Kabalcanty
Detrás del maletón viene su hombre
Después de hacer el amor fumaban en la cama. Ella echaba ligeramente la cabeza hacia atrás, montándose sus cabellos rubios sobre el inicio de su espalda, al exhalar el humo del pitillo; él, contemplando el cenicero sobre el lecho, sopesaba algo en su cabeza que le marcaba tensión en los músculos de la mandíbula.
— Te veo muy pensativo, amor -dijo ella, reposando la cabeza en el hombro de él- ¿Te arrepientes de lo que hemos hecho?
Estaban casi a oscuras, sólo el resplandor del luminoso del bar de la calle convertía la estancia en trazos rojos y blancos. A través del ventanal se veían caer tímidos copos de nieve.
— Podremos vivir nuestro amor sin problemas, ahora tenemos dinero de sobra-dijo ella, besándole en el cuello.
Él se encontró con sus ojos y trató de sonreír, fue un gesto forzado que pronto se borró para volver a su abstracción.
— ¿Sabes cómo hacerlo? -mencionó él- Dijiste que trabajaste aquí durante algunos años.
— Claro -contestó ella, aplastando la colilla en el cenicero con desenvoltura- La trituradora de basuras funciona las veinticuatro horas; bajaremos de madrugada y todo listo............Porque......... -cogió una caja de colores dorados de su bolso- ¡tengo la tarjeta maestra!. Abre todas las puertas del hostal, la mismita con que abrí la puerta del jodido tacaño. Mírala, la ves.
Dio una carcajada abrazándose a él y agitó su pelo con una desbordada alegría.
— ¡¡Eres la hostia!! -exclamó él, secundando el abrazo- Pero.........pero estará el vigilante, seguro.
— Hace una ronda que dura unos dieciocho minutos, tiempo suficiente, amor.
Él había cambiado el aspecto de su rostro, ahora parecía menos preocupado, se diría que hasta feliz por la forma complaciente de cómo la escuchaba y sus dedos prietos sobre el costado de ella.
— ¿Sabes cuanta pasta guardaba en esa cajita de cartón el muy hijo de puta? -dijo ella, mirándole con los ojos muy abiertos tratando de dar a su frase un énfasis jocoso- Más de un millón de euros en billetes y monedas; lo conté así por encima mientras tú te las apañabas metiéndole en el maletón.
— ¿Solo de pedir en la puerta del metro? ¡¡Joder!!
— Sí, pero llevaba muchos años haciéndolo y de la mañana a la noche. Fíjate, el tío se podía permitir vivir en este tugurio de dos estrellas mientras en la calle era un mendigo. Flipas.
El maletón estaba un par de metros alejado de los pies de la cama, tenía las cremalleras y las cinchas de cuero bien cerradas; sobre las baldosas de cerámica se iba formando un charco sanguinolento que tendía a expandirse por debajo del somier de la cama.
Sobre las cuatro de la mañana arrastraron el maletón, poniéndole una doble sábana debajo, hasta el montacargas de servicio. Mientras esperaban oyeron el silencio silbar alumbrados sólo por las luces de emergencia. Él la besó en los labios y ella le devolvió una mueca de arrobo.
"Te quiero", añadió ella, cuando apareció la faja de luz del montacargas.
Tuvieron que tirar del maletón con fuerza para encaramarlo a la boca de la máquina trituradora. El artefacto estaba parado, silencioso, con una botonera de lucecitas parpadeando incesantemente.
— ¿Tienes controlada la ronda del vigilante? -preguntó él, sofocado por el esfuerzo. Él había tirado del maletón desde adelante, lo más pesado, mientras ella le ayudaba en la escalinata empujando en la trasera.
— No hay problema, además estará medio curda.
El vigilante estaba observando la escena por la rejilla de ventilación del cuarto de basuras; su respiración intensa tensaba y destensaba las tiras de polvo de la alambrera.
Ella pulsó la tecla del star de arranque y la trituradora rugió metálica.
— Joder, tía, vaya estruendo -dijo él un tanto alarmado- Esto se oye hasta en la puñetera calle.
Ella no dijo palabra, le hizo una seña para levantar el maletón y lanzarlo por la boca de la máquina. Se agacharon y tiraron con energía de las asas laterales hasta colocarla sobre el borde. Él todavía tenía la mano en el asa, cuando ella soltó la suya. La sacudida hizo rodar el maletón al fondo de la trituradora y poner medio cuerpo adentro al de él. Apenas la miró para sugerirle ayuda, cuando ella tiró de sus piernas hacia arriba con violencia. Su grito se confundió con un chasquido y un chapoteo instantáneo.
Ella estuvo unos segundos mirando cómo trabajaba la máquina hasta que la sorprendió la mano del vigilante rozándole la espalda.
— ¿Me puedo fiar de ti, amor?
Susurró el hombre con cierta sorna, cosquilleando la mejilla de ella con su bigote estilizado.
— Tú sí, eres mi hombre, vida mía. -dijo ella besándole con pasión- ¿Hiciste todo?
El vigilante se separó un poco de ella, pasándose la lengua por los labios, para sonreír con suficiencia.
— Por supuesto. Coloqué todo en la habitación del viejo, escribí una nota diciendo que se iba y dejé pagados tres meses para que todo quede en casa.
Ella le abrazó y apoyó su cabeza rubia en el pecho.
— Viviremos como Dios fuera de esta puta ciudad, cielo.
— No lo dudes -añadió el hombre, besándole los cabellos rubios- Ahora limpiamos la sangre del cuarto que ocupabais y dentro de cuatro días, a final de mes, pido la cuenta en la empresa y nos largamos.
Ella se separó ligeramente del pecho de él para mirarle con dedicación a los ojos.
— ¿Quién de los dos guardará la pasta?
— Guárdala tú en tu casa. -dijo el vigilante escudriñándola con templanza.
— ¿Te fías?
Ella lanzó una carcajada que quedó silenciada por un traqueteo intenso de la trituradora.
— Confío en ti porque te amo como un loco.
Dijo él y la volvió a besar tomándole el rostro con ternura.