José Benito García Iglesias
Cuando el son cubano cautivó el Urquín
Si tuviésemos que hacer una relación de los personajes ilustres que han vivido en nuestra ciudad, con estancias más o menos prolongadas, la nómina sería amplia y los nombres de los implicados muy llamativo.
Así, sin ánimo de extenderme demasiado, podemos recordar que Castelao llegó en el año 1916 para ocupar su plaza en el Instituto Geográfico Estadístico y durante veinte años vivió en nuestra ciudad, colaborando muy activamente en todas las iniciativas culturales y también políticas.
Otro ilustre de las letras, en este caso Valle-Inclán permaneció en la ciudad del Lérez desde 1893 hasta 1896, entre tertulias y exhibiciones de esgrima. Aquí publicó su primer libro, “Femeninas”.
Sin apearnos de la literatura, Concepción Arenal fue convecina nuestra durante el año y pico que vivió en la ciudad, de 1889 a 1990. Así nos lo recuerda una placa adosada a la fachada del edificio donde se albergaba en la calle de la Oliva.
Otros personajes, no menos ilustres, pasaban sus temporadas estivales en la “Boa Vila”, tal era el caso del matemático y premio Nobel de Literatura en 1905, José Echegaray, que pasaba sus vacaciones, desde junio hasta septiembre, en su “chalecito” próximo a Marín, y en bicicleta se desplazaba hasta la capital.
Incluso el virtuoso del violín Pablo Sarasate, cuando era un tierno infante, en 1852, se trasladó a Pontevedra donde continuó sus estudios musicales con el músico local Urbano Casasvellas, siendo asiduo a los ensayos de la banda del Regimiento Aragón que dirigía su padre.
Pero si hubo un personaje que dejó grato recuerdo y una profunda huella de su estadía en nuestra ciudad, ese no fue otro más que el inolvidable cantante cubano Antonio Machín. El más cubano de los españoles y el más español de los cubanos, como solían presentarlo.
En octubre de 1945 arribó Machín a Pontevedra y aquí permaneció durante los meses de esa temporada contratado por Antonio Hereder, gerente del Urquín, que se las ingenió para contratar al artista y con ello darle un aire de esplendor al establecimiento, el más renombrado de la ciudad que se ubicaba en la calle García Camba.
Para abaratar su contrato Machín llegó sin orquesta de acompañamiento, así que fue la Orquesta Sur, al frente de la cual estaba Juan Moldes Pazos, que en aquellos momentos era la titular del Urquín, la que le acompañó como grupo musical para sus actuaciones diarias de tarde y noche. Pronto se adaptaron y la compenetración fue perfecta, consiguiendo deleitar a la distinguida clientela que llenó como nunca ese salón.
El establecimiento había abierto sus puertas poco después del asentamiento en Marín de la Escuela Naval, al valorar sus propietarios la falta de un local de esas características en la ciudad y con las expectativas de ofrecer un establecimiento distinguido de ocio y restauración a los jefes, oficiales y alumnos de la Escuela Naval, así como a las familias con un mayor poder adquisitivo de la ciudad.
Pero parece ser que los gastos para su mantenimiento eran muy elevados y eso hizo inviable el continuar abierto, al cabo de unos años el Urquín tuvo que echar el cierre.
En la memoria de los pontevedreses quedó aquel inolvidable recuerdo del pasó del gran Antonio Machín por nuestra ciudad, a quien ya consideraban pontevedrés de adopción.
En 1977, Antonio Lugo Machín, hijo de un emigrante gallego llegado a Cuba, nos dejaba. Unos años más tarde, en 1994, el también músico cubano Compay Segundo, quien había cantado con Machín en los años cuarenta, se encontraba en Sevilla en una gira de conciertos y se enteró que Antonio Machín residía en su morada eterna en esa capital y no quiso dejarlo solo, sin los sones y el aroma de Cuba. Así que fue a visitar su tumba e interpretando «Angelitos negros» regó espontáneamente la morada de Machín, con ron cubano.
Desde entonces, y sin haber faltado un solo año a la cita, en su aniversario se repite esta tradición inaugurada por Compay Segundo en 1994. Ante su tumba se reúnen sus incondicionales, algunos ya son fijos en este homenaje, participa algún político local, representantes del Instituto Cubano de la Música, su sobrina, un grupo musical, y tras «Angelitos negros» y mientras el ron cae a modo de rocío sobre la lápida de mármol negro de Antonio Machín, el grupo musical que acompaña para la ocasión canta otro de sus inolvidables temas, ante una emocionada y agradecida concurrencia.