Manuel Pérez Lourido
Cara de sábado
Si sales de casa un sábado con cara de lunes, sólo tienes una opción, pues tu rostro se negará a mudarse como si fuese un calzoncillo: debes encaminarte al lugar donde trabajas y allí, ante la puerta, arrodillarte y santiguarte. Luego te metes en el primer bar a mano y te bebes un brandy de penalty. Si no te gusta el brandy, como es mi caso, que cito por predicar con el ejemplo (sic al cubo), te bebes un cognac. Si no te gusta el cognac, que también es mi caso, te bebes una copa de anís. Si no te gusta el anís (¡lo han adivinado: tampoco es mi caso!) te tomas una caña y listo. Si tampoco te gusta la cerveza, es mejor que te vuelvas a arrodillar allí mismo y replantearte el rumbo de tu existencia.
Con todo esto, la cara de lunes que antes llevabas encima habrá cambiado a jueves, por lo menos, con lo que sólo te quedan 48 horas para ir a juego con la realidad. Pero como la realidad hace tiempo que es de plexiglás, es decir, un polímero, es decir, algo extraño y artificial, no tienes por qué preocuparte demasiado.
Los sábados por la mañana, al menos en Pontevedra, al menos los sábados por la mañana en que me levanto a una hora decente (suelo dedicarlos a saldar cuentas con el despertador, levántandome y acostándome varias veces, en una suerte de venganza histérica contra el enano de las agujas), Pontevedra parece una ciudad por donde ha pasado el ángel exterminador haciendo horas extras. Se le han escapado un par de dueños de perros, los sedentes pero esforzados taxistas y alguno que no encuentra su casa, pero la atmósfera es de ciudad de western cuando llegan los malos. Pero no, porque los malos han tuneado la noche con copas y tiros, no precisamente de pólvora, y se hayan ahora vigilados por Morfeo, aguardando la factura de la fiesta, que es una resaca del quince. Y ahí estás tú con tu cara de jueves por la tarde, que calle a calle se la ve más de viernes (aunque sea sábado por la mañana) disfrutando del placer de no acabar de encajar en ese paisaje que sólo hace unas hora vibraba de fiesta y maniquíes.
Ahí estás tú con tu alegría en sordina porque hoy tampoco llueve y el sol se desparrama en la piedra, derrochando watios para ti solo, escenografía de lujo que agradeces sentándote en un banco y dejandote masajear el rostro por la tibieza de los fotones o lo que sea, te dices, entregado en brazos de la química que se ha establecido entre los dos gracias a las leyes de la física. La sensación de placidez resulta poco menos que indescriptible, ranura esta (la del poco menos) por la que se cuela un narrador omnisciente para aseverar que podrías quedarte así horas y horas. Pero exactamente doce minutos después suenan las campanas de S.Francisco, te giras, contemplas aterrado una exigua fila de feligreses dirigiéndose a misa de once y te dices en voz baja: soy gilipollas, ¡si hoy es domingo!.
19.03.2013