Manuel Pérez Lourido
Ya nadie ve televisión
El otro día pasé por el salón de mi casa y, sin venir mucho a cuento, eché un vistazo a mi alrededor. Y descubrí que teníamos un televisor. Aún teníamos un televisor. Me fui hacia la puerta de la calle desconcertado (lo cual tampoco es que sea una novedad) y salí por ella con la certeza de que llevaba conmigo una especie de revelación. ¿Qué hacíamos con una pantalla de televisión en el salón de casa?
Es como si descubres, revolviendo entre tus cosas, un vinilo de José Luis Perales. No me niego a admitir que hay una época en la vida de todo ser humano en la que un vinilo de José Luis Perales no solo tiene sentido, sino que la define y la proyecta, en cualquier acepción de estos dos verbos. Pero un disco de Perales y un televisor son señales de obsolescencia a día de hoy.
No recuerdo cuándo fue la última vez que tuve interés en dirigir la vista hacia la televisión, no digamos ponerme a verla. Una vez que internet te lo ofrece todo por una módica cuota mensual, ¿quién se va a parar a descubrir qué tipo de mierdas están metiendo entre los anuncios de televisión?, ¿quién se atreve a decir "no" al demonio de la tecnología digital, que pone absolutamente todo ante tus pies?. Todo el bien y todo el mal. Lo imaginado y lo insensato y lo jamás intuido.
Ahora mismo estoy pensando en las maravillosas series a las que tenemos acceso gracias a internet (si incluyes propina, también Netflix o HBO) y ante las que engendros fruto de la indigencia mental como los que programan las cadenas generalistas se revelan en toda su gama de estupidez, torpeza y otros adjetivos que omito porque está corriendo ya mucha sangre por esta página.
Como fruto de todo lo anteriormente descrito, no es desdeñable la idea de usar la pantalla del salón para albergar post-its con recados y avisos familiares. De ese modo se daría al televisor un retiro digno y se le prestaría mucha más atención que ahora mismo.