Marga Díaz
El desafortunado tópico del funcionario que no trabaja
Al leer el artículo de colaboraciones del pasado jueves dos de marzo titulado "Donde mueren los sueños" se me ha planteado un dilema: mi duda estaba en si responder haciendo un alegato conforme a esa sangre caliente que desgraciadamente a veces me juega tan malas pasadas, o dejarlo pasar desapercibido como en algunas ocasiones, más bien pocas, resuelvo hacer.
Finalmente y quede claro que en alusión no solo a éste sino a muchos otros comentarios y críticas que circulan vía medios de prensa o vía redes sociales, me he decidido por lo primero y francamente debo decir que no con mucho placer, pues como colaboradora más o menos asidua de este periódico en una temática que de entrada resulta ser bastante aséptica, pretendo en principio mantener mi ideología y opiniones personales al margen del mismo.
De entrada señalaré que las generalizaciones y los clichés a mi entender desacreditan bastante y hacen perder fuerza a una crítica o un alegato. Más aún diré que personalmente me disgustan sobremanera y que llegan incluso a darme un cierto miedo. Me explico:
En primer lugar el uso del tópico se viene generalizando demasiado últimamente para denostar a cualquier colectivo que disgusta o que por alguna razón se quiere desacreditar. "Mujer tenía que ser" "los inmigrantes no vienen a trabajar sólo a cobrar las ayudas" o, porque no, "los estudiantes sólo se movilizan para ir al botellón". De ahí el miedo que me provoca, ya que esta estigmatización resulta ser un arma de gran utilidad y se convierte en un instrumento del que hace uso el Poder para entre otras cosas implementar con mayor impunidad sus políticas de recorte de derechos. El caso de los funcionarios resulta precisamente paradigmático: este fue el primer colectivo al que se recortó sus derechos: salario, días de libre disposición, todo muy bien orquestado y explicado de manera tendenciosa. Desde el gobierno se nos informaba del exceso de funcionarios con que contaba el Estado, la propia Esperanza Aguirre tachaba de vagos a los maestros y el presidente de la patronal (CEOE) Juan Rosel nos aleccionaba desde su sillón informándonos que los funcionarios estarían mejor en su casa sin gastar teléfono ni luz.
Ante tal despropósito de Sector Público sobredimensionado y por lo que se ve incluso excesivamente sobrevalorado no cabía otra alternativa que recortar en número y gasto en el colectivo de trabajadores, lo cual redundaría en una mejora en las cuentas públicas y por ende en nuestro Estado de Bienestar. Todo ello con la aquiescencia de la opinión pública que veía en el funcionariado al enemigo que estaba parasitando al sistema. Lástima que el tiempo, y no necesariamente mucho ha venido a demostrar lo contrario, ni nuestro sector público estaba sobredimensionado en cuanto a número de funcionarios, pues no es ni mucho menos de los mayores de Europa, ni como se ha visto se ha salvado el estado de bienestar, más bien al contrario ha continuado en decadencia restringiéndose en derechos y prestaciones además de sufrir en muchos casos la caída del consumo derivada de la pérdida de poder adquisitivo y seguridad de los empleados públicos.
En segundo lugar el tópico me disgusta porque creo que es una manera de afrontar los problemas de forma muy superficial olvidando el verdadero interés y complejidad de las situaciones. Como se suele decir "los árboles no nos dejan ver el bosque".
Es como si leyendo a Kafka en El Proceso nos limitáramos a interpretar que su crítica se dedica al funcionario o funcionarios que con suma incompetencia y hasta un punto de maldad dedican todo su esfuerzo a encausar y destruir a su protagonista Josef K. sin entender el verdadero alcance de la crítica Kafkiana: el Estado opresivo y opresor y el engranaje que participa del mismo y que podría incluso llegar a representarnos a todos.
Los trabajadores públicos no somos más que una pieza del sistema que sí, es admisible cuestionarse si funciona adecuadamente, pero este cuestionamiento lejos de ser exclusivo del ámbito funcionarial se podría hacer extensivo a cualquier otro: entiendo que todos hemos sufrido alguna vez en colas interminables las consecuencias de los recortes en plantilla de los bancos (privados), las largas listas de espera en hospitales (hoy en día ya no sólo en los públicos) o entre otros el malhumor de muchos trabajadores en el sector de hostelería (privado) agobiados por las interminables jornadas y las condiciones explotadoras de sus contratos.
En otras ocasiones por el contrario nos habremos sorprendido de la amabilidad con que estos mismos profesionales nos han tratado a pesar de su precariedad y no miento al afirmar que muchos de ellos han sido en un hospital, una oficina o un colegio público, en definitiva empleados públicos o si les parece mejor, funcionarios. Sin ánimo de caer en personalismos debo decir que por mi trabajo tengo contacto casi diario con establecimientos turísticos de Galicia y otras partes de España y que en muchos casos han mostrado su agradecimiento por la atención que han recibido y que en ocasiones va más allá de aquella a la que estamos obligados. Esto se hace extensivo a la gran mayoría de compañeros que gestionan algún tipo de actividad pública. Muchos de los funcionarios que hoy trabajamos en las Administraciones Públicas en cualquier ámbito (incluyendo la Universidad por ser el que se menciona en el artículo) hemos sido también estudiantes universitarios y sabemos de la importancia de los trámites para los alumnos, y no hemos opositado para como algunos pretenden, calentar un sillón. Los funcionarios tras haber opositado seguimos siendo personas "individuales" no somos una colectividad informe y despersonalizada.
Así que no caigamos en la trampa de la demonización de todo un colectivo con el peligro que ello supone. Quizá ahora que el "POR FAVOR NO FUMAR" está ya en desuso, el próximo cartel que deberíamos encontrarnos en los despachos de nuestras Administraciones Públicas sea "POR FAVOR NO ESTIGMATIZAR".