Félix Hernáez Casal
La niebla de Luz Ardiden
No se veía casi nada. La niebla era tan intensa que las imágenes captadas por las cámaras fijas en línea de meta tan solo alcanzaban a ofrecer la pancarta publicitaria indicadora del final de la etapa y un tramo pequeño de asfalto flanqueado por aficionados con chubasqueros que esperaban con ilusión la llegada de los ciclistas.
Todo lo demás era un blanco brumoso que acentuaba el carácter dantesco de la jornada uniendo las inclemencias climatológicas a la dureza de los puertos de aquella etapa pirenaica.
Corría el año 1985. En España el por aquel entonces Presidente del Gobierno y ahora consejero de una multinacional conseguía sacar adelante el referéndum de entrada en la OTAN y las mujeres accedían a la Policía Nacional por vez primera.
En el mundo, Gorbachov accedía al poder en la Unión Soviética, el volcán Nevado del Ruíz nos dejaba imágenes durísimas retransmitidas por televisión y algunos terroristas palestinos secuestraban el crucero italiano Achille Lauro.
Fue el año del famoso “we are the world” interpretado por las estrellas más rutilantes de la música internacional para recaudar fondos contra la pobreza infantil, de la trágica final de la Copa de Europa de fútbol disputada en el estadio Heysel de Bruselas con decenas de cadáveres rodeando el terreno de juego y el año en el que se fueron figuras importantes del mundo del cine como Orson Welles o Rock Hudson que muy poco tiempo atrás había emocionado al mundo reconociendo que padecía la enfermedad del SIDA.
A nivel mucho más modesto y particular, en ese mundo de un pontevedrés que experimentaba el difícil tránsito de la infancia a la adolescencia, 1985 fue un año en el que soñaba con aniquilar lagartos extraterrestres al lado de Mike Donovan en V, alucinaba con los diálogos entre Kit y Michael Knight en el coche fantástico, me dejaba llevar por los viajes en el tiempo de Marty y Doc en Regreso al Futuro, me desternillaba con las locuras de Murdock en el Equipo A y sobre todo quedaba marcado por la maravillosa aventura de Maiki y el resto de Los Gonnies mientras buscaban el tesoro perdido de Willy el Tuerto con la inestimable ayuda del desfigurado pero enternecedor Slot Fratelli.
En deportes, el Pontevedra del que ya era socio se movía en 2ª B tras su ascenso desde tercera ignorante del escalofriante número de temporadas que iba a permanecer en esa categoría y el Atlético de Madrid dirigido por mi añorado Luis Aragonés conseguía ganar la Copa del Rey venciendo al equipo de mi padre, el Athletic Club, por un ajustado 2-1.
Alain Prost ganaría ese año su primer mundial de Formula I y Michel Platini el premio al mejor futbolista del año.
Pero el mes de Julio por aquel entonces todavía era polarizado en materia deportiva por el Tour de Francia. No existían previas futbolísticas en pleno verano, ni ningún otro acontecimiento que opacase siquiera un poquito a esta gran ronda gala que arrebataba el sueño de sobremesa a muchos españoles que seguían los finales de etapa tanto por la tele como por las diferentes emisoras de radio.
Y ahora vuelve la niebla. Vuelven esas tomas fijas desde la meta en la que solo se adivinan algunas imágenes confusas y regresa igualmente el nerviosismo que sufría ese incipiente adolescente del que les he hablado sabedor de que Pedro Delgado, Perico, marchaba en cabeza de carrera luchando por conseguir su primer triunfo parcial en la mejor prueba ciclista del mundo.
La etapa se las traía. Los esforzados de la ruta debían ascender el Col de Aspin, luego el mítico y tremendo Tourmalet y finalmente el también famoso Luz Ardiden en cuya cima estaba situada la línea de llegada.
Durante la jornada fueron llegando a cuentagotas las noticias de la carrera. No había internet ni nada que se le pareciera y la información debíamos buscarla a golpe de breve reseña deportiva en los boletines radiofónicos emitidos cada hora del día. A través de los mismos, unos jóvenes Javier Ares y Pepe Gutiérrez arrojaban luz sobre lo que estaba pasando en las carreteras francesas.
Así, todo el mundo pudo enterarse que el equipo Seat Orbea para el que corría Perico había mandado por delante en lo que parecía una estrategia colectiva a José del Ramo en pleno ascenso del Aspin. Luego supimos que otro hombre de la escuadra, Pello Ruíz Cabestany había arrancado cerca del Tourmalet y tras unos kilómetros junto a Del Ramo había pasado a encabezar la etapa.
