María Biempica
Observadora internacional
En octubre del 2015 toqué fondo. Sin esperarlo, sin previo aviso, me sentí hundida y perdida ante lo que creía había sido un dulce sueño empapado en éxito.
Pero ella estaba allí. Observando desde la distancia. Siempre discreta pero pendiente de una, sin saberlo.
Yo pensaba que las únicas personas que cumplían esta función eran, por este orden, mi madre, mi padre, mis hermanos y por último, mis amigas de la infancia que conservo con mucho mimo. Los maridos son muchas cosas; amantes, compañeros, amigos, cómplices…pero no saben qué hacer cuando te hundes, cuando no eres capaz ni de respirar.
Por eso, insisto, ella estaba allí. Y cumplió su palabra. La que no está escrita, la que no se habla ni se predice. Cumplió su palabra de rescatarme. Y me invitó a su ciudad, Cartagena de Indias, en Colombia.
Bendita Colombia y bendita amistad.
Ella trabaja entre los dos países especializada en proyectos de desarrollo territorial sostenible. Podría decirse que estaba especializada en casos como el mío. Y días antes me predijo que sería un viaje transformador.
He de confesar que conozco muchas drogas que han pasado por mi vida de diferentes maneras. Físicamente las que menos (es una simple cuestión educacional, ya que mi madre me ha impedido probar gran parte de ellas y todo mentalmente, que ya tiene mérito. Es ofrecerme alguna sustancia rara y se me aparece su cara sonriendo abiertamente, orgullosa de su familia, orgullosa de mí haga lo que haga…sin castigos ni amenazas, pero haciéndome conocedora de los peligros que pueden traer). Tomar drogas con la cara de tu madre en tu cabeza resulta más bien aterrador. Envidio a los que ven duendes y llamas de colores.
Pero mi droga siempre fue una: Viajar. Me siento desgraciada, triste y alterada cuando llevo más de un mes sin hacer una maleta. Es algo que intento disimular, como hacen los adictos al alcohol, las pastillas para dormir o al sexo. Pero como toda droga, me tiene frita cuando no tengo dinero o tiempo para "ponerme".
Es una droga cara y cansada. Te obliga a distanciarte de tu familia, de tus hijos, de tus orígenes. Pero es tan excitante y te da un "viaje" distinto cada vez, que no puedo por más que lo he intentado pensar en la siguiente toma.
Con sólo saber que partiría hacia tierras bolivarenses, se me pasaron todos los males. Toda la tristeza. Maldita droga!!
Pasé una hora en el aeropuerto pensando dónde pasaría la noche, pues pasaban las doce de la madrugada en un país en el que anochece a las seis de la tarde y el único seguridad que paseaba solo por aquel aeropuerto, muy amablemente me anunció que en media hora cerrarían las puertas, invitándome a decidir si me quedaba fuera o dentro de las instalaciones, cuando apareció Piedad andando sonriente y relajada con su prima Rosario con la serenidad de quienes llevan horas bailando y disfrutando de la música de Quiebra Canto.
Y volví a nacer. Esa misma noche se hizo la luz. Se abrió una brecha. Y respiré profundamente.
Todo viaje es transformador. Hace que tus sentidos se agudicen para poder apreciar todos los olores, sabores y colores. Pero éste fue el viaje interno más delicioso con el que pude soñar.
Conocí la bella ciudad de Cartagena, impregnando mi esencia en su grandiosa muralla y en sus callejuelas coloreadas. Sus balcones resplandecientes, sus abanicos (ventiladores) en continuo funcionamiento eran la única manera de poder respirar, de poder seguir con vida. Un calor deliciosamente sofocante me recordaba a cada instante dónde estaba.
Respiré cada lugar y cada restaurante con la curiosidad de un bebé. Y bailé cada mañana. Bailé cada tarde y cada noche como si fuera la única razón por la que estaba allí.
Mi familia cartagenera me ayudó a conocer cada rincón. Conocer cada costumbre y conocer otra vida, otra forma de vida que no es la europea, que no conocía pero presentía tenía que existir. "En gran parte del mundo viven pendientes del consumismo a cambio de nuestro tiempo" dijo hace apenas unos días el expresidente Mújica. Y qué gran verdad.
Pensando que mi viaje no podía ser mejor, me llevaron a Mompox (antiguamente llamada Santa Cruz de Mompox) a siete horas en coche hacia el interior de Cartagena. Esta ciudad nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995 me abrió aún más el camino hacia mi interior, hacia mi destino, hacia mi pasado y mi presente.
Un viaje largo. Pero sumamente intenso y enriquecedor. Viví la Colombia mágica, con el río Magdalena como testigo de la más que lenta evolución humana.
La inspiración fue tan fuerte y abrumadora que me creí capaz de todo. Y me volví un ser superior. Es lo que tienen las drogas, así de simple.
Llegué a tener tantos poderes como los superhéroes que coleccionan mis hijos. Fui poderosa a la vez que especial y única. Tomé la ciudad como los antiguos conquistadores y me llené el karma para los próximos dos siglos con apenas escuchar jazz por las calles.
"Tiene swing"- decían muchos. Y lo tenía, claro que lo tenía.
Llena de energía y totalmente embriagada por la eterna ciudad de Mompox regresé a la costa.
Seguí contaminada ante tanta vida. Ante tanta grandiosidad. Y me enamoré perdidamente de Colombia.
Me presentaban como "María Biempica, Observadora Internacional…" Y vive Dios que lo fui.