Kabalcanty
Sobrevivientes (16)
El peruano entró al botiquín arrastrando una garrafa de cinco litros de gasolina. Pedrote sujetaba las cajas de las vacunas con cinta adhesiva de embalar haciendo paquetes de tres; "... para que abulten lo suficiente y sean fáciles de pasar por el agujero de la frontera", le había dicho hacia un rato a Mario, antes de que este fuera a por el combustible.
K., inquieto por la desmesurada tardanza de Luis, había salido hasta la Plaza de la República para ver si el policía venía de camino. Ignorante de lo que se tramaba a sus espaldas, se había sentado sobre el respaldo de un banco público y oteaba, deseando ver más de lo que se podía y mordisqueando su pitillo sin emboquillar, el fondo de la Avenida Constitucional. Sujetaba un paraguas raido, por el que goteaba con densidad la lluvia, anochecida ya la ciudad. Las escasas farolas que lucían pintaban fantasmal la solitaria Avenida.
— Con esos cinco litros de gasopla -dijo Pedrote mirando al sudamericano- tendremos de sobra para llegar al centro de la zona inmunizada con el buga de Ramón. Por cierto, ¿tú sabes pinchar, no?
Dijo lo último señalándose el reverso del brazo por encima de su rebeca.
Mario se pasó la mano por la frente desencasquetándose un poco la gorra de los San Francisco Giants.
— Sí, fui sacamuelas en mi país y allí los sacamuelas también ponen inyecciones -contestó- Pero yo que quiere que le diga, pata, no veo del todo claro esta chamba. Perderemos los cachos si nos agarran, y además el señor K. no creo que esté dispuesto a.........
— ¡Calla, gilipollas! -gritó autoritario Pedrote; desde el boscaje de su barba emergieron dos ojos feroces que frenaron en seco al otro- Todo va a salir a pedir de boca, ¿entendido? Un buen negocio nunca puede salir mal y nosotros lo tenemos aquí detrás- señaló las cajas de las vacunas- Del viejo poetucho no te preocupes, me encargaré personalmente y con todo el gusto del mundo, si es que llega a tiempo.
Mario meneó perezosamente la cabeza en modo afirmativo.
— Pero yo manejo el carro, ¿ok? - llegó a decir.
— Claro, peruano. Ahora vamos a llevar los paquetes a la furgoneta -dijo Pedrote- Esta caja que he dejado suelta es la que se queda Ramón, el tipo que nos pasa al otro lado. Un tipo legal, Mariete, y listo como el hambre según me han contado los estraperlistas. El resto de las cajas las pasamos por el túnel y las llevamos al coche que tiene el maromo en el otro lado. Luego será todo coser y cantar.
Mario, antes de coger primer paquete, fue abriendo las tres puertas que conducían a la cochera para que tuvieran paso franco.
— El madero se debe haber rajado -comentó riendo Pedrote, mientras agarraba el primer bulto- y el poetucho le debe estar llorando por ahí fuera. Mucho mejor, pero que mucho mejor para nosotros, peruano.
Cuando terminaron de cargar la furgoneta, Pedrote fue a por un par de botes de cerveza de medio litro que tenía refrescando en un bidón viejo que recogía el agua de lluvia.
— Pero limpia bien por donde bebes, manito, que lo mismo te metes pal cuerpo puta mierda de lluvia y la madre que la parió.
La llovizna caía mansa sobre el tejado de uralita de la cochera y, cuando escurría, horadaba el suelo de cemento pulido haciendo un costurón blanquecino que se perdía donde finalizaba el tejadillo. Los dos hombres bebían en silencio hasta que Pedrote eructó sonoramente.
— Salud, pata. -dijo el peruano alzando su lata.
— Ahora nos pondremos esto -Pedrote sacó de uno de los bolsillos de su rebeca de punto grueso dos cajitas alargadas- Póntela tú primero, manito, y si veo que pones los ojos en blanco, paso del pinchazo.
Se acercó riendo para darle las cajas, dándole un manotazo amigable en el hombro.
El peruano fue a buscar alcohol y algo de algodón al botiquín para luego ponerse con destreza la vacuna que venía ya preparada con jeringuilla desechable. Se limpió el pinchazo del brazo con el algodón impregnado en alcohol e hizo un gesto elocuente dirigido al otro.
— Méteme el rejón, compadre.
Pedrote se subió la manga de la rebeca y le mostró un brazo velludo.
Poco después apuraron sus cervezas apoyados sobre la furgoneta.
— A las doce en punto salimos para el Parque de la Estación; -dijo Pedrote rascándose la barba- a y media nos espera Ramón.
— Y en el otro lado -dijo Mario con aire pensativo- ¿crees que sacaremos la plata por las vacunas con facilidad?
Pedrote desvió la mirada hacia él y escupió al suelo antes de contestar.
— Sé que sí, no es ese el único paso subterráneo para cruzar la frontera y sé que hay gente al otro lado que vive ahora como Dios a cuenta de hacer lo que nosotros vamos a hacer. Gente conocida que vivía aquí y se buscó la vida para salir de esta cloaca infecta que tenemos a este lado. El que triunfa, manito, no se queda en este lado a ver cómo se muere......Y nosotros somos dos elegidos.
Y chocó su lata de cerveza con la del sudamericano.
Fue entonces cuando escucharon el quejumbroso girar de los goznes de la puerta de entrada del Albergue.
Pedrote se llevó un dedo a los labios para indicar silencio al otro y se acercó sigiloso al marco del portón de la cochera.
Oyeron abrir varias puertas y la voz de K. reclamándoles cada vez más cercana.