Beatriz Suárez-Vence Castro
Comerse el mundo
Como me sucede con el prójimo que tiene algo que a mi te falta, admiro a aquel que le gusta pasar el tiempo en la cocina y lo hace bien. Mucho más a quien consigue hacer de ello su medio de vida. Pero tengo que reconocer que esta vorágine de programas de cocina, chefs en todas las tertulias y cocina extremadamente sofisticada me supera. El caso es que de un tiempo a esta parte en esta Pontevedra nuestra han empezado a surgir intentos de una delicadeza en la cocina, antes nunca vista, que convive en perfecta armonía con lo más tradicional.
Ayer, paseando por una plaza en la que hay una cafetería en la que solían ofrecer un pinchito de tortilla, me encontré con un cartel- pizarra en el que creí ver escrito: "bocadillos de auto". Como era evidente que algo no cuadraba y mi vista ya no es la que era, me acerqué para descubrir que lo que en realidad ponía era: "bocadillos de autor". Me quedé de una pieza porque ya digo que para las cosas del comer soy bastante provinciana y el pincho de tortilla me sigue pareciendo mucho más cool que cualquier otra cosa en el mundo. Si la tortilla lleva cebolla o chorizo, más cool todavía.
El bocadillo de autor me tiene perpleja, máxime cuando el establecimiento en el que lo ofrecen queda muy cerca de otro de los que aquí llamamos "de toda la vida" que ofrece tal cual lo leen "cafeses y aperitivos", y que ya solo por eso merece una visita. Hay casos en los que la RAE no es lo que más importa.
La confluencia en tan pocos metros de los bocadillos de autor y los cafeses me sacó a mí una sonrisa con la que no contaba. Por momentos como éste es por lo que me gusta vivir aquí.
Otro local cerca del museo se ha subido al carro de las perífrasis o eufemismos culinarios, no sé muy bien en qué categoría integrar semejante alarde imaginativo, con un postre al que llaman "helado prensado en bloque " que viene siendo el corte de tres sabores del supermercado pero un pelín más caro. No sé si ya lo habrán retirado de la carta porque era de un cachondo difícil de igualar.
He degustado, también sin tener que salir de la ciudad, espuma de tortilla, que es, créanme el más difícil todavía de la tortilla desestructurada. Mal, lo que se dice mal, no está pero no es tortilla, es otra cosa. El efecto es como el de una vieja amiga a la que le hayan hecho un lifting facial, que tú la quieres igual pero no deja de ser por fuera una desconocida. Te tienes que acostumbrar.
Y es que pasan cosas muy raras con la comida. Sobre todo en Galicia con fiestas gastronómicas en cada pueblo y nuestro buen diente, que no te parece posible que tantas raciones puedan consumirse en una sola tarde y más a treinta grados a la sombra.
Esta misma tarde un muchacho me ofreció, muy amablemente, un folleto con el que yo iba a hacer lo que normalmente hago, después de cogerlo lo más amablemente posible también, que es depositarlo en la papelera más cercana. Sin embargo antes de tirarlos, los leo, no vaya a ser que, para variar, me interese. En este caso encontré escrita la siguiente oferta: Come y bebe sin límites.
Es la ocurrencia de una pizzería en la que uno va con su pareja, amigo o cualquier otra relación que junte dos personas que es el mínimo requerido para poder acogerse a tal descuento, y por una tarifa plana de siete euros y veinticinco céntimos puede uno reventar de queso y orégano. Y de todo lo demás que lleve la pizza, claro. La oferta es válida para todos los días de la semana.
Atrás ha quedado lo del dos por uno.
Sentí una pesadez de estómago terrible solo por haberlo leído. Pero es porque en mi estómago nunca tendrá cabida para tal ofertón.
Los comedores escolares lo van a tener difícil este curso para contrarrestar el efecto de los fines de semana. Y las madres y padres con la dosis de fruta y verdura a los que se va a presentar mucha, pero que mucha batalla.
La contradicción de todo esto está en qué hacer cuando uno es sociable pero de comida justa y algún capricho. Porque todas las reuniones parecen asociadas a la comidas o cenas. Si a uno le apetece ver a sus amigos no tiene más remedio que comer a la hora que sea. Y si el anfitrión o restaurador es buen cocinero y susceptible, como las fuentes no queden vacías ya te puedes ir preparando para un buen rapapolvo.
A mí me sucedió una vez en un restaurante coruñés en el que cometí el terrible delito de comer tetilla sacándole la parte de fuera. Dejé la "monda" en el plato después de haber dado lo que a mí me parecía buena cuenta del queso y el membrillo y cuando el dueño me trajo la cuenta me miró muy serio y me dijo: "el queso no se lo voy a cobrar porque lo ha dejado todo en el plato". Me dejó muerta, y con una sensación de culpabilidad que me costó una barbaridad quitarme de encima. Y es que los cocineros y los jardineros son a mi modo de ver los dos gremios con la piel más fina al roce de cualquier sugerencia implícita o explícita sobre su trabajo. Esto es: no la toleran y punto.
Me decía el otro día una amiga, que suele tener bastante lógica para sus cosas, que si estás delgada y no te forras a comer porque es tu naturaleza y no te apetece, la gente da por sentado que eres anoréxica y que "no comes nada así estás de delgada" mientras que a tu vecino pelín pasado de kilos y que zampa a dos carrillos si tú le dices que le sobran unas lorzas y que igual debería cortarse un poco, te suicidas socialmente y quedas condenado de por vida al ostracismo.
Siendo igual de malo para la salud estar en los huesos que obeso, si aconsejas a alguien que adelgace (dejando aparte aquellos casos en que el sobrepeso esté causado por alguna enfermedad o el efecto secundario de alguna medicación) eres un grosero. Sin embargo, si alguien da un grito en la playa porque, según él o ella, estás en los huesos ha sido un consejo dado con la mejor de las intenciones.
Cierto es que hay modelos que parecen enfermas, cada vez menos, pero el número de personas obesas empieza a ser preocupante, sobre todo entre los jóvenes, y supone un riesgo para la salud tanto o más peligroso que estar algo por debajo del peso adecuado para la altura de cada uno. Esto es algo que no acaba de entenderse por mucho que las cifras canten y las soluciones de balones gástricos y diagnósticos de obesidades mórbidas se evitarían salvo, casos de enfermedad auténtica, con una dieta adecuada, ejercicio y quizá algún tratamiento complementario en caso de que lo que produzca las ganas exageradas de comer sea la ansiedad .
Pero, como tantas otras cosas, no es popular expresarlo en voz alta.