Bernardo Sartier
Chalo Adrio
Ahora que el Chicle de Diana Quer nos tenía mascando la estupidez humana, peor que la estupidez animal por que la estupidez humana es la más axiomática y profunda de las estupideces, va y se nos muere Chalo.
Que a ver. 98 años dan para mucho. Si me apuran hasta para una aceptación resignada de la muerte, ese silencio dormido pero elocuente en el que la voz del cadáver se erige por encima de sus imperfecciones. Supongo que Chalo tenía las mismas que cualquier otro ser humano, pero sus virtudes acorralaban sus defectos porque eran de una envergadura indisimulable.
Lo descubrí en un mitin. Se escuchaba el llanto neonato y estridente de los ochenta y yo aún creía en la política al ritmo que tocaba la bajada de codos sobre el derecho constitucional, una de mis disciplinas favoritas. Tarde de mitin y lluvia a mares, aquella. De cuando la lluvia era todavía una forma de rimar la vida. Esto de poetizar la existencia es, mayormente, aquello para lo que los pontevedreses hemos sido engendrados, que no es cuestión de reputarnos ahora adictos al andamio cuando lo único que tradicionalmente hemos bordado ha sido la cultura.
El pontevedrés es un señorito de las letras, un cuentarrentista del saber que descansa cambiando de actividad y pasando de la prosa a la lírica y del memorialismo y el documentalismo a la endogamia del elogio ególatra, a sí mismo, a sus plazas y a su historia. Incluso a Colón. Tiene eso lo pequeño, el ansia de crecimiento amplificando virtudes.
Ese mitin en que Chalo se me apareció como un mesías político fue en el Malvar, o sea el cine de la infancia. Aquel cine ferroviario en el que si uno aplicaba el oído en el retrete casi escuchaba el crujir de tripas de las locomotoras maniobrando su vida en la estación vieja. Así que en el cine, como si fuera un actor, Chalo actuó y puso a la gente en pie con una sola frase que casi recuerdo en su literalidad: "Nós, que somos humildes e traballadores viñemos a pé mollándonos e enchemos isto, mentras que a eles, aos fachas, os que teñen cartos alugáronlles autobuses para ir ao cine caro, e acábanme de dicir que está medio baleiro". Y la gente venga a quemarse las manos aplaudiendo. Ay aquel PSOE adolescente, lleno de vida y de sentido. Con aquella referencia comparativa, Chalo hablaba del mitin del al lado, del de Alianza Popular en el Gónviz, que era el cine lujoso y casi recién inaugurado porque abrió a principios de los 70.
Que nadie se asuste: fachas en boca de Chalo era apenas una pulla cariñosa. Nadie tenía más ni más profundos motivos que él para odiar a la derechona rancia y, simplemente, la recordaba. Yo, que no sé lo que es el perdón porque el perdón es una mantra judeo-cristiano que identifico con la renuncia a la venganza legítima, sí intuyo lo que significaba en Chalo: el allanamiento de la ira o, si lo prefieren, un desistimiento a infligir daño legítimo al agresor injusto. En aquel mitin lo único que hizo fue enardecer a los suyos. Y cómo. Si no recuerdo mal allí estaba de telonero de Chalo Tierno Galván.
Tierno gustaba de los espirituosos y de posar al lado de Susana Estrada con su teta libertaria y republicana al aire; en ella, en la teta, un pezón castaño y erecto apuntaba hacia la libertad que aún había que alcanzar porque éramos párvulos democráticos y Europa nos veía con las gafas deformantes de la maleta de cartón y del vente a Alemania, Pepe. El pezón de Susana era el pezón de aquella España ilusionada porque, ya lo dije en alguna ocasión, la democracia no la trajeron solamente el Rey, Suárez, Carrillo o Fraga domesticando a los jabalíes que aun vestían camisa azul, sino también las actrices del destape con aquella revolución de los coños que puso a la Iglesia en su sitio, es decir, dejando de mangonear las cosas terrenales.
En aquel mitin, incluso Tierno se hizo pequeño en la oratoria de Chalo. Cierto que Tierno murió al poco y a lo mejor ya venía de vuelta del viaje de la vida. O sea que yo vi a los grandes. A Felipe, a Tierno, a Fraga. Pero solo me impresionaron dos: Suárez y Chalo. Suárez por la extrema delgadez de su físico y de su voz, porque la voz de Suárez era un hilo grueso, una especie de Canon de Pachelbel que encantaba a las serpientes, o sea a Girón de Velasco y al resto del búnker. Solo esa voz podía legalizar el partido comunista, tanto como conceder hoy la independencia a Cataluña.
El secreto de Suárez residía, pues, en su tono y en la forma de llevar la americana, aquel día que lo vi, azul marino sobre polo verde. Luego de él, jamás la elegancia ha salido a mi encuentro para abofetearme tan rotundamente. Suárez era un físico enteco pero recio en el que se revelaba el labriego abulense curtido por el relente de Cebreros. Chalo, en cambio, me impresionó por su oratoria: era un orador frentista que apelaba a los sentimientos y que había renunciado a la violencia legítima para cobrarse deudas. O sea que quedaba el tono pero se había evaporado la venganza, la renuncia al odio porque sabía, Chalo, que el odio empodrece a quien lo cultiva. Primeros espadas, aquellos.
Primeros espadas antes de que la política quedase resumida, a partir de mediados de los noventa, a la frase cínica de Howard Hunt, uno de los del Watergate que acabó con Nixon: "Si los tienes cogidos por los cojones, tendrás sus mentes y sus almas". Porque sí, a eso quedó circunscrita la política.
Ahora les explico porque Chalo levita por encima de la mediocridad. La madrugada del 12 de noviembre de 1.936 suena la aldaba de una casa aledaña al Gafos. Un soldado viene a decir a unos padres que al amanecer fusilan a su hijo Pepe. La madre, presa de un ataque de nervios, llora desconsolada agarrándose al pasamanos, evitando el desmayo y rezando mientras un joven de 17 años contempla la escena convertido en adulto prematuro. Le han dado una hostia en el medio del alma. Se la ha dado la estupidez humana, la brutalidad de quienes dicen ocupar la cúspide del raciocinio. Ese joven era Chalo Adrio, el hermano de Pepe, que estaba en la capilla premoriente y tenebrosa del inicio de la Guerra Incivil.
Descanse ahora en la paz que le robaron, aquella noche terrorífica, aquellos malnacidos.