Marisa Lozano Fuego
Desinstrucción más-iva
Supongamos que hay una casta de seres tiernos y rebeldes. Un poco amos, un poco proscritos. Supongamos que viven en una especie de planeta gris llamado Tierra. Se alimentan de café y nicotina. Imaginemos que gustan de abrirse las venas para mirar si hay letras dentro. Son especímenes curiosos. Intensos, rotos, kamikazes. Vomitan poesía, manchan folios. Se suicidan en la palabra. Son Bukowski, Celaya, Larra, son Nietzsche y Saint- Exupéry. Son Nadie, son Nada, son Todo. Coagulan su propio sello. Regalan al mundo sus vísceras. Son aliens de una vocación, mártires. A su bilis le llaman obra.
Son condenados y gloria, gloria abierta con las manos sudadas. Imaginemos que una cepa mortal les acecha.
Les infecta y corroe las venas. Es una especie de marasmo que le dicta credos. Es una psicosis viviente que les dice “escribe, hazlo, hazlo”. En una galaxia vecina habita una cédula oscura que gusta de editar sus almas. Que cobra vidas, que les mete rayas y las alinea a su gusto. Por un precio. Les cobra su trabajo, les vende el favor de ser libres. Por supuesto, todos merecemos un bistec de croca en la mesa. Un Mencía para brindar.A la cédula le gustan las buenas digestiones. A los escritores también.
Pero tiran de Mc Donald's, y con los aros de cebolla tienen combustible. Desean ser escuchados y se pasean por los cafés con un cuaderno gastado y una oreja atenta. Mimosos.Furiosos. Mientras la cédula merienda.
Los escritores, estos currys que nos retrotraen con ternura al tiempo al tiempo de los Fraggel, son los engranajes de un sistema con la cúpula podrida.Ellos son los tornillos, la resina, el extracto. Los que la hacen girar y no meriendan. Pureza con honor y rabia. La cédula les pone ISBN y códigos de barras en la frente, les numera página a página. Mientras, ellos llaman a la puerta del Cielo sin importar que abra Luzbel.
Un día, el Cosmos explota. Planeta gris y verbo chillan. Infestan las aceras como globos borrachos de pintura. Los dardos penetran y la poesía se desparrama con una pandemia inmortal. La cédula debe rendirse. Depone sus armas y huele, toca el aroma de la rebelión. La irreverencia se desnuda y los proscritos ya son élite, élite de verbo y suspiro que no acepta la contención. La oscuridad ya se arrodilla. Supura la estulticia. Muerta. Los derechos levantan filas y se toman de las manos. En una galaxia lejana, nigromantes indignados pergeñan una desinstrucción más -IVA. Mientras, en el planeta gris los malditos trafican gloria. Pertrechados de lengua y manos, no necesitamos trincheras.