María Biempica
Y los sueños, sueños son
Unas navidades en las que toda la familia esperaba alegremente la llegada de Papá Noel cantando villancicos, bailando y comiendo, mi hijo pequeño, que tenía tan sólo cuatro años y estaba sentado en el colo de su abuelo, alcanzó a decir entre lágrimas: "Papa Noel, tonto". Todos nos quedamos atónitos ante aquella manifestación y soltamos una carcajada al unísono que hizo que mi adorado Yago aún se enfadase más y suplicase que le llevasen a su cama.
El dilema era sencillo; tenía sueño y lo único que pedía era que le dejasen descansar y entendió que la culpa era de ese extraño personaje que tanto tardaba en aparecer. Supongo que su sueño era más fuerte que las ganas de ver los regalos que le tocarían. Y los sueños o las prioridades de cada uno se manifiestan de muchas maneras.
Con los años mi hijo aprendió que Papá Noel no era tonto, pues cada navidad le traía los regalos que deseaba, o eso intentó. Pero aún a día de hoy, cuando tiene sueño, se va directamente a la cama sin esperar que nadie entienda sus preferencias. Y quién sabe, puede que sus sueños en verdad fuesen más interesantes que nuestra alocada cena de navidad.
Cada uno de nosotros elegimos desde que tenemos uso de razón cuáles serán nuestras preferencias y en consecuencia, cuáles serán nuestros sueños. Y no es tarea fácil seguir el dictado de nuestro disparatado discernimiento a la hora de definir estas intrínsecas prioridades.
Yo, sin ir más lejos, tengo una irresistible debilidad por reírme, y por eso tengo algunos amigos que aunque son unos verdaderos sinvergüenzas, los aguanto con gusto por hacerme sonreír a cada rato. Y eso tiene su mérito, pues hace que sueñe con poder disfrutar de ellos más a menudo. Hay gente que siente predilección por aquellos que le dan pena, dejando cualquier asunto interesante que tengan entre manos cuando cualquiera de estos "desdichados" necesita un poco de compañía, y dedicando sus propias vidas para hacer sentir a estas personas más afortunadas.
También son muchos los que tienen una evidente predisposición para meterse en líos, y su existencia se vuelve aburrida si no están intentando salir de algún entuerto; y los hay que se desviven por sobresalir, pero también los hay que se mueren de vergüenza cuando alguien intenta que sobresalgan… Eso sí, sólo una cosa tienen en común unos y otros: sueñan con que les dejen ser como son.
Dentro de apenas un mes nos encontraremos de nuevo sumidos en pleno torbellino navideño y todos, irremediablemente, tendremos que posponer nuestras preferencias para contentar a los demás. Seguro cantarán con entusiasmo hasta los más vergonzosos. Bailarán sin tapujos los más recatados. Habrá quienes saluden cariñosamente a los vecinos o conocidos que durante el resto del año esquivaron con disimulo. Llamaremos a los amigos lejanos que tantas veces pensamos en llamar. Y casi todos procurarán que se cumplan los sueños aparcados durante el resto del año, que por infinidad de razones, no se pudieron conceder.
Ya soñaba Calderón de la Barca a través de su obra "La vida es sueño" que debe prevalecer la libertad del ser humano para configurar su propia vida, y no dejarse llevar por un supuesto destino. Y escribía con acierto "y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende".
Soñaba quizá con la libertad del ser humano para encontrar ese trabajo digno; o quizá con la visita de ese hijo emigrado; con poder conseguir por fin ese capricho prohibido; o con poder tener la oportunidad de visitar esa ciudad ansiada; por conseguir voz en aquellos colectivos que no la tuvieran o por dar visibilidad a aquellos de los que muchos se avergonzaban…
Yo sueño con vivir en un mundo sin acoso sexual y mandar, de una vez por todas, a la mierda al destino, pues "el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son".