Cristina Ogando
Cada día, un gesto
Cada día un nuevo tema incendia las redes. Las rutinas diarias ahora consisten en sentarse a desayunar, un café, encender el móvil y que es lo última novedad que indignará al mundo durante un día. Qué sorpresa, que sea otro caso de machismo.
Puntual como un reloj de las estaciones antiguas de tren, el machismo no duda en aparecer bajo el foco de atención de la sociedad un día más. Pertinaz a soltar su último hálito, esta forma arcana de pensamiento tóxica sigue anclado en sus raíces como un parásito. Y debo preguntar ¿No están un poco hasta las narices de él?
Cuando la humedad o el moho aparece en nuestras casas nos falta tiempo para armarnos de productos de limpieza y eliminarlo de nuestro hogar. Porque es dañino, es veneno. Así como el machismo.
Sin embargo, y con la hipocresía que tanto caracteriza a los humanos, lo defendemos. Al contrario que su hermano que ha venido de visita a nuestro hogar, el machismo es como el abuelo que se sienta presidiendo la mesa. Es viejo, balbucea cosas incoherentes, pero claro, siempre ha estado ahí. Es un malo conocido que preferimos no cambiar por miedo al "malo por conocer". Por eso mantenemos nuestro Opel Corsa. Tiene más de veinte años, se queda calado al cambiar de marcha y la suspensión está tan jodida que cada badén de la ciudad (que no son pocos) es una montaña rusa. Y lo mantenemos como los animales de costumbres que somos.
Pero como el moho, el abuelo o el dichoso Opel Corsa que no arranca ni a patadas, el machismo es algo que hemos mantenido a pesar de saber que está mal y día a día no solo se cobra peleas en las calles o en las redes, también víctimas.
Afortunadamente, existen personas que intenta cambiar esto. Como cuando en el colegio te explican que el mundo se salva "cada día, un gesto", en la lucha del feminismo es lo mismo. Ayer mismo, sin ir más lejos, en una de estas charlas entre que llega y no llega el profesor, me comentaron un caso.
Los protagonistas eran un grupo de tres hombres mayores, pasado ya el medio siglo, que con todo el tiempo del mundo cuchicheaban en la entrada a la estación de tren de Santiago. A simple vista, y para quien haya pasado por allí, esto es muy normal. Siempre hay gente en la estación, esperando a alguien o haciendo tiempo a que llegué el siguiente tren (que vendrá hora y media más tarde). Lo curioso de este grupo, y según me comentaba mi compañera, era que esos hombres no hablaban de su vida, el fútbol o la mierda de tiempo que estamos teniendo. Era peor.
Un simple modus operandi imperaba en ellos. Pasa una estudiante por delante, ojos que siguen haciendo la radiografía pertinente y comentario lascivos al respecto. Pero no se engañen. Cuando digo lascivos no me refiero a los míticos "que buena está". Me refiero a comentarios nada disimulados del estilo "a esa me la follaba. Cuanto más jovencitas, más guarras y follables son. Yo la cogía por las caderas, la ponía de espaldas y me la follaba hasta que gritara" Así como se lo cuento. Y cerca para escuchar este teatro en honor al machismo español, estaba mi compañera.
Llegados a este punto, uno pensará que como viene a ser tradición en la sociedad, ella solo se habría limitado a observarlos con asco y escapar de allí. Afortunadamente, ella retomó lo que les comentaba al principio y es que el mundo se cambia con un gesto, cada día. Sin cortarse un pelo, les soltó cinco cosas a esos hombres que los dejó de piedra. Tal vez impresionados por haberse visto descubiertos o porque una mujer les estuviera viendo de esa forma.
Y es que es así, como podemos intentar echar al machismo de nuestra casa que es la sociedad. A estas alturas, estoy segura de que mucho podrían pensar que estoy loca. Una feminista más que escribe tonterías que a nadie les interesa. Es posible. Y no me importa. Porque pequeño o grande, este es mi pequeño gesto de hoy.
Esos hombres se pasan las mañanas en la estación por el simple placer de ver jóvenes estudiantes y comentar sus cuerpos cual ganado contorneándose solo para su deleite. Si alguna vez te los cruzas, no solo a ellos, si alguna vez te encuentras por la calle y alguien te grita algún comentario sobre tu cuerpo, te silba o te hace sentir incómoda. Si ves que alguien hace lo que estos hombres hacen. No te quedes callada/o.
Porque el feminismo no consiste en locos que no saben lo que dicen. Es sobre igualdad y respeto, por construir una sociedad donde todos podamos sentirnos seguros y cómodos.
Tal vez me esté dejando ir demasiado por el idealismo en estos artículos mensuales, pero me gusta pensar que este sueño sí que puede ser una realidad.