Manuel Pérez Lourido
Instantes decisivos
Los instantes decisivos no son lo que parecen. Se presentan vestidos con ropa de camuflaje en la mayor parte de las ocasiones. Es como si te pasas meses y meses y meses arreglándote cada vez que sales y la noche que vas hecho un adefesio encuentras a tu media naranja. Conozco gente a la que le ha pasado. Otras veces las expectativas creadas dan lugar a un globo tan inflado que, al mínimo golpe de viento, se largan con él (las expectativas, el globo, la fortuna).
La vida está llena de instantes decisivos. Cada minuto aparece una razón para seguir viviendo, solo hay que estar atentos. El problema es ese, que no estamos atentos. O, mejor dicho, que dirigimos nuestra atención a nosotros mismos. Tal vez sea porque es lo que tenemos más a mano o porque hemos aprendido a ser egoístas, lo cierto es que solemos contemplar la vida exclusivamente desde nuestra perspectiva. Empatía es una palabra tan sobada como bonita pero que casa muy mal con nuestras respuestas más básicas.
El sentimiento de infelicidad es el veneno que ha construido la civilización actual. Nuestro sistema económico se nutre de decisiones de compra que no conseguimos aplazar porque necesitamos ser felices teniendo esto o aquello, viajando aquí y allá, comiendo y bebiendo lo que nos dicen que hay que comer y beber para ser dichosos. Una vez más, somos la medida de todas las cosas. La estructura funcional del mundo se conjuga en primera del singular.
Por ello todos, cuando hablamos de instantes decisivos, pensamos siempre en instantes decisivos para nosotros mismos. Muy poca gente ha conseguido vincular su existencia a la cooperación para la consecución de los logros ajenos, ha desviado la atención del ombligo propio para cuidar de las cicatrices ajenas.
Los instantes decisivos aparecen cuando nos damos cuenta de la verdad que hay tras las apariencias y, sobre todo, cuando nos sentimos retados a responder a esa verdad.