Cristina Ogando
El infierno del verano
Es increíble que hace unos días estuviéramos celebrando el año nuevo y que por parpadear, nos encontremos una vez más en una estación tan complicada como lo es el verano.
Complicada por el turismo, el calor, las horas muertas, los planes y el querer trabajar y adelantar papeleo a pesar de que todas las instituciones están de vacaciones. Lo siento, pero el verano es molesto, ruidoso y hasta en cierto punto agobiante. Y también peligroso.
Porque no haremos ni diez días de esta engorrosa época del año y las noticias ya se han llenado de titulares sobre los primeros incendios forestales de la temporada. Personalmente, temo cuando vuelvan a hablar de Galicia.
Hace once años que el fuego asoló Pontevedra y A Coruña. Aquellos casi 2000 incendios que dejaron a familias en vilo durante 13 días. Me parece sorprendente que a día de hoy los pueda revivir con total nitidez.
Mi primera memoria sobre ese infierno fue del viernes que comenzó. Salía de casa de una amiga tras horas en la oscuridad viendo películas, aquí en la ciudad. Me pareció extraño ver el cielo gris por el hollín, pero no le di la importancia que merecía hasta que volví con mis padres y me dijeron lo que estaba pasando en Cotobade.
"Un incendio más" pensé, porque aunque pese, aquí estamos acostumbrados a que cada año el fuego se trague el precioso verde que ha creado Galicia. Claro que aquella vez, no fue uno más.
Recuerdo los gritos y los coches a toda velocidad por la general tocando el claxon, anunciando que se había encontrado un nuevo foco. Recuerdo despertarme a las cuatro de la mañana sudando del calor propio de agosto y encontrarme a mi abuela mirando por la ventana. Porque a pesar de ser de madrugada, la noche era más clara que nunca y un escalofriante muro de fuego crepitaba iluminando el monte. También recuerdo el miedo por mis padres y mis familiares, que a base de camiones cisterna y mangueras intentaron frenar el brutal avance de las llamas porque los bomberos no daban abasto. Y por supuesto, recuerdo los llantos por la desesperación, la frustración propia del cansancio por un trabajo que parecía inútil.
Ahora, años más tarde, cuando paso por las zonas afectadas, vuelve haber verde. Parece increíble que después de aquella hecatombe haya resurgido la vida a la que aún le queda mucho por crecer. Claro, que este paisaje solo dura unos metros, hasta que se alcanza Almofrei, donde se están recuperando del gran incendio del año pasado.
Es el cuento de nunca acabar.
Verano a verano, nos vemos obligados a revivir el horror de la destrucción forestal. No hay consuelo durante el resto del año si cuando llega julio y agosto lo perdemos todo. ¿Cómo es posible que dejemos que la historia se repita con tal facilidad? Podría ser agorera, y hablar sobre como la Ley de recalificación de suelo beneficia estos ataques contra el medio natural o como la madera quemada es un chollo para los que viven del sector. Como no conviene invertir en la limpieza de montes ni en aumento de los cuerpos de extinción. Pero ¡hey! Que no falte la foto de turno del político visitando los restos calcinados de lo que hace maravillosa esta comunidad.
Pero como digo, no quiero abrir la especulación del secreto a voces que todos conocemos cuando llega el calor.
Que luego digan que hacemos leña del árbol caído.