) y otro con mayor flema. Cristiano y Bale anunciaron su propósito de dejar el equipo con el que siempre habían soñado jugar de pequeños, aunque ambos dejan entrever motivos dispares. Uno es por pasta y el otro por pisto (porque quieren más). Esto ha sido la verdadera noticia de lo ocurrido en Kiev. No que el Madrid se impusiera a un equipo inferior, tras haber dejado Ramos KO a la máxima estrella rival con una llave de judo. Y la colaboración del portero rival tras dos intervenciones que sería benevolente calificar de inauditas.
El sábado pasado llovió el Real Madrid sobre Kiev. No fue mucho, apenas una lluvia de primavera, pero para cuando escampó Bale había marcado dos goles de esos que hacen que un delantero se pregunte por qué le abrazan sus compañeros, tal es la sorpresa. Antes Belcebú le guiñó un ojo a Benzemá y los dos al portero del Liverpool que, aturdido, lanzó con la mano hacia la bota del francés. El balón aún caminaba hacia la línea de meta y Karim ya corría a celebrarlo con el banderín de corner.
El Madrid lleva unos años siendo un tormenta en vez de un equipo. Vive de estallidos que sacuden la calma de un fútbol desaborío como el mecanismo de un metrónomo, el mejor símil para explicar lo que hacen Kroos y Modric sobre el césped. Las sacudidas de sus delanteros, sumadas a la electricidad de Marcelo, Lucas Vázquez y la inspiración de Isco y Asensio, han generado un fenómeno climatológico que lleva tres años consecutivos acudiendo a la cita europea entre truenos y relámpagos. ¿Hemos dicho algo del pararrayos puertorriqueño? Pues eso.
Por el camino esta temporada han caído electrocutados Neymar, Robben y toda la Juventus, que fue eliminada tras un penalty clarísimo de esos que nadie se explica aún cómo lo pitaron.
Es el Madrid un equipo del que no se sabe muy bien qué esperar, salvo que gane la Champions. Sea que deserte de la liga porque sus futbolistas no están para caralladas menores en un año de mundial o que vaya a por ella para que no se aburra la tropa de lujo que tiene en el banquillo, el Madrid afronta la máxima competición europea con una especial codicia. Sus rivales desconfían de una escuadra egoísta e indisciplinada que suele compactarse en el tramo final de la competición y cuyo único plan es lograr que la confrontación se desordene para que estalle la tempestad.
Ahora queda sentarse a esperar a que se sienten a negociar, o no, el presidente y los descontentos. Pero, como ya dijo aquel nada más oir de la rebelión: el equipo (o lo que sea) es lo primero.