Beatriz Suárez-Vence Castro
Resistencia
Algo tiene de Quijote quien emprende algo que todo el mundo espera destinado al fracaso y tiene mucho más si, una vez emprendido, ese algo resiste frente a un entorno cambiante debido al progreso, sin que ese progreso tenga que ser necesariamente bueno.
Nosotros nos encargamos de dar significado a las palabras más allá de su definición pura. Quijote es, según el diccionario, además del "ingenioso hidalgo" creado por Cervantes: alguien que "defiende sus ideales ante todo y se esfuerza por cumplir objetivos de improbable consecución".
Progreso significa según el mismo diccionario: "Mejora o avance que experimenta una persona hacia un estado más desarrollado o más avanzado". Por el contrario, conservador es alguien "defensor de los valores tradicionales y reacio a las innovaciones".
Politizamos todo, y entre los términos progresista y conservador, las simpatías de la balanza se decantan hacia lo nuevo. No es malo que así sea, porque no renovarse es morir un poco pero ello no significa que haya que renovar absolutamente todos los espacios de nuestra vida y tirar todo lo antiguo de nuestro cuarto de estar. Las antigüedades tienen también su valor.
Recientemente cerraba sus puertas en Pontevedra un establecimiento muy querido por mí, para el que siempre guardaré, lo mismo que para sus propietarios, especialmente para Roberto, un recuerdo entrañable: el cyber dobleclick. En estos tiempos donde el wifi en casa es más imprescindible que el trastero, y el ordenador con su correspondiente impresora, lo primero que salvaríamos de un incendio, Rober y su socio Humberto crearon un reducto para aquellos pocos que no sucumbieron a los cantos de sirena de la informática en casa, de las cámaras web, de Skype diario, de conexión ininterrumpida con el ciberespacio.
En Dobleclick uno iba y se conectaba solo cuando verdaderamente lo necesitaba: cuando tenía un rato para hablar con su familia al otro lado del mundo, cuando no había más remedio que pasar la información a papel sin vomitar al planeta más celulosa de la que puede soportar o cuando, sin poder permitirse el último modelo de I-phone, tenía un rato para escuchar música.
Pero también en otras muchas situaciones que todos nos avergonzamos de reconocer en público pero existen en privado: cuando tus conocimientos de informática nivel usuario "de trote" no daban para solucionar una emergencia en el trabajo o cuando sin tener ordenador en casa necesitabas hacer una compra on –line o chatear un rato.
En todos estos momentos y en muchos más se podía recurrir a Roberto que, con extraordinaria amabilidad y paciencia, explicaba las veces que hiciera falta que la culpa de que no apareciese el documento extraviado no era del ordenador, que es una máquina más sensible de lo que parece y a la que hay que dispensar ciertos cuidados de vez en cuando.
Mucha gente acudía a él en busca de consejo para solucionar cualquier gestión que exigiera un conocimiento superior al de usuario. Y allí estaba Roberto, experto en trato al público de cualquier edad, que lo mismo programaba lo desprogramado que tranquilizaba a un cliente de cierta edad, superado por "las máquinas" o informaba a un jovencito de lo que era conveniente o no hacer para pasar de nivel en un juego.
Dobleclick era además un establecimiento dog-friendly, mucho antes de que el término en inglés se importara, como tantas otras cosas, para calificar locales en los que puedes entrar con tu perro. Pero no solo podías entrar con él: le daban la bienvenida con golosinas y mucho cariño, no como estrategia para no perder el cliente con mascota, sino de verdad, por el placer de hacerlo.
Tenía además, como todo local de barrio, su tertulia: Por allí pasaban los amigos, para hablar de lo último en videojuegos, de fútbol, de lo cara que está la vida o de lo que fuese. Para eso era además de establecimiento comercial, punto de encuentro de la gente más variada. Y así era gracias al buen hacer de quienes lo gestionaban.
Muchos somos quienes nos hemos entristecido al conocer la noticia de su cierre. Porque siempre que un negocio local baja sus verjas definitivamente, una parte del barrio desaparece con él y también porque las personas que lo regentaban han formado parte de tu día a día durante el tiempo que han estado allí y no sabes cómo seguirá su vida después de tener que renunciar a un proyecto que montaron con tanta ilusión y que han tenido que abandonar, seguramente, con dolor.
El cierre de locales como Cyberclick nos apena también porque supone una claudicación, obligada por las circunstancias, de un símbolo de resistencia del pez chico frente al grande, con toda la dosis que ese acto tiene de romanticismo, de lucha contra los gigantes sean o no molinos que acaben llevándose por delante, con su presencia imponente y abusona, los sueños de quien es aún capaz, pese a todo, de soñar.