Kabalcanty
Sobrevivientes (21)
Había recorrido varias comisarías y hospitales sin sacar nada en claro; ella no aparecía por lado alguno como si se la hubiese tragado la tierra. Tuvo que fingir por teléfono una gastroenteritis para no acudir ese día al almacén a trabajar. A Santaolalla, el encargado, no le gustó nada la falta. "Joder Paco, tendré que coger yo mismo la carretilla elevadora para cargar los dos trailers que nos llegan hoy; somos pocos en el almacén y tú averiado. Pero mañana te veo aquí a las seis de la mañana, así que procura mejorarte rápido", le dijo con contrariedad Santaolalla. "Y se me acaba el tiempo, joder", se dijo Paco, apretando los puños en los bolsillos de la cazadora.
Empapado por fuera y reconcomido por dentro, escuchó apagarse la sirena de varias ambulancias. La mole medio a oscuras del Hospital Sur lucía al fondo de la Avenida de las naciones rodeado todavía de unos cuantos manifestantes. Estaba entrada la noche y arreciaba el frío húmedo del invierno. Aceleró el paso poniendo su empuje a disposición de una esperanza que fluía del mismo desaliento. Bajo su gorra de paño, se lustraba su frente con sudor gélido.
Al llegar a la línea policial le detuvo un agente con brusquedad.
— Está prohibido el paso, amigo. ¿No lo sabe? -le dijo el agente, mirando a los manifestantes por encima del hombro de a quien se dirigía.
— Sólo deseo informarme de un posible ingreso -contestó Paco, quitándose la gorra con retraimiento.
El policía le observó unos instantes, luego se tocó el pequeño micrófono que se sujetaba en su hombro y esperó impasiblemente respuesta. Hizo recular a Paco cuando estuvo conexionado sin perder nunca de vista lo que ocurría frente a él.
Paco, a un par de metros, escudriñaba sobre el casco del policía el reflejo de la masa abigarrada de manifestantes escuchando su letanía incansable: "Vacunas para el pueblo, fascista es el Gobierno".
El agente le hizo una seña para que volviera donde antes moviendo marcialmente su cabeza.
— En el mostrador de admisión se le informará debidamente -le dijo con sequedad- Le recuerdo que está totalmente prohibido acceder al interior del hospital, ¿oído, amigo?
Paco asintió y el policía le abrió el paso.
Al llegar a la entrada otro agente le franqueó el acceso sin apenas mirarle. Adentro estaban otros dos policías, más distendidos, charlando apoyados al final del mostrador de admisión, a los que saludó con un "buenas noches" que retumbó en el habitáculo.
Una sanitaria tecleaba sentada sobre un ordenador que expandía su luz brillante sobre su rostro dándole un aire celestial. La joven sonrió a Paco antes de que llegara al mostrador lacado.
— Buenas noches, señorita, mire busco un posible ingreso, quizás.
— ¿Nombre de la posible paciente, por favor? -contestó ella con énfasis rutinario.
— Rosa Adobe Villacañas.
Se escuchó el martilleo de las teclas sobreponiéndose al murmullo de la conversación de los policías.
— La señora que busca no está ingresada, pero sí que acudió esta misma tarde a la consulta del doctor Amedo. -le dijo sonriente la joven.
— ¿Se encontraba mal? -dijo con agitación Paco y elevando la voz- Mire, señorita, necesito saber que le pasa a mi mujer. Yo....yo....no sé nada.......y anda desaparecida más de un día. Por favor......quisiera que......
Los policías se acercaron por su espalda.
— Oiga, si ya le han informado, haga el favor de salir del hospital -le dijo uno de ellos tomándole por el brazo- Si no está ingresada su esposa nada tiene que hacer aquí.
— ¡Déjenme, hostias! -Paco se soltó con intensidad gritando y plantándose frente a ellos.
Los policías le cogieron por los brazos sin más miramientos y le arrastraron hasta la puerta de salida.
— ¡Eh, oigan, un momento por favor!
Ruiz, con una mascarilla desechable, reclamó su atención desde las puertas abatibles de entrada a la zona restringida del hospital.
— Le recuerdo, señor Ruiz, que está rigurosamente prohibido tener contacto con los visitantes. -dijo la recepcionista, saliendo presurosa de su puesto.
Los policías estaban atentos a la escena sin soltar a Paco.
— Por favor, deseo hablar con ese hombre en la sala para visitas. Es muy importante, se lo ruego -añadió Ruiz, alternando a la joven y a los policías.
La sanitaria hizo una ligera seña y los agentes soltaron a Paco.
— Pase por aquí, señor -dijo la joven sanitaria mostrándole una puerta a la izquierda del mostrador.
Entraron a una estancia donde una cristalera dividía herméticamente dos zonas. La joven le señaló una de las tres sillas que había en el lado de ellos.
— Siéntese, señor. Pronto podrá conversar con el señor Ruiz. Gracias.
Después salió cerrando la puerta suavemente.
Dos cámaras de seguridad movían sus cuellos metálicos atentas a los movimientos en la habitación. Producían un ligero zumbido que se detenía cuando en su rastreo detectaban actividad.
— ¿Qué tal, Paco? -dijo Ruiz, ya sin mascarilla, al otro lado del cristal. Tenía los ojos cansados, rojizos, y una seriedad dura.
— ¡Gracias al cielo, querido vecino! -contestó Paco, levantándose de su asiento- No encuentro a Rosa por ningún lado y la señorita de admisión me ha dicho que estuvo esta tarde aquí en consulta. ¿Tú la has visto? ¿Sabes algo, por Dios?
Se derrumbó sobre la silla gimiendo con la cabeza baja.
— Estuvo aquí sí, pero tranquilo, Paco.
— ¡Se ha llevado su neceser con sus cosas habituales! -clamó el hombre, tirando la gorra al suelo con rabia.- No sé qué pasa, no sé qué pasa........pero no me gusta, ¿sabes? No me gusta.
Ruiz le escudriñaba impasible recordando al hombre fuerte, bonachón, rudo y aparentemente insensible que se había cruzado en el ascensor y en el portal tantas veces. Miraba sus lágrimas y el gesto ridículo con que el dolor moldeaba su rostro.
— Mi padre acaba de morir hace unas horas -dijo inalterable, estudiándole al otro lado del cristal- y bajaba a admisión para que me escanearan el certificado de defunción. Es cuando te vi.
— Lo siento, lo siento mucho...... Pero, por Dios, cuéntame lo que pasa con Rosa. -dijo reteniendo sus sollozos.
— Es lo mejor que podía pasar. -contestó Ruiz, esbozando lo que podía ser una sonrisa- Por cierto, ahora mismo te bajo el neceser de Rosa, se lo dejó en la consulta.
Sin esperar reacción alguna del hombre, Ruiz salió presuroso de su lado y desapareció tras una puerta a sus espaldas. Las cámaras fijaron su ojo ciclópeo en la hoja que acababa de cerrarse.