Manuel Pérez Lourido
Conversaciones de ascensor
El recinto de un ascensor común y corriente es el escenario de múltiples y variados encuentros en los que nos vemos involucrados en ocasiones a nuestro pesar. En todos los casos se nos plantea el dilema de la conversación. Es decir, conversar o no. No hacerlo puede resultar maleducado o natural, si nuestro acompañante/s no son conocidos. En el caso de topar con alguien con quien nos apetece charlar, sea alguien con quien tengamos trato o no, uno de los temas más socorridos es el del tiempo. Todos sabemos cómo va eso. Soltamos una frase casi a voleo sobre el tiempo que está haciendo y esperamos la respuesta. Es como el ping-pong. Sirves y esperas que devuelvan. La mayoría de la gente lo hace de buen grado, aliviada de salir del incómodo silencio. Lo normal es echar pestes del tiempo que hace. No es lo sano, ni lo lógico, pero sí lo habitual. Si llueve, porque llueve; si hace sol, porque te achicharras. Se trata, eso sí, de estar de acuerdo con el vecino: para dos minutos que tienes no te vas a pelear. Un día de estos le voy a soltar al podemita del 5º: "qué gran presidente fue Aznar!", así, sin venir a cuento, a ver cómo lo pillo... Igual me dice: "magnífico bigote" o "tremendos abdominales". Es lo más probable.
Otra norma ascensoril es que lo que pasa en el ascensor, se queda en el ascensor. Si alguien se echa un cuesco, que se va a notar, porque se nota, hay que mirar hacia arriba y disimular. Si acaso frotarse la nariz, nunca tapársela. Y jamás comentar el incidente a nadie. Arrieritos somos. Luego está cuando no lo pasas mal, sino peor. Yo solía pasarlo peor que mal de crío, cuando subía una señora o señorita con ropa apretada o escasa. Me ponía a un lado del elevador mirando estoicamente al frente para aguantarme las ganas de mirar. Si llegaba primero mi planta, salía como un tomate. Si salía ella, y se despedía con un saludo, me salía un hilo de voz. Si hubiese una avería y nos quedásemos encerrados, me hubiese muerto allí mismo. "Falleció de deseo, mirando fijamente una chapa metálica de Zardoya-Otis".
La cabina de un ascensor es un lugar fascinante incluso cuando uno viaja solo. La cantidad de cosas que se le pueden ocurrir a alguien durante un trayecto en ascensor, donde el tiempo pasa (está demostrado) diez veces más lentamente que fuera de él. Algunas de ellas, maldades. Así aparecen luego las paredes pintarrajeadas. Y no hablemos de la aventura de quedarse encerrado. Así que aquí lo dejamos, queridísimos/as.