Evaristo P. Estévez Vila
Catalunya
La incalculable incompetencia de unos y la temeridad de otros está generando un fractura social en Catalunya que trasciende el deseo político e incluso el deseo de una parte de la sociedad, de difícil superación, y por ende, de consecuencias futuras impredecibles, sin que ningún escenario sea descartable, y cuando escribo ninguno, eso es lo que quiero expresar.
Los motivos que han llevado a Catalunya (si a alguien le molesta o en la denominación puede entender la concurrencia de alguna tendencia puedo escribir Cataluña) y a España a esta situación se encuentran tan lejanos por la estrategia de unos y la desidia de otros, que en este momento puedo calificarlos de irrelevantes o incluso irreversibles. La realidad es terca y la podemos resumir en dos aspectos que entiendo pueden constituir hipótesis avanzadas de trabajo: una mayoría social en Catalunya desea tener el derecho a pronunciarse al respecto de cómo resolver su situación de integración-asociación en el proyecto común o nación que es España, tan cierto como que tan solo una minoría de los catalanes apoyarían la independencia del territorio de lo que en la actualidad es la Comunidad Autónoma con respecto al resto de España. Parece que el resultado de las encuestas, vengan de donde vengan, y obviamente dependiendo de donde procedan el resultado será mayor o menor en uno u otro sentido, nos permiten partir de la anterior afirmación.
No obstante lo expresado anteriormente, los motivos por los cuales una mayoría de ciudadanos de Catalunya desean ejercer su derecho a decidir van desde el derecho natural de todo "pueblo" a adoptar sus propias decisiones, más allá de los estados, u organizaciones a las que se encuentras adscritas; hasta la palmaria pérdida de proyección social de las opciones más moderadas del siempre mayoritario y práctico nacionalismo catalán a la ausencia de mensaje y de presencia pública de los partidos denominados "constitucionalistas" en el escenario social actual.
Los ciudadanos asistimos incrédulos y ciertamente preocupados a lo que mediaticamente comienza a ser calificado de "choque de trenes" con una alegría que se acerca a la temeridad. Y digo esto porque lo que muchos consideran un enfrentamiento político y que tal metáfora encierra, en esencia constituye un auténtico problema social, que no puede ser resuelto, llegado a este punto, ni con medidas unilaterales, ni con posiciones de fuerza, ni siquiera trasladando la resolución de los mismos a los Tribunales de Justicia; estos, en todo caso, establecerán la resolución que proceda conforme al ordenamiento jurídico, pero no resolverán los problemas antes mencionados, y a estos no se puede trasladar la ineptitud para su resolución.
En principio, estas medidas, que debieran ser tratadas con sosiego, visión de futuro y sin plazos, y gestionadas por los elegidos por el pueblo para ello, muestran, una vez más, la incapacidad de los partidos políticos actuales a través de sus posicionamientos para ir más allá de la rentabilidad política de cada gesto, de cada imagen, de cada mensaje, en definitiva de dejar a un lado la estrategia en pos de una solución final.
Resulta a estas alturas tan irritante para el ciudadano normal la fijación de fechas y la consecución del denominado "proceso de desconexión del estado" como la respuesta del otro lado limitándose a la insultante obviedad de su ilegalidad y su traslado, una vez más, a los Tribunales, cuando este es un problema que deben resolver los ciudadanos de Catalunya y de España, pero no, tan solo, sus instituciones Judiciales.
Por este motivo, se hace necesario un "movimiento social" que, no solo desde Catalunya, sino desde el resto de España, conmine a los "maquinistas de la general" a que sean conscientes del rumbo que están tomando los acontecimientos y sientan las bases para un acuerdo negociado que reconduzca la situación actual y evite el por ellos, y tan solo por ellos, deseado choque de trenes de consecuencias, y no quiero seragorero, totalmente imprevisibles.
No permitamos que esta absurda mediocridad instalada en la clase política, se lleve por delante cuarenta años de convivencia.