Marga Díaz
Muere quien no viaja…
"Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música…" reza un poema de Martha Medeiros atribuido, parece ser que falsamente a Pablo Neruda. Esta frase nos sirve para reflexionar, además de sobre la, en ocasiones, dudosa veracidad de internet, acerca de la forma de gastar nuestro tiempo y en definitiva de apurar nuestras vidas.
Desde luego no descubrimos nada nuevo, el gusto por viajar viene de lejos en el tiempo. Ya en la Grecia Antigua se realizaban grandes viajes motivados por el ocio en sus distintas variantes: fiestas, peregrinaciones religiosas o acontecimientos deportivos como las Olimpiadas, provocaban grandes desplazamientos que convirtieron a los griegos en unos de los primeros amantes del viaje por placer. Los romanos, reconocidos amantes del ocio y del buen vivir también fueron los precursores del turismo como lo entendemos hoy en día. Así se llenó el Imperio Romano de calzadas y vías que desde luego fueron vitales para el comercio pero también para el ocio: la nobleza romana se desplazaba a las costas de Campania, al campo a descansar en las Villas o incluso a disfrutar de espectaculares Balnearios de aguas termales como Pamukkale y Hierápolis en Turquía.
De la misma época en que comienza este aprecio al viaje, data también el interés por narrarlo, y la historia se llena de testimonios de relatos viajeros que la enriquecen: Herodoto historiador y viajero de la antigua Grecia fue pionero en describir las maravillas del mundo antiguo al visitar entre otras las tierras de oriente, quedando impresionado con sus riquezas y su belleza.
Ya en la Edad Media los viajes daban cuenta sobre todo de la religiosidad del momento e hicieron famosos a muchos lugares considerados santos como Jerusalén, Roma o Santiago de Compostela. En Galicia sabemos mucho de esto pues el Camino de Santiago ha hecho perdurar la tradición y hoy nos sitúa como ruta primordial a nivel mundial y nos consolida como destino no solo religioso sino también cultural considerado desde hace años Patrimonio de la Humanidad. También aquí sabemos de literatura viajera, pues contamos con uno de los más destacables aunque tristemente famosos libros especializados en este tipo de literatura: El Códice Calixtino, una joya atribuida al monje Aymeric Picaud, que una vez recuperado descansa en el Museo Catedralicio de Santiago, y que contiene el que es considerado como la primera guía de viajes de la historia. El libro V del códice (Liber Peregrinatus) se reconoce como una guía detallada del camino de Santiago con profusas descripciones de lugares, de paisajes e incluso de las gentes del camino, así como recomendaciones de viaje para los peregrinos que se aventuraban a llegar a las tierras del apóstol.
También de la Edad Media pero escrito por muy distintos motivos, es conocido uno de los grandes libros de viajes de la historia: El libro de las Maravillas o Il Milione de Marco Polo, que se supone escribió o relató a su amigo y compañero en el presidio Rustichello de Pisa y que a pesar de ser considerado en ocasiones algo irreal o cuánto menos fantasioso, hace una descripción detallada y muy hermosa de muchos lugares del mundo. Hoy en su favor, y aún reconociendo la gran carga de fantasía y exageración se considera que tal vez muchas de las descripciones narradas que se vieron a los ojos de otras épocas como delirios del autor pudieron ser en gran parte ciertas, pero al describir ingenios, plantas y animales nunca vistos y desconocidos en las ciudades de Europa, no se entendieron como auténticas.
Posteriormente se han documentado gran cantidad de libros, relatos y narraciones que siguieron mostrando el interés incesante por el viaje, desde la época del Grand Tour, un fenómeno de la Ilustración que motivaba a artistas y en general jóvenes de clases acomodadas a viajar por toda Europa, hasta el siglo XX en que se consolida el turismo como sector fundamental en España y otros muchos países.
Precisamente en ese siglo un visionario escritor y dibujante de cómic, desde los años 30 en que tan difícil resultaba conocer mundo, ha venido transportado a niños y mayores a lugares impensables fuera de nuestra imaginación. Y desde aquí y por experiencia propia quiero reivindicar el papel de ese autor belga, Hergé, que de la mano de Tintín nos llevó a visitar templos mayas, desiertos, ciudades medievales africanas, o perdidos monasterios tibetanos.
Yo no sé si fue Tintín quien ayudó a fomentar esa vena viajera en toda una generación pero en mi caso y tal vez excitada la imaginación por su lectura, a cuatro hermanos nos une esa afición común, aunque debo reconocer que solo uno de nosotros la lleva casi al límite de lo posible con lo que consigue algo a mis ojos tan envidiable como es dar el salto de turista a viajero: los turistas viajamos, visitamos museos, iglesias, monumentos, lugares arqueológicos o paisajes espectaculares, pero el viajero además se implica, se mezcla y se empapa del lugar, de la gente, de las costumbres y del transcurrir de la vida allá donde va. Tan pronto disfruta de un cuatro estrellas como pernocta en una vulnerable tienda de campaña en plena sabana africana, o comparte hamaca en un barco entre nativos en el Amazonas. El viajero es un estado más elevado al que aspirar una vez que, los demás turistas "normales" hemos superado a dios gracias, el cutre binomio sol y playa.
Hoy en día, nuestra literatura está repleta de libros, revistas y guías especializadas que nos transportan a cualquier parte del mundo. Internet además contribuye en gran medida a hacernos viajar casi en tiempo real, sin embargo ni siquiera el prodigio de la realidad virtual puede suplir al auténtico viaje: la sensación de caminar por un bosque prehistórico, de rodearnos de rostros pétreos esculpidos que nos observan, de introducirnos en las entrañas de una pirámide o de contemplar durante un buen rato la grandeza o el detalle magistral de una catedral. Para ello no es imprescindible hacer largos y costosos viajes, pues la naturaleza, el arte y la belleza están hoy muy cerca, casi en todas partes… es cierto que muere lentamente quien no viaja, pero no es menos cierto que no viaja quien no quiere.