Kabalcanty
Sobrevivientes (32)
Explosionaron las cargas colocadas en los pilares y el Hospital Sur cayó como un coloso amputadas sus piernas. Dentro de la extensa área acordonada, una nube de polvo se abrió paso fuera de sus límites dando una ligera tonalidad blancuzca a la negrura del cielo. Las puntiagudas gotas de lluvia se insertaban en la bocanada polvorienta como dardos que parecían incrustarse dentro de la piel de aquel gigante desplomado. A lo lejos, delante del asentamiento militar, varias máquinas enormes esperaban la orden con su pala en alto.
El comandante Salinas recorría inquieto la línea militar con las manos cruzadas atrás y el cuello de su guerrera subido. En lo alto de su gorra de plato brillaban clavadas las gotas que terminaban humeando cuando se deshacían.
Hizo una seña urgente y el teniente acudió raudo.
— ¿Ha terminado la identificación de cadáveres? -preguntó nervioso, temblándole el labio inferior en un tic intermitente.
El teniente tragó saliva e hizo una especie de carraspera antes de contestar.
— Si.....si.....Son unos doscientos quince..... pero......pero no hemos identificado a Amedo, mi comandante.
Salinas dio una palmada y arrancó su deambular frenético en torno al teniente.
— ¿Cómo es posible? ¿Cómooooooo? -decía agitando sus manos cerca del cuerpo del otro- Montamos todo el operativo con el fin de destruir el mito Amedo en esta puñetera zona y me dice usted, teniente, que no está entre los muertos. ¡Joderrrrrrrrr! ¡¡Nos jugamos mucho, oficial, muchoooooooo!!
La última palabra dio la sensación de escupirla en el rostro del teniente; quieto, con sus ojos vivos desprendiendo iracundia y la visera de su gorra refregando el casco del otro.
— ¿Se da usted cuenta del alcance de lo que me comunica, teniente?
En ese instante sonó el tono de su teléfono móvil. Era su móvil privado con lo que no le cabía duda de quién podía ser.
— A la orden, mi general -dijo, dulcificando el tono de su voz- Sí, sí, estábamos cerrando cifras y comprobaciones y le iba a informar en unos minutos...... Sí........Sí....... Todo perfecto, mi general...... Por supuesto....... A la orden, mi general....... Se lo mandaré telemáticamente a su despacho...... Sí....... Deme unas horas para hacer el informe........ A la orden, mi general. Buenas tardes.
Salinas apretó la tecla para cerrar la llamada con tanto ímpetu que le teléfono rodó por el barro. El teniente se apresuró a recogerlo.
— Mandaré que lo limpien en........
— ¡Déjese de gilipolleces! ¡Traiga! -Salinas le arrebató el móvil y se lo metió en la guerrera sin más- ¿Sabe usted quién me acaba de llamar?
¡¡El general!! -su alarido hizo que varios soldados volvieran la cabeza hacia su lugar- El general Alonso pidiéndome explicaciones y el informe. ¡El puto informe!
El teniente, en posición de firmes, elevaba sus ojos al cielo carbonizado de la tarde y tan sólo movía la punta de algunos de sus dedos pegados a sus costados.
— Escúcheme bien lo que le voy a ordenar, escúcheme porque quiero resultados en las próximas horas. Ordene, a los más sagaces de sus hombres, a que encuentren a ese jodido doctorcito y me lo traigan aquí vivo o muerto. Cuente con la ayuda de la policía, de los Geos, de la Inteligencia o de quién coño le facilite la orden. ¡Quiero su cuerpo delante de mí antes de que caiga la noche! ¡¿Entendido, teniente?!
— A la orden, mi comandante -contestó y se marchó diligente hacia un pelotón de soldados que descansaba alrededor de un vehículo acorazado.
El comandante Salinas pateó un montoncito de barro que se encontró en su camino y salió disparado hacia la tienda de campaña de supervisión. Volvió a maldecir antes de entrar y escudriñando el cielo con reconcentrado odio. "Así se cayera el cielo, me cago en la puta madre que parió."
El sargento, el cabo y otros tres soldados se cuadraron cuando entró Salinas.
— ¿El capitán Llanos? -dijo el comandante con fiera determinación.
Uno de los soldados se desplazó veloz hacia al compartimiento de al lado. Pero no hizo falta porque la mole de casi dos metros del capitán ya estaba en el umbral.
— A la orden, mi comandante -dijo Llanos cuadrándose.
Salinas fue directo hacia él y le tomó del brazo para meterse en su compartimiento.
— Llanos necesito el informe de la bajas pero con una salvedad: quiero que incluya entre los muertos al doctor Fernando Amedo. Disponga de la base de datos que tenemos de ese individuo para hacer un convincente retrato de su fallecimiento, colateral al asalto del Hospital Sur para eliminar a la célula terrorista que lo tenía tomado. ¿Ok?
Llanos dudó unos instantes y se mojó los labios antes de hablar.
— Ese informe irá hasta el......Palacio del Puerto de Sierralta, mi comandante. Perdone, quiero decir que llegará hasta Él.
— Sí, el general Alonso se lo hará llegar, es lo apropiado, Llanos. Pero bajo mi responsabilidad haga ese informe...... Fernando Amedo, o lo que quede de él, estará aquí esta misma noche por lo que quiero adelantarme a las circunstancias. Además, es una orden, capitán. Salinas dio un giro marcial y se marchó a grandes zancadas fuera de la tienda.
En la lejanía, bajo la losa de betún de firmamento, la muchedumbre abigarrada oscilaba como un mar en calma ante la zona de seguridad militar del asentamiento. Refulgían empapados dentro de sus impermeables. Salinas los observó con detenimiento e hizo un gesto de repugnancia que elevo sus labios. Luego, caminando con la cabeza baja, fue a guarecerse bajo el toldillo extendido desde un vehículo acorazado. Cerró los ojos unos segundos y tomó una bocanada de aire que le arañó los pulmones.