Marisa Lozano Fuego
Friends forever, friends for today
La amistad es un bien preciado, dicen. De pequeños, los estándares están claros. Juegas conmigo y eres mi amigo, mi amiga, o lo somos llevando el mismo mandilón. Solo hace falta compartir un chicle y una bolesa de gusanitos.
Después comienzan los matices. Sales en mi pandilla, vistes vaqueros rotos, náuticos o escuchas bakalao y yo hip hop. Diferencias irreconciliables. Niños con niños y niñas con niñas, separaciones que se mantienen hasta la adultez. Pensamientos y pensamientos. Ideologías que no confluyen, y entonces tírese la promesa al río, desgarren los dientes la carne…y a los lobos, a los barrancos, todas esas promesas férreas. Las que se hicieron bajo un trébol. Las que se hicieron junto a una fuente. Nos hacemos adultos y el concepto de amistad varía, diríase que se prostituye, en pro de la adulta conveniencia. Es difícil saber quién es tu amigo. Nos ponemos fundas en los dientes para que sean todos igual de blancos. Ensayamos el mismo apretón. Caminamos por una vereda tortuosa, agarrando el bolso con saña para que a nadie se le ocurra dar tirón. Amigos con un ojo abierto, amigos esperando que nos quiten el sello de identidad y nos plasmen en la frente cualquier otro código de barras. Amigos de momento, quizá ahora, no sé si mañana. El caso es que creo que hay algo que diferencia al amigo, a la amiga, de casta y de verdad.
Ese algo es la mirada. Si tu pupila se clava en la suya y ambas están empañadas, si la suya sonríe cuando tú sonríes, ese es tu amigo. Si las palabras no hacen falta para transmitirse cariño, ese es tu amigo. El mismo de los verdes tréboles y las bicicletas manchadas. El mismo al que confiaste que el Ratón Pérez volverá. Porque dejó un trozo de queso mordido en la puerta de tu casa.
Si come chocolate contigo, ese es tu amigo.Si os enfadáis ciento una veces y nunca hace falta un lo siento, probablemente no se rompa. Porque no hay nada que arreglar. Os comprendéis. Sobran palabras.
Ese, esa, que te ayudó a hacer las raíces cuadradas porque la excusa de un perro devorador de Mates no valía. El, la que compartió contigo una cerveza y un vestido horrible, diciendo que te quedaba precioso.
El que compró unas sillas rojas para sentar a tu emoción.
Sí, el amigo no puede ocultarse por muchas capas que se ponga. El camuflaje no puede vencerlo, resulta que es radiactivo, como una luciérnaga brava. Su esencia se derrama sola, como un perfume de poisson. Se te pega a la piel y dices, pues sí, este era mi amigo. Mi amiga.
Que me trae pasteles para el dolor y se tiende a mi lado solo para verme dormir. Que excusa los mutuos errores.
Esa persona que, ya puedan pasar siglos, amores trillados, malentendidos, ahí permanece.
Porque conoce nuestra naturaleza. Porque la abraza al igual que la suya. Amistad debería significar no tener que decir nunca lo siento. Porque la idea es tratar de no herir.
Por mis amigos, por mis amigas. Por los que vendrán y los que se fueron. Por los que deseáis quedaros.
Brindemos. Queden los que queden, celebraremos que aún estáis, pintando de azul las estrellas, brindando en la misma ilusión.