José Benito García Iglesias
Héroes de la Antártida. Parte segunda (y última)
Cuando Scott consiguió alcanzar su soñado y obsesivo destino, lo que se encontró fue la bandera noruega que había dejado, un mes antes, el explorador Amundsen y su equipo. De los cinco expedicionarios ingleses ninguno logró sobrevivir.
Scott y sus hombres perecieron cuando realizaban el camino de vuelta debido a la inanición, al agotamiento físico, al frío extremo y al escorbuto, quedando como recuerdo de aquella hazaña, a la que el escritor austriaco Stefan Zweig calificó como «uno de los cinco momentos estelares de la humanidad», sus diarios y sus fotografías.
La planificación de la expedición fue el factor que marcó la diferencia y contribuyó a que Scott fracasara dramáticamente y Amundsen lograse el éxito. El noruego utilizó para transportarse cuatro trineos y perros de raza groenlandesa, todos los perros estaban magníficamente adiestrados y Amundsen y sus hombres los controlaban a la perfección. Amundsen sacrificó a algunos de estos animales antes de llegar al Polo Sur y reservó su carne para el viaje de regreso, así disminuía la carga que se debía de transportar y garantizaba la alimentación de los perros supervivientes.
Scott se resistía a emplear perros, ya que detestaba la idea de sacrificar a unos cuantos para alimentar a los demás. Por este motivo los pocos que llevaba los mandó de vuelta cuando la situación fue empeorando. Contaba con tres trineos con motor que pronto se averiaron y con diecisiete ponies que cargaban pesados sacos con avena para su alimentación.
Los equinos se hundían en la nieve y al transpirar por todo el cuerpo su piel se congelaba, cuestión que no pasaba con los perros al transpirar a través de su lengua. Scott tuvo que ordenar su sacrifico. Sin animales como porteadores la expedición tuvo que continuar a pie cargando con su equipo.
La expedición de Amundsen tenía mejor equipamiento, ropa de más abrigo y mejores alimentos. Además, había aprendido técnicas de supervivencia de los indígenas de los climas árticos, algo que no hizo Scott, quien se limitó a seguir las indicaciones y consejos de sus predecesores en el Ártico y de sus superiores de la Royal Navy, quienes no quisieron o no supieron aprender demasiado de los inuit.
Exhaustos, hambrientos, con terribles congelaciones, desmoralizados por el fracaso de no ser los primeros en llegar al Polo Sur y con la completa seguridad de que no resistirían la travesía, Wilson, Evans, Scott, Oates y Bowers, emprendieron el viaje de retorno, pero jamás regresaron.
Tuvieron que soportar un frío extremo en su camino de vuelta, las nevadas intensas e incesantes y los terribles vientos. El primer miembro de la expedición de Scott que murió fue Evans, se encontraba lastimado tras una caída que lo había dejado malherido. Poco después falleció el capitán Lawrence Oates, quien padecía horribles congelaciones, incluso gangrena, una vieja herida de guerra reabierta y hasta parece que escorbuto. Había perdido la movilidad de un pie por la congelación, lo que obligó a sus compañeros a llevarlo a cuestas. Oates pidió a sus compañeros que lo abandonasen, pero ellos se negaron rotundamente.
Comprendiendo que era una carga para los demás, abandonó la tienda en medio de una terrible ventisca y a 43 grados bajo cero, decidió salir al inmisericorde exterior para dejar de ser una carga para sus compañeros y ofrecerles una posibilidad de supervivencia. Lo hizo con entereza y con un aparente desapego, pronunciando una célebre frase que lo convertiría en héroe: “Voy a salir y puede que tarde un rato”.
Nunca regresó, su cuerpo congelado reposa en algún lugar ignoto y salvaje cerca del Polo Sur. Ese día cumplía 32 años. No sirvió de nada, Scott y los otros dos miembros restantes del grupo, Wilson y Bowers, acabaron muriendo también, desnutridos, agotados y congelados.
El 12 de noviembre de 1912, se encontraron los cadáveres de los tres miembros de la expedición en su tienda. Bowers estaba envuelto en su saco y Wilson tenía las manos cruzadas sobre el pecho, parecía que ambos murieron mientras dormían. Scott tenía medio cuerpo fuera del saco y uno de sus brazos extendido hacia Wilson, había sido el último en morir. Junto a sus restos mortales se encontraron sus diarios. En el diario de Scott se podía leer:
“… me gustaría tener una historia que contar sobre la fortaleza, resistencia y valor de mis compañeros que removería el corazón de todos los ingleses. Estas torpes notas y nuestros cuerpos muertos, contarán la historia”
Murieron el 29 de marzo de 1912.