Bernardo Sartier
El virus del Évole
El domingo en La Sexta volvió el virus del Évole. Jordi empezó peloteando con Feijóo y Feijóo se confió. Évole le ganó el punto, el set y el partido. Évole es el mejor entrevistador de España y también un demagogo excelso, un orfebre del sofisma progre que te cuela la ilusión de una verdad donde no hay más que ardid envuelto en mentirijilla. Por ejemplo. Évole suelta cuerda a la cometa de la carga policial el día del referéndum en Cataluña sabiendo que quien quebrantó la ley no fue el antisdisturbios que utilizó la fuerza, sino quien con otra fuerza, esta ilegal, obstaculizaba la labor policial de impedir un acto proscrito.
Feijóo cayó en la trampa del virus Évole: parecía disculparse porque la policía hiciese su trabajo. Y así toda la entrevista. Jordi al ataque, Alberto a la defensiva. Feijóo con la guardia baja y Évole atizándole hasta que, casi viéndole noqueado, recordamos al boxeador paquete a quien su antagonista propina una paliza inolvidable. La interviú fue una metáfora del protector dental volando por el ring de una hostia. ¿Y por qué? ¿Por qué un político hábil inerme frente el virus Évole? Soroche. Mal de altura. Cuando se tiene la confianza de tantos gallegos tanto tiempo resulta inevitable reputar tus fortificaciones inexpugnables. Caer en la autocomplacencia. Y así empezó Feijóo, ubicado en la creencia, seguramente cierta, de que representa la cara menos facha del PP.
Soñó una entrevista de amiguetes y le salió el tiro por la culata. No es que diese sensación de cansancio, que la dio, sino de aburrimiento, que es un estado de ánimo incompatible con la actividad política. Porque el político, como la actriz de teatro a la que le resulta imposible fumarse una representación por muy indispuesta que esté, no puede desnudar su cansancio. También dejó traslucir -Feijóo había sido hasta el domingo cautísimo con sus veleidades sucesorias- que ese hastío autonómico empuja su vista un poco más abajo del Guadarrama. Nixon perdió contra Kennedy un combate que se presumía nulo por una mancha de sudor en su sobaco. Eso tiene la política. Un mal día y la jodiste.
La hiperestesia de Feijóo el domingo, su baja forma indisimulada puede costarle el paraíso monclovita y, lo que es peor, incluso el oasis gallego. A Feijóo le sobra capacidad, aroma tecnocrático y seguramente alabanzas. Cantos de sirena provenientes de quienes en Génova, cuando las cosas vienen mal dadas, se dedican al ojeo sucesorio. Exceso de confianza, le llaman. Titubeante, dubitativo, aparentando tranquilidad pero sin dejar de beber agua nerviosamente a Alberto se le iban atragantando las albóndigas amasadas con alfileres que le suministraba Évole. Un presidente autonómico en forma -o asesorado como dios manda- hubiera rehusado la entrevista con Jordi. Y no habría menoscabado su imagen como lo hizo. Porque no se puede ir a la guerra con tirachinas cuando sabes que el enemigo dispone de un blindado con el que te va a matar, que eso son las entrevistas con el Jordi, la crónica de una muerte anunciada del entrevistado.
Feijóo pudo prepararse mejor viendo la entrevista que Évole hizo a Rajoy, que mantuvo el tipo. Cuando las preguntas empezaron a empinarse, no recuerdo al hilo de qué, Rajoy, con esa frialdad indiferente tan suya que lo mismo le vale para dar el pésame a un amigo que para celebrar un triunfo electoral, miró a Évole y le repreguntó: "¿usted tiene una empresa, no Jordi?"; Jordi asintió y a partir de ahí suavizó el tono de sus cuestiones. Imaginemos de qué habrían informado a Rajoy los poceros del Estado para que el mejor entrevistador de España dijese a Rajoy antes de terminar "yo a usted también lo respeto mucho".
No se puede menospreciar al antagonista nunca. Incurso en el error de la entrevista, Feijóo debió salir a cara de perro. Pero para eso hay que leer la historia. Sobre todo la del partido. Fraga, por ejemplo. En la transición, cuando Manolo coqueteaba con ciertos sectores intelectuales se fue a comer a una restaurante con la redacción de Hermano Lobo. ¿Saben quién estaba allí? José Luis Coll, el compi de Tip. Cuando llegó el camarero para tomar la comanda, Coll, con ese humor tan suyo dijo "a mi tráigame, de primero, Ferrol del Codillo". Al oírlo, Fraga pegó una hostia en la mesa, se arrancó la servilleta del cuello y bramó "¡Ahí se quedan! ¡Los únicos chistes que no tolero son sobre mi madre y sobre el Caudillo!". Que no digo yo que Alberto tuviera que saltar al campo de Os Peares en modo Fraga jupiterino, ni siquiera pertrechado del hieratismo de Isabel Tocino, de la que Umbral decía que era un clon de Fraga pero con Tampax. Pero de eso a hacerlo inocentón, disforzado y casi amnésico va un gran trecho, justo el que separa la concentración y el sentido de la responsabilidad profesional del café con el amigo. O sea que, Alberto, más litio, que vigoriza y fortalece.