Manuel Pérez Lourido
Plátano, Baloo
Comerse un plátano es una cosa y hacerlo todos los días es otra muy distinta. Conviene aclararlo cuando vas a escribir sobre la ingesta de plátanos, un tema como otro cualquiera. Es decir, es natural probar un plátano de vez en cuando, dejemos lo de banana. Llamar a un plátano banana es una forma de esnobismo de lo más cutre, es una forma de equivocarse sin querer, un rastro de inelegancia o de descuido. Uno puede probar un plátano de vez en cuando y eso está muy bien. Se paladea la fruta despacio, esa textura gomosa, blanda y llena de un sabor que parece llegarte como un ruido con sordina, afectando sin exhibicionismo a las papilas gustativas. Uno se acuerda del primer encuentro con los yogures de plátano, de los chicles de plátano, del pan con plátano de la infancia. Parece obvio pero no hay nada obvio en la ingesta de plátanos. El potasio y todo eso. La leyenda de las propiedades de las pieles del interior del plátano una vez secas. Una cosa es tomar plátano de vez en cuando y otra tomarlo todos los días. Esto resulta casi imposible. Su sabor se agarra a los pliegues del sistema límbico y ya no te suelta. Al quinto día tiras de la piel como si estuvieses tirando de la anilla de una bomba de mano. El plátano te sabe a plátano ya mientras lo pelas. Tu estómago firma una reclamación urgente, solicita un visado para exiliarse. No importa que lo mastiques despacio, con indiferencia, atento a cualquier cosa que ocurra alrededor. Tienes la certeza de que será el último día, de que no volverás a probar el plátano mañana. Ni tampoco pasado.
La ingesta de plátano solo es vencida por sí misma. Es algo así como lo que cantaba Rocío Jurado de se le había roto el amor de tanto usarlo. Una frase que siempre me pareció imbatible para vender condones. Pues el plátano también. O sea, que lo terminarás aborreciendo de tanto saborearlo. Había otra canción, de un tal Michael Chacón, que repetía machaconamente que "el único fruto del amor es la banana, es la banana, es la banana". Usted y yo sabemos en qué pensaba Michael Chacón cuando proclamaba tan profundo pensamiento. O creemos saberlo, porque la gente es muy rara. No vamos ahora a negar las connotaciones eróticas del plátano porque no se puede negar lo que afirma la naturaleza y ratifica el sentido común. Pero las ignoraremos. A la hora de ponerse a comer un plátano, es lo mejor que se puede hacer. Es casi imprescindible hacerlo. Nadie puede ponerse a comer un plátano con la mente sucia. Es... sucio. Además de una degradación inadmisible, una especie de "cosificación" del plátano y sus propiedades alimenticias.
En fin, que esta bello fruto ha de ser tratado como se merece. No debemos ignorarlo ni caer en una adicción que nos lleve a aborrecerlo. Avisados estamos.