Kabalcanty
Sobrevivientes (10)
El doctor Amedo parecía vulgar sin su sempiterna bata blanca, tan sólo sus cabellos largos, níveos y ligeramente ondulados, preservaban su aura erudita. Estaba en la cama desnudo, tapado con una sábana hasta la cintura, escribiendo a mano en su cuaderno grueso de anillas. Se detenía de vez en cuando para consultar algo en su tablet y luego proseguía llenando las hoja con una letra picuda y poco legible. Se quitaba las gafas para restregarse sus ojos cansados, inyectados en sangre, en un gesto característico en el que se demoraba con una especie de fruición.
— Deberías descansar más, Fernando. -le dijo la mujer que hasta ese instante dormía junto a él. -¿Te has visto las ojeras que tienes?
Él dejó su escritura y le acarició el mentón sonriéndola.
— ¿Me perdonas? -dijo el doctor
Ella sacudió la cabeza con fingido cansancio.
— Ya te ha pasado otras veces, el hospital te tiene sorbido el seso -contentó ella, sentándose en la cama para acercarse a él- Haremos debidamente el amor cuando todo esto termine. Es el precio que tengo que pagar por estar locamente enamorada de un médico incombustible.
Terminó la frase mostrándole una franca sonrisa que terminó en beso.
Se levantaron y se vistieron cuando por la ventana comenzaba a clarear el día. En la cocina, ella tostó unas cuantas rebanadas de pan sobrantes del día anterior mientras él hacía café en una cafetera expréss descascarillada. Pronto el ambiente de la cocina se llenó con los efluvios cafeteros y Amedo inspiró varias veces paladeando el aire.
— Se me hace raro verte aquí tantas horas -dijo ella mordiendo una tostada.
— Sabes que me gustaría estar más pero en el hospital lo que hace falta son manos para intentar dar abasto -dijo el médico removiendo el azúcar en la taza- La situación es más que límite, como puedes imaginarte, y estamos desbordados e inoperantes; tratamos simplemente de que el paciente sufra lo menos posible.
Terminó suspirando con cansancio. Luego, mientras desayunaba, se le vino algo a la cabeza que le hizo levantarse ir a por el cuaderno y apuntarlo. Regresó con la tablet y consultó algo al tiempo que comía distraídamente.
— ¿Sigues pensando que la pandemia fue provocada? -le preguntó ella observando su trajín.
Fernando Amedo se quitó las gafas y repitió su ademán característico antes de contestar.
— Desde luego, Carmen, cada vez estoy más convencido. No se me ha ocurrido hablarlo con nadie excepto contigo, tendría efectos demoledores si esto se supiera públicamente; una guerra abierta más intensa de la que ya hay.
— Y todo con un fin económico, es repugnante.
Carmen separaba el flequillo indómito de su frente y apretaba los labios.
— Y puede que haya más, cariño.............. Estoy leyendo noticias pasadas, meses antes de las primeras apariciones de La Epidhemia, y estoy siguiendo una teoría que va más allá del mero lucro.
El doctor hablaba sopesando sus palabras, yendo a lo que tenía archivado en su mente que domeñaba un rictus que le alargaba los labios hacia la barbilla. Se pasó el cabello por detrás de las orejas y empujó su taza vacía para que Carmen le sirviera un poco más de café.
— Los Laboratorios Milton son evidentemente la cara visible del asunto, sin embargo tras ellos hay mucha gente influyente, muy poderosa Carmen, a los que no les importa tanto el dinero porque tienen más que suficiente.
Carmen le seguía atenta: había dejado su tostada a medio comer y servía el café tan despistada que derramó el líquido sobre la mesa.
— ¡Mierda, me pasé! -exclamó, levantándose a por un papel absorbente.
El doctor esperó a que Carmen recogiera lo de la mesa y le acercara su segunda taza de café.
— Podría ser que exista una clase de grupo mundial que, en el más absoluto secretismo y con el máximo poder, haya conspirado para eliminar parte de la clase trabajadora. No pretenden dinero exclusivamente sino disminuir la presión social que supone tanta mano obrera sin trabajo. ¿Entiendes?
— Te sigo -dijo ella con determinación- Pero ya conoces que desde la primera recesión económica mundial se disparó la tasa de desempleo y eso les vino muy bien a los que manejan el sistema para volver atrás con los logros conseguidos hace décadas por los trabajadores; esclavizaron el trabajo de nuevo y el desempleo les vino perfecto, no entiendo la razón por la que...............
Amedo se adelantó acercando su rostro delgado al de ella.
— Pero se les fue de las manos -dijo abriendo mucho los ojos tras los cristales de sus gafas- Más desempleados viajaron desde sus países miserables a la vieja Europa o a América del norte e incrementaron de manera escandalosa la inactividad. Se pasaba de ser una forma de manejar al trabajador a una amenaza en toda regla contra el sistema. Esta legión de desempleados, de hijos de desempleados, de nietos de desempleados, comenzaba a ser peligrosa y beligerante. Internet informaba diariamente de los desmanes y manejos de los que gobernaban y la clase trabajadora, cada vez más inmensa, veía cada vez con peores ojos a políticos y empresarios. Se estaba formando una amenaza que en cualquier momento podía estallar.
Carmen dejó caer su mano sobre la mesa como si fuera un martillo pilón.
— Sería motivo de una revuelta a gran escala -dijo ella mirando a los ojos de Amedo- si todo eso lo pudieras probar, Fernando. ¿Te imaginas? Lo que está pasando ahora sería un juego de niños si se supiera la verdad.
El médico retrocedió en su silla para dejar caer los brazos hacia atrás en un signo de extenuación.
— Sería el fin del mundo, quizás.
— ¿Y no está comenzando ya? -se preguntó Carmen dejando que su cabello partiera su frente en dos.
Chapoteaba la lluvia en el alféizar de la ventana de la cocina a la vez que la claridad plomiza del día ganaba terreno.