Manuel Pérez Lourido
Va de perros y gatos
Esto que está leyendo tenía que haber sido publicado una semana antes pero el cerebro de su autor fue secuestrado por cierta eclosión de las disputas entre el Gobierno y el Govern y la decisión de abordar los ladridos de unos y los arañazos de otros se llevó el gato al agua. A día de hoy el rifirrafe continúa, pero ahora sí que toca hablar de los animalitos.
Alguien, alguna vez, en algún lugar, hizo correr la idea de que los perros y los gatos son enemigos irreconciliables y la disposición del ser humano al chisme y al cotilleo hizo el resto. Siglos y siglos después este mito aún se mantiene en pie y "llevarse como el perro y el gato" es sinónimo de llevarse mal.
Cuenta cierta leyenda originaria de China (de donde proceden la mayoría de las leyendas, la mayoría de nuestro equipamiento tecnológico y la mayoría de los chinos) que las rencillas surgieron a partir de un anillo. Un perro y un gato salieron juntos a la búsqueda de un preciado anillo que habían vendido sus amos (lo cual desató numerosas desgracias al matrimonio, pues era un anillo de virtud). Cuando consiguieron recuperarlo, la mayor velocidad y agilidad del gato haizo que lleguase primero al hogar con el anillo y fuese recompensado por ello. El chucho no solo no recibió premio alguno, sino que sufrió una reprimenda por inútil. "Qué hijoputa de gato" pensará usted, pero es la vida misma.
Sin embargo, según la mayoría de los expertos asequibles a través de internet, la causa de la falta de empatía entre unos y otros procede de un problema de comunicación. El lenguaje corporal del perro es malinterpretado por el gato: cuando el primero extiende una extremidad delantera, se tira de panza, aparta la cabeza o mueve la cola de un lado a otro está desplegando una actitud amistosa o al menos dispuesta a evitar conflictos, pero para un gato esos son señales agresivas. No es que desconfíen del perro, porque los ganos no confían en nadie, es que su instinto les avisa de que se trama algo chungo. Por otro lado, el ronroneo del gato es interpretado por los perros como un ruido amenazador.
Pese a ello, y a mostrar caracteres distintos (el gato más independiente, territorial y solitario; el perro más sociable, obediente y leal), ambos pueden convivir en armonía con una pequeña fase de adaptación. Y si se crían juntos, la convivencia es mucho más sencilla.
Prueba de la general aceptación de la teoría de su enemistad es la proliferación de series animadas y películas que la explotan. Señalemos como pioneros a Tom y Jerry. Por cierto, que esa era el nombre del dúo Simon & Garfunkel en sus comienzos. Como es sabido, rompieron de no muy buenas maneras. En cambio, en un alarde de imaginación y actitud positiva, Peter Hanann creó en 1998 para Nickleodeon un personaje singular: CatDog ("Gatocán" en la TVG). Se trata de un híbrido entre perro y gato o un perro y un gato que comparten un mismo cuerpo. Gato se interesa por todo lo refinado, la limpieza, la cultura y el dinero, mientras que Perro es amante de la locura, la diversión y le encanta comer, ensuciarse, y perseguir coches.
Gatocán plantea una visión de la modernidad desde su ángulo más patológico y generador de personalidades tan incoherentes como desquiciadas. Cuando no es así, cuando logramos controlar nuestros impulsos más destructivos y vencemos las trabas de una sociedad estresante y alienadora, sale a la luz nuestra forma de ser más pura que siempre tendrá un poco de perro y un poco de gato.