José Benito García Iglesias
La contraportada de Santa María (Parte 2ª)
En 1888 Manuel Murguía, fundador y primer presidente de la Real Academia Gallega, se interesó por la contraportada de la basílica de Santa María La Mayor y se convirtió en el primero estudioso que intentó descifrar los relevos de esta contraportada.
Años después otros investigadores, entre los que se encontraban Villa-Amil y Castro, Álvarez Limeses y Ángel del Castillo, seguirán la línea marcada por Murguía y aunque se producen avances no se conseguirá desenmarañar los secretos y el porqué de muchas de esas representaciones.
Entre los años 1923 y 1930 la hispanista norteamericana Ruth Matilda Anderson, recorrió Galicia y otros puntos de España enviada por Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society of América, realizando miles de fotografías y comprando también un volumen grande de material gráfico a estudios fotográficos de la tierra. Sería ella quien realizaría un interesante reportaje fotográfico de la contraportada, con especial interés en la escena nº 33 y que años más tarde se identificó como la primera representación de la villa de Pontevedra.
Si numeramos los relevos de la contraportada, comenzando de derecha a izquierda y desde su parte inferior hacia la superior, tendríamos que los doce primeros son representaciones de pasajes bíblicos, incluidos los números quince y dieciséis. El diecinueve y el treinta y tres se corresponden a representaciones de Pontevedra en la Edad Media, y el resto sería una mezcla de paisajes, algunos de ellos infernales, personajes mitológicos y animales.
Aunque, claro está, es en estos donde surgen las mayores dudas pues no se les puede aplicar ninguna pauta para su entendimiento y se prestan a múltiples interpretaciones, aunque muchos parecen puestos al azar o para rellenar el espacio.
Puestos a buscarle una lógica, alguna de estas representaciones, en cuanto a paisajes infernales y desoladores, está muy relacionada con las pinturas de El Bosco y Bruegel el Viejo.
Debemos hacer mención a un acontecimiento que quizá no tenga nada de anecdótico, y es la presencia del bibliotecario de Felipe II, Ambrosio de Morales, en la Pontevedra de 1572. La referencia que hace de la villa, en su Viaje Santo, es pequeña al no poseer libros o reliquias de santos que les interesaran a las colecciones reales de El Escorial. Aún así, señala los dos monumentos renacentistas donde se representan emblemas, elementos y símbolos, que más enigmas entrañan de toda la villa, Santa María La Mayor y la Fuente de la Herrería, probablemente contengan un lenguaje que a nosotros se nos escape a la vista, pero que supone una comprensión algo más compleja y esotérica.
Ambrosio de Morales junto con el rey Felipe II coinciden en valorar sobremanera la obra de El Bosco, aborrecida por las mentes renacentistas, gracias a lo cual gran parte de la producción de este pintor holandés se encuentra hoy en día en el monasterio de El Escorial y en el Museo del Prado.
En la contraportada encontramos además otras figuras relacionadas con la muerte, como son las gorgonas, situadas sobre las pilastras, y una medusa en la clave interna del arco muy desgastada por la erosión.
Sirenas, gorgonas y medusa componen un conjunto cuyo nexo es una cordada de bolas que puede entenderse como una línea de flotadores de cortiza de una red y que se interpreta como la condenación eterna después de la muerte.
La contraportada se completa con la presencia de dos nichos avenerados sostenidos por ménsulas decoradas con figuras humanas a modo de atlantes, quienes cargan sobre sus espaldas el entablamento que da origen a los nichos. La figura del lado de la epístola lleva una muleta y su atuendo es el clásico del peregrino, se observa que lleva un zurrón del que cuelga una calabaza; lo mismo sucede con la del lado del evangelio, otro peregrino, aunque en este caso no lleva ni zurrón ni calabaza.
Las figuras de los peregrinos sirviendo como tenantes nos introducen en la temática del "homo viator" (hombre viajero-caminante), muy desenvuelta en la Edad Media. De la concepción del vivir humano como un continuo caminar participa tanto el cristianismo como otras religiones que le precedieron. Nada mejor que la representación de un peregrino para expresar el sentimiento itinerante de la vida.
De los dos nichos que albergan otras tantas esculturas podemos contemplar en el nicho del lado de la epístola a un arcaico San Pedro, según parece procedente de la antigua iglesia románica de Santa María, predecesora de este templo, y en el nicho del lado del evangelio a una talla más reciente del apóstol Santiago.
En las pilastras situadas a ambos lados de la puerta se representan, junto con elementos meramente decorativos, escenas e imágenes con claras connotaciones satíricas religiosas.
Un elemento pagano se repite en la portada y en la contraportada: la pareja de sirenas aladas o harpías, estos últimos seres híbridos constituidos por la cabeza de una mujer y el cuerpo de un ave. Las dos son representaciones del engaño y la muerte.