Finalmente, después de la hora de comer y alejados de la tentación de sucumbir a la modorra a la que empujaba la canícula, el plan parecía llegar a su última y decisiva fase cuando el propio Perico era el que atacaba y cogía la estela de su compañero que con generosidad y esfuerzo le llevaba hasta las faldas de Luz Ardiden protegiéndole del viento.
Y en ese punto, en pleno ascenso del último puerto, conecta la tele y.. ayy¡¡ la niebla es tan espesa que apenas deja traslucir las imágenes de las cámaras de las motos que acompañan a los ciclistas y que dependían de la señal de un helicóptero que no podía volar.
Volvemos a la radio y los nervios se ponen de punta cuando se informa que el gran escalador colombiano Lucho Herrera (que ganaría la Vuelta a España un par de años más tarde) demarraba del grupo perseguidor y se marchaba como un poseso tras el corredor segoviano.
Kilómetro a kilómetro el “escarabajo” limaba la diferencia que llevaba Delgado y todo parecía indicar que el sueño de la victoria se truncaría. Las cámaras televisivas seguían sin emitir más que imágenes entrecortadas que no eran aptas para calibrar el espacio que separaba a los dos ciclistas y por mucho que se posasen los ojos en “la caja tonta” intentando disolver la niebla a base de “mala uva” y pequeños golpes ingenuos a la pantalla nada daba resultado.
Pero finalmente se llega al último kilómetro y Perico seguía por delante. A base de riñones y clase todo indicaba que había podido contener al excelente “grimpeur” colombiano y que las diferencias se habían estabilizado. Pero lo cierto es que hasta que no apareciera la figura del Delgado cruzando la línea no había seguridad absoluta de casi nada.
Hasta que al fin una mancha azulada aparece en la dichosa cámara de llegada. Y sí es Perico y sí ha cruzado primero la línea de meta aguantando el envite de Herrera que haría lo propio unos segundos más tarde.
El español lo había conseguido. Había ganado su primera etapa en el Tour de Francia y no en un día cualquiera sino en una jornada durísima y de prestigio.
Después de esa victoria llegaron más y no solo en forma de etapas. Su agónico segundo puesto en la general del 87 superado por escaso margen por Roche; su gran victoria en el 88 sucediendo a Luis Ocaña en el historial de ganadores españoles de la ronda gala; su despiste antológico en el 89 llegando casi tres minutos tarde a la salida del prólogo lo que no le impidió acabar tercero aquella edición y después el declive...
Y lo que no se si mucha gente sabe es que ese declive comenzó en el mismo punto en el que en 1985 consiguió ganar su primera etapa, en Luz Ardiden.
En 1990 volvía a llegarse a este coloso pirenaico al final de una etapa importante. Por aquel entonces el segoviano corría en Banesto y a su lado ya pedaleaba con fuerza un navarro de 26 años llamado Miguel Indurain.
El plan aquella jornada era que Indurain llevase a Perico hasta cerca de meta para que este asestase el golpe final a la etapa. Pero las cosas no sucedieron así. Efectivamente, Indurain “tiró” del segoviano en las rampas de Luz Ardiden pero pronto se vio que las piernas no respondían al jefe de filas y en cambio las de aquel mocetón de Villaba no podían parar de pedalear.
En un momento dado, Delgado ya no pudo seguir el ritmo de su compañero que se fue como un cohete para lograr su segunda etapa en el Tour tras la lograda el año anterior en Cauterest y dejar claro que el reinado de Perico se había terminado y que de ahora en adelante empezaría la “tiranía” de Miguel Indurain.
Es la gloria y la miseria del deporte. En el mismo escenario en el que alzó por vez primera los brazos en el Tour, Perico veía años más tarde (esta vez en un día claro y caluroso) como una fuerza de la naturaleza inconmensurable pasaba a dominar y a convertirse en el referente absoluto de la prueba en la primera mitad de la década de los noventa.
Miguel nos emocionó, impresionó y enorgulleció pero a algunos en aquellos años de los ochenta en los que ganar una etapa en la gran ronda francesa parecía una heroicidad, Perico nos hizo SOÑAR y descubrir que uno de los nuestros podía ganar el Tour.
Por ello, el otrora adolescente convertido ahora en cascarrabias cuarentón le estará eternamente agradecido.