Félix Hernáez Casal
Dicen que nunca se rinde
Si alguien me hubiera ofrecido la posibilidad de escribir con carácter previo un guión del partido del Sábado no habría tenido dudas que en mi diseño ideal habría colocado un gol granate en los primeros minutos de juego.
Ahora bien, lo que no habría tenido cabida en ese hipotético guión sería la incapacidad para defender una vez más el balón parado del rival que ayer costó un muy evitable tanto del empate; ni la segunda versión de la película "como fallarlas de todos los colores" que ya habíamos presenciado en la primera parte frente al Coruxo y que anteayer tuvo su continuación en los primeros 45 minutos jugados frente al Arandina y sobre todo tampoco habría incluido ni por asomo en mi plan de partido los nervios que una vez más atenazaron sin remedio al Pontevedra a lo largo de la segunda parte y que a punto estuvieron de dar al traste con una clasificación que hace menos de un mes parecía imposible que se pudiera complicar hasta ese extremo.
Y es que todo parecía de cara cuando Eneko Eizmendi aprovechó un balón suelto en el interior del área para hacer el primero. El Pontevedra que había salido con "falso nueve" al igual que el día del Tudelano, superaba por velocidad una y otra vez tanto por la izquierda como por la derecha al equipo burgalés y nada hacía presagiar que los corazones granates iban a acabar pasando una nueva sesión de tortura en la que las pulsaciones se dispararían por los aires ante la proximidad de un precipicio cada vez más cercano.
El caso es que el Pontevedra puso la primera piedra para el sufrimiento mediada la primera mitad cuando en la primera aproximación del rival no fue capaz de defender con un mínimo de contundencia un corner que terminó con un franco remate de cabeza ante el que nada pudo hacer Edu.
La segunda razón que explica el sufrimiento atravesado para ganar podemos encontrarla en la cantidad de oportunidades marradas antes del descanso. Hasta en seis o siete oportunidades el Pontevedra pudo adelantarse de nuevo pero tanto error ante el marco contrario no tuvo otra consecuencia que enviar a los vestuarios el partido con tablas en el marcador y con más de uno ya con la mosca detrás de la oreja ante lo que podría avecinarse tras el descanso.
Con el comienzo de la segunda parte, Iker Alegre aparecía en el césped en lugar de un buen Jacobo Millán que disputó como titular este decisivo partido de forma harto sorprendente y que de la misma forma se quedaba en la ducha sin que estuviera demasiado claro el motivo de tal decisión.
Lo cierto es que Luisito siguió sin verlo demasiado bien y antes de los diez minutos del segundo tiempo decidió agotar los cambios (sin ponderar quizá el riesgo de una posible lesión) y sacar al campo a Mateu Ferrer y Alex González en lugar de un apagado Mouriño y de Eneko Eizmendi que estaba protagonizando su mejor partido desde que llegó por estos lares desbordando casi cada vez que lo intentaba pero al que el técnico decidió sustituir también en ese doble relevo.
Y lo cierto es que a partir de ese momento el Pontevedra empezó a romperse. Ya se había empezado la segunda parte de forma atolondrada y precipitada pero la situación no hizo más que empeorar y esa facilidad que en la primera mitad se había tenido para penetrar en la defensa contraria empezó a mudar en escasez de ideas y un estado de nervios del que se contagió una grada que incluso en alguna ocasión mostró su disconformidad con lo que estaba presenciando.
Perdonó el Arandina hasta dos veces (una de ellas con balón al palo) y el Pontevedra siguió empujando. Sin orden ni concierto, sí, pero con una fe y una entrega que todavía concedían la posibilidad de un cuasi milagro en forma de gol que evitase una nueva decepción para la institución granate.
Añón que estuvo muy desafortunado toda la noche ( y toda la segunda vuelta) de cara a gol tuvo una muy buena que desaprovechó por tardar un mundo en disparar y Mateu tuvo otra de cabeza tan clara que haría saltar de su butaca a Santillana que no habría entendido como esa pelota no terminó en la red burgalesa.
El partido se acababa, el Arandina remaba y remaba como si se sostuviese en una barca en mar océana rodeada de numerosos tiburones y llegó por fin el minuto 87.
Alex González lo intenta otra vez sin éxito por banda izquierda pero cuando ya había sido superado por un defensa observa con grandes dosis de sorpresa como su pareja de baile "medio abandona" la jugada por un problema físico o un resbalón y le permite continuar con la bola para centrar al corazón del área de castigo. Allí Añón vuelve a dudar pero por suerte encuentra a Iker Alegre en posición pintiparada para rematar.
Y Alegre, en un segundo tan largo como maravilloso, ve llegar la pelota, amaga con ponerla a la izquierda provocando el vencimiento a ese lado del portero y la coloca a la derecha con maestría para lograr ese segundo tanto que ya parecía que no iba a llegar.
Se quebraba así la numantina resistencia de una Arandina que dado su lamentable comportamiento tras ese gol en forma de patadas navajeras y discusiones camorristas parecía haber descendido en ese mismo instante a una tercera división en la que a buen seguro encontrará buen acomodo a partir del próximo mes de Agosto.
Entre la desesperación y malos modos castellanos acabó el partido sin sustos de última hora y esa clasificación para la fase de ascenso que al comienzo de la temporada parecía una utopía se había conseguido por fin.
Ya clasificados; ya tranquilos después del maremagno de sensaciones que un partido como el del Sábado produce en todo aficionado granate, se impone una reflexión acerca del mérito de estos jugadores que han llevado a la entidad a una nueva fase de ascenso a segunda.
Nada menos que seis de los hombres que ayer saltaron al césped como titulares jugaban en el Pontevedra o en sus categorías inferiores hace apenas dos años cuando penábamos por tercera luchando por salir de un sótano oscuro para subir un peldaño hasta el pozo no menos oscuro que es la 2ªB.
Edu, Miguel, Bruno, Mouriño, Jacobo Millán y Kevin jugaban en ese Pontevedra de hace dos temporadas e incluso alguno de ellos lo hacía en el filial como el caso de Miguel Loureiro.
Es por tanto indiscutible que esta plantilla (en la que evidentemente existen jugadores de más calado como Trigo, Abel y ese Barco que habría seguido saliéndose en la segunda vuelta sino fuera por esas malditas lesiones tal y como le ha pasado a Alegre) ha exprimido a tope sus posibilidades y aunque con las limitaciones que sin duda tiene y que el Sábado volvieron a manifestarse ha defendido con tesón y orgullo esta camiseta de la que muchos estamos enamorados y han vuelto a colocar al club en la élite de una categoría de la que debemos salir disparados hacia arriba en no demasiado tiempo sin necesidad de tirar la casa por la ventana siempre y cuando se aúne en el trabajo la humildad con la determinación y el acierto.
En quince días nos visitará un rival todavía de nombre desconocido en la primera eliminatoria de la fase.
La pesada losa de piedra que se apoyaba en las espaldas de los nuestros cada vez que no se conseguía cristalizar la cuarta plaza ha sido destrozada en añicos el Sábado por la noche.
Ahora toca afrontar la eliminatoria con responsabilidad pero con frescura, conscientes de la dificultad pero con alegría.
Es muy difícil, sí. Pero aquí juega el Pontevedra y a mi equipo (ese que dicen que nunca se rinde) hai que roelo y mucho para echarlo a la lona.