María Biempica
La herida
Envueltos en la vorágine catalana me invaden sentimientos de aflicción al comprobar una vez más que cohabitamos en dos Españas. Nuestra propia sociedad se debate en una ciclotimia difícil de tratar. Un bipolarismo imposible de curar sin la medicación correcta. Y es que los trastornos del estado de ánimo de las personas se ensalzan como la dinamita cuando nos tocan el terruño.
Como si España se encontrase inmersa en la película de Fernando Franco "La herida" contemplamos escenas en las que los intérpretes son incapaces de mantener una estabilidad o equilibrio emocional, pasando de un estado de calma y paz, al arrebato o a la ira ante cualquier pretexto, pues no se permite opinar diferente. Con la nación nadie juega.
Este drama en el que nos hemos sumergido involuntariamente, puesto que ha sido el resultado de una pelea de gallos lo que ha originado este nuevo brote psicótico, nos muestra tal y como somos, dueños de este terrible trastorno bipolar, en el que una parte de nosotros se siente unida, confiada y capaz de solventar con diálogo cualquier diferencia; y la otra que sólo piensa en autolesionarse, pues estas heridas son lo único que calman su cólera y despecho ante cualquier posibilidad de cesión de sus derechos.
El alivio que siente una parte de España cada vez que se hace un corte en la piel no es nada comparado con la vergüenza y la culpa que seguro sentirá después. Pero el caso es que se autolesiona, y no puede evitarlo, y todo por su incontrolable ira.
Somos muchos los que sabemos que hasta la herida más profunda se puede curar, incluso la emocional. Sólo es cuestión de diálogo, voluntad y respeto. Sin este ungüento España tardará en cicatrizar la vida entera.