Bernardo Sartier
Así no, Juana
Si no recuerdo mal, los dos únicos supuestos admitidos por el ordenamiento jurídico español para tomarse la justicia por propia mano son la legítima defensa y, previo requerimiento al vecino, la corta de ramas o raíces que de su finca pasan a la nuestra. Y aun eso con requisitos. Por ejemplo. No hay legítima defensa si me llaman cabrón y respondo abriéndole la cabeza al que lo hizo. Por eso me sorprende que en el asunto de Juana Ramos, la madre de Granada, la gente se haya puesto tan masiva como irreflexivamente de su parte. Podría adherirme a esa corriente de simplismo. Quedaría una columna muy guay. Lo que ocurre es que estaría siguiendo una partitura falta de objetividad e interpretando una melodía populista. No cuenten conmigo. Como habitualmente, nadaré contracorriente.
El otro día, aunque hace ya tiempo que no ejerzo más que para el ente que me paga, me hicieron una consulta como quien no quiere la cosa. (Permítanme el excurso. Los letrados somos los únicos profesionales a quienes, preguntados al descuido, sabe quien lo hace que obtendrá contestación fundamentada y gratuita. En el ascensor, por ejemplo: "Tú sabes si los gananciales…"; y entonces tú, en vez de pararlo en seco y decirle "oye, mira; vecinos sí, pero la consulta fuera del despacho son cincuenta euros" vas y, educado, contestas. Por el carajo arriba le pregunta alguien a un médico por la calle si el dolor que tiene en la fosa ilíaca es apendicitis o un tumor en los cojones. Así ha sido tradicionalmente. Los médicos haciéndose respetar. Los juristas, un poco menos). Pero vuelvo a la consulta que me hicieron.
Me planteaba el nota si podía, por las bravas, hacer algo para lo que, sin duda, le asistía la razón moral: "Pues mira, no", le dije categórico. "Tienes razón, pero no tienes la razón jurídica, que exige la cumplimentación de requisitos y cauces que todavía no has satisfecho". Se quedó mohíno, como jodido. Le había echado un jarro de agua fría porque no estaba escuchando de mi boca lo que ansiaba. Porque esa es otra. El cliente y el paciente, en vez de buscar el consejo honesto, van las más de las veces esperando confirmación a lo que ellos creen, en su desconocimiento, que sirve mejor a sus derechos, a sus intereses o a su patología. Al patrocinado de un abogado no le interesa la razón las más de las veces, sino la confirmación de "su" razón.
Sirve engañarse a sí mismo en una especie de pan para hoy, hambre para mañana que solo conduce a la decepción. Juana quiere mucho a sus hijos, de eso no albergo la más mínima duda. Pero tampoco la tengo respecto a que los quiere de manera equivocada. Hay cariños que matan. Y abrazos, como los del oso, que es mejor evitar. Soy demasiado mayor y tengo los huevos (dispensen) demasiado calvos de arrastrarlos juzgado adelante para creerme que lo de Juana es una cascada de errores de enjuiciamiento causantes de una arbitrariedad. Demasiadas resoluciones judiciales en un solo sentido (desestimar sus pretensiones) me impiden creer que todas las señorías que entendieron en lo de Juana, su marido y sus hijos eran unos ignaros o unos malvados que querían perjudicarla. Vale tal contemplación del problema para el lego en derecho, para el profano que, pasional, juzga con criterios simplones una situación legal, no para quienes tienen una formación jurídica y saben que, detrás de lo que pintan los medios de comunicación hay, muchas veces, "mais que berzas na ola". Varios jueces no pueden equivocarse.
Por eso semeja Juana el camicace que, en sentido contrario autopista adelante, piensa que son el resto de conductores los que circulan equivocadamente. No pasaría nada sino fuese porque a bordo de su coche van dos criaturas. Dos criaturas a las que está sometiendo a una situación de estrés inadmisible. Por eso se equivoca Juana. Porque lejos de combatir judicialmente la guardia y custodia de los niños se los apropia en una patrimonialización contra natura de las relaciones paterno-filiales. Temo que en este asunto haya influido el consejo de una asesora legal que, orillando la razón técnica por la que debería guiarse y aconsejar a Juana, se abrazó al sentimentalismo más burdo y ramplón. Abrazo que culminó con unas declaraciones que no tienen desperdicio y que servirían para abrirle unas diligencias por encubrimiento: "Juana y sus hijos están bien a día de hoy, pero yo no sé dónde está Juana". Por la boca muere el pez.
En un estado de derecho las resoluciones judiciales se discuten e impugnan en vía de recurso. Curiosamente aquí ha habido un procedimiento ya concluso en la jurisdicción ordinaria que desestima las pretensiones de Juana. ¿Qué tontos los jueces? Imposible. Ahora bien. Que se discrepa, al Constitucional o a Estrasburgo. Pero nunca el recurso a la vía de hecho, que es por la que no debe optar un justiciable. (Tampoco, por descontado, aconsejarla un jurista). Dinamitaríamos el Estado de Derecho y su principal arbotante, o sea el sometimiento de las discrepancias intersubjetivas a un tercero imparcial, objetivo, desapasionado y perito en derecho que, neutral, es el que resuelve. Porque si no, el contrato social, ese mediante el cual cedemos una parte de nuestra autonomía al Estado para que nos proteja, vuela por los aires. Y entonces volvemos a la selva y al más débil depredado por el más fuerte. Menos mal que uno de sus abogados, honesto y preparado, dijo que lo mejor que puede hacer Juana es entregarse. Concuerdo.
Quien por la fuerza de los hechos se sitúa al margen de una resolución judicial añade un segundo problema al que ya tenía: el que podría derivarse de la comisión de un delito. Lo que he visto hasta ahora es a un padre, Francesco, moderado y respetuoso con el ordenamiento jurídico. Tanta bestia como han querido pintarlo algunos medios no es concebible: a estas horas tendría la patria potestad retirada y estaría descansando en el Hotel Trena. Y he visto, también, a varios jueces que han resuelto en un mismo sentido -no darle la razón a Juana-, y a una madre confundida y apasionada cometiendo el error de desobedecer una sentencia mientras se sustrae a la acción de la justicia.
Y como esos son los hechos, testarudos por veraces, me parecen precipitadas, simplonas y equivocadas las declaraciones de Rajoy y Susana Díaz, que subidos al carro del "tuiterismo" populista, tocan de oído y se sitúan de parte de Juana, que es tanto como decir de parte de la vía de hecho, y no de la del derecho. Por eso esa actitud de Susana y Mariano me molesta un huevo. Porque son ellos, precisamente, quienes más elevan el tono diciendo a los independentistas catalanes que hay que respetar el ordenamiento jurídico, el estado de derecho y las resoluciones de los jueces. Y me molesta tanto porque si justifican que Juana, al margen del derecho, se fugue con sus hijos, no pueden oponerse a que los gobernante catalanes, en aplicación de ese mismo silogismo, quieran irse de España despreciando las reglas. Rajoy, respetuoso siempre con las resoluciones judiciales, al menos en sus manifestaciones públicas, no parecía en este caso tan dispuesto a mantener tal máxima de comportamiento.
Concluyo, Juana, si me lo permites, con un consejo: llevar a los medios de comunicación cuestiones que atañen al poder judicial resulta tan pueril como poco práctico, porque la presión social nunca torcerá el brazo a quien tiene competencia y conocimientos para juzgar. Es lo mismo, Juana, que si me entregas a mí la lavadora escarallada en vez de al servicio técnico. O sea que, así, no, Juana. Así no.