Manuel Pérez Lourido
Va de gatos
Vamos a hablar de gatos, como usted se estaba temiendo. Convendría averiguar quien fue el inventor y primer divulgador de la leyenda que dice que los gatos son criaturas independientes. No es así. No es que sean dependientes, tampoco. No son independientes ni dependientes. Son, y sobre todo están, pendientes. De sus dueños y de todo a su alrededor. Con su aire de que todo les importa un bledo, los gatos se enteran de todo y todo les interesa. Ya hace siglos los ingleses, pueblo amante de la raza gatuna donde los haya, acuñaron la expresión "la curiosidad mató al gato".
Los gatos tienen su propio reino por el que deambulan a su antojo, y este no es otro que Facebook. Como todo el mundo sabe, esta red social se inventó para dar cobijo en ella a absolutamente todos los gatos que en el mundo hay. Pero esta extraordinaria labor social que desempeña la aplicación del señor Zuckerberg no es reflejo de la actitud general hacia estos bichos extraordinarios. Muy al contrario, al gato se le estigmatiza por no resultal tan dócil, accesible, gregario, dependiente y servil como el perro. Este es el motivo de que no tenga el calificativo de "mejor amigo del hombre" y que sean los chuchos quienes presuman de ese título. Puede que el gato no sea el mejor amigo del hombre, pero es indudable que el hombre es el mejor amigo del gato. Y si ese hombre es una señora viuda o divorciada, sin hijos y con una pensión o empleo fijo, muchísimo más. Como muestra del tradicional desprecio que tuvo que soportar esta especie felina tenemos la expresión: "tenerle gato a alguien", que es tenerle manía. O "dar gato por liebre", para referirse a un engaño. Por supuesto, hay que hacer la salvedad del antiguo Egipto, seguramente el primer pueblo que domesticó gatos, donde estos animales eran sagrados. También gozaron de buena reputación en Europa durante la Baja Edad Media debido a su habilidad para despejar cuadras y almacenes de roedores. La iglesia católica consideró al minino una criatura demoníaca pero esto no impedía que los conventos y monasterios empleasen sus servicios desratizadores. Una de las facultades malignas que se les atribuía era la de poseer siete vidas. En el islam, en cambio, el gato gozaba de una imagen positiva, se cuenta que debido a que Mahoma fue librado de la mordedura de una serpiente por su gata Muezza. Matar un gato era un pecado grave para este credo religioso.
Vivimos en un tiempo de perros y en una ciudad perruna, Pontevedra, donde por cada calle se ven a los perros arrastrando a sus amos y a estos doblando el espinazo para recoger las ofrendas votivas que aquellos depositan en el suelo (por suerte, un comportamiento ya generalizado entre los propietarios de chucho). Quizá haya llegado el momento de reivindicar a los silenciosos, aseados, tranquilos e inteligentes gatos.