Félix Hernáez Casal
Aquellos partidos del Politécnico
Éramos casi unos críos y no nos jugábamos ni el bocadillo.
Toda la semana esperábamos ansiosos la llegada de la mañana del sábado para salir de nuestras casas "con la fresca" y muertos de frío acercarnos (con las galletas y el "cola cao" todavía en la garganta) a las deterioradas pistas del antiguamente llamado Politécnico.
Allí, unos mocosos de séptimo de EGB miraban retadores al otro lado de la pista de fútbol sala en la que muy relajados cinco estudiantes de octavo, nada menos que de octavo, esperaban el comienzo del partido semanal en el que aplastarían como siempre a los "paquetes" de enfrente.
No, no había ni un mísero bocadillo en juego aunque sí se peleaba por el orgullo de derrotar a los mayores y volver a casa medio "derrengados" con la ilusión de haber vencido a esos "bestias" que te miraban por encima del hombro.
Las derrotas se acumulaban mes tras mes sin remedio hasta que poco a poco mis compañeros y yo mismo nos acostumbramos a base de paciencia y resignación a los codazos, empujones y algún empellón que otro de los "veteranos" del colegio Príncipe Felipe que ya pensaban más en la aventura cada vez más próxima de la entrada en el Instituto que en los torpes intentos de sus rivales por tratar de subirse a sus barbas.
Hasta que llegó un día en que el partido adquirió un equilibrio desconocido. La primavera agonizaba y con ella el final de curso por lo que aquella oportunidad de vencer y romper esa barrera que parecía infranqueable podría no repetirse en un futuro.
De repente, una entrada de un jugador contrario sobre uno de mis amigos dentro del área resultó tan exagerada y evidente que incluso sin árbitro los "mayores" no pudieron negar la existencia del clamoroso penalti.
No quedaban mucho más de cinco minutos y el resultado en ese momento era de empate. En mi equipo había un par de jugadores con condiciones superiores al resto y cuya habilidad desde el punto fatídico se presumía mucho más fiable que la de mi otro compañero sobre el que se había cometido la pena máxima. Este, ni corto ni perezoso, cogió la pelota y como "Juan Palomo" que "cuando una cogía una se comía" agarró la pelota debajo del brazo y se dirigió sin mirar a nadie hacia el puntito blanco que indicaba el lugar del lanzamiento.
El resto nos miramos algo desconcertados al ver a nuestro entrañable y osado amigo colocar el balón. No había entrenador, ni segundo técnico ni delegado ni nada por el estilo. Sólo estábamos nosotros y el sentido común. Recuerdo que antes de que el lanzador cogiera carrerilla acerté a comentar" Ejem, "fulanito", ¿no sería mejor que "zutanito" o "menganito" fueran los que tirasen el dichoso penalti? Lo digo porque falta muy poco y habría que intentar meterlo como sea. Joder Félix, me contestó cariacontecido, creía que ninguno me iba a decir que estoy loco y que adonde voy. Estaba acojonado perdido pero como nadie decía nada pues al matadero iba…
Entre risas de alivio y confraternización, fue finalmente zutanito el que cogió aquella pelota y la pateó con saña sin que el orondo portero contrario pudiera evitar el golazo.
No pasó nada más aquella mañana tras la transformación del penalti y por fin logramos ganar a los muchachos de octavo antes de que el curso terminara y la "cosa" ya no tuviera remedio.
Ese partido no se ganó solo porque "zutanito" fuese al final el elegido para convertir el penalti. Antes de esa acción habíamos realizado un gran encuentro que nos había posibilitado llegar a ese punto con muchas opciones de triunfo. Y en los escasos minutos que faltaban también nos mantuvimos firmes y no ofrecimos posibilidades al rival para volver a equilibrar la balanza.
Nunca pudimos saber qué hubiera pasado si "fulanito" hubiera tirado ese penalti sin que nadie le hubiese preguntado antes si esa decisión le parecía la más acertada.
De lo que estoy seguro es que de haberlo fallado ni yo ni ningún otro miembro de mi equipo le hubiera "acusado" de haber impedido la victoria por su fallo. Su arrojado gesto de ir en busca del balón para asumir la responsabilidad resultaba digno de elogio y de necios habría sido recriminarle luego su decisión.
Eso sí, lejos de imputar responsabilidad alguna a "fulanito" por su hipotético fallo lo que estoy seguro es que el resto de los miembros del equipo sí habríamos pasado un tiempo enfadados y decepcionados con nosotros mismos por nuestro silencio y por no haber tratado de dotar a la situación con un mínimo de sentido común.
Lo que me resulta todavía más contrario a ese sentido común es que circunstancias como estas que no tienen demasiada importancia en partidos de chavales pueda suceder en un encuentro de importancia crucial, con entrenadores en la banda y con muchos intereses tanto deportivos como económicos en juego.
No, la culpa no es ni mucho menos de un Mateu que quiso coger "el toro por los cuernos" y conseguir un empate que nos habría sabido a caviar del bueno.
Ahora bien, aquellos que desde fuera no vieron o no quisieron ver como el jugador que ha transformado los cuatro penaltis de esta temporada con excelsa calidad (y en momentos casi todos ellos de máxima responsabilidad) no era el que se dirigía con la pelota a los once metros y no impidieron tal disparate sí deberían pasarse una temporada rumiando como no dotaron de un mínimo de sentido común y lógica deportiva a ese momento de tanta importancia para el Pontevedra CF.