Manuel Pérez Lourido
Tumbarte a ver pasar la vida
Llega un momento en la vida en que tumbarte a ver como pasa te convierte en un hombre sabio e incluso virtuoso. Tal vez no lo seas, pero lo parecerás y todos sabemos que hoy en día eso es lo único que importa. Solo tienes que tumbarte, literalmente, y contemplar como transcurre todo. No sirve quedarte de pie porque la vida es muy puñetera y puede pensar que quieres algo. Te ve allí, como al pairo, como ofreciéndote, e igual te manda un recado. No. Hay que buscarse un lugar cómodo sobre el que echarse cuantas más horas mejor, como hizo el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, que se encamó a los setenta y tres años y se quedó allí otros doce, hasta que falleció.
Puede que la vida te de cosas, incluso muchas cosas, algunas esperadas y otras no, pero siempre acaba pasando la factura. Cuando eres joven y atolondrado, valga la redundancia, y piensas que te la vas a comer sin patatas, la vida, lo que te comes son una cantidad de marrones que no vienen en los escritos. Y cometes estupideces tan grandes como afrontar tus mejores años, tu irrepetible estado de gracia, aquel del que va a depender tu bienestar futuro (y el de tus descendientes) envuelto en fases de embriagadez que se van superponiendo en una especie de disparatado intento de huida de ti mismo o del propio destino. Esas cosas hacen lo jóvenes y también los no tan jóvenes.
No es que servidor se haya apuntado a la liga antialcohólica, entre otras cosas porque en España no hay de eso. Tenemos la liga de fútbol, indisociable del consumo de alcohol, por cierto. Luego hay ligas menores de deportes aún más minoritarios. Pero nos estamos yendo del tema. Decíamos que la vida engancha y mucho y es conveniente aprender a desengancharse de ella. Hacerse el loco, ponerse en decúbito supino y dejar que los ríos sigan discurriendo hacia el mar... En esta tesitura uno puede ponerse a imaginar o simplemente echarse una siesta: la vida seguirá su curso exactamente igual que si estuviésemos despiertos, pero sin dar el coñazo.