Félix Hernáez Casal
La canasta de Anna Cruz y el Arxil
Aquellos que me conocen saben que la "especialidad deportiva" que más he practicado a lo largo de mi vida es la coloquialmente denominada "sillón ball". Desde niño, mientras la mayoría de mis amigos jugaba en los parques o en las explanadas cercanas a sus casas con un balón, una peonza o unas canicas, yo me entretenía visionando un campeonato del mundo de atletismo o un europeo de natación en piscina corta. Lo malo es que este "deporte" al que me entregaba con total dedicación incluía además de la televisión y el sofá grandes dosis de palomitas, gusanitos, aquel refresco extremadamente azucarado llamado "tang" o mastodónticos vasos de cristal fino atiborrados de cola cao con leche (sí, no me he equivocado en el orden) además de galletas por doquier.
Por ello, al mismo tiempo que disfrutaba con las hazañas de Carl Lewis, Sebastian Coe, Michael Gross o Kristin Otto (y comprobaba el estupor que la mención de dichos nombres causaba en mis compañeros de clase) mi barriga iba cogiendo cada vez más grosor y mi rostro adquiriendo esa palidez característica de la falta de playa y exceso de tele.
Hasta que un buen día, harto de sufrir como un verdadero "ecce homo" en las clases de gimnasia del instituto y de tener que hacer verdaderos esfuerzos para abrocharme los pantalones decidí mantenerme fiel a mis aficiones televisivas pero sustituyendo el "sillón ball" por "la bici ball" y ni corto ni perezoso, frisando ya la mayoría de edad, cambié de sitio el sofá (que no la televisión) y lo sustituí por una "flamante" bicicleta estática con cuerda en la rueda y de un color verdiblanco que tiraba para atrás.
Así, a medida que los muchos kilos de más que acumulaba me iban abandonando a base de pedaladas y toneladas de sudor casero, pude seguir asistiendo a todas las gestas deportivas que me venían en gana convirtiéndome en un verdadero experto a la hora de valorar las posibilidades del atletismo escandinavo en una reunión de alto nivel.
Pero no sólo seguía con fruición los deportes individuales sino que los deportes colectivos atraían todavía más mi atención. Y una circunstancia que me llamaba poderosamente la atención era el extremado valor que en muchos de los países participantes se le daba a los éxitos de los equipos femeninos que atraían una gran cantidad de público a los estadios y canchas. No pasaba así ni mucho menos en España donde la cuota de pantalla de las selecciones femeninas hace varias décadas era ínfimo y el apoyo institucional e incluso empresarial más pequeño todavía lo que conllevaba que los resultados fueran casi siempre muy malos. De la misma forma la presencia en los medios de estos equipos era casi testimonial.
Hoy en día, el deporte femenino (al que todavía se trata en España tanto mediática como publicitariamente de manera muy desigual con respecto a los hombres) está en la vanguardia de nuestro panorama deportivo. De hecho, cuatro de los referentes en esta materia de nuestro país son mujeres, (Mireia Belmonte, Carolina Marín, Ruth Beitia y Maialen Chourraut).Todas campeonas olímpicas y figuras indiscutibles de sus especialidades. Junto a otras muchas incluso han sostenido estoicamente los medalleros de España en los diferentes torneos.
Pero quería centrarme en una de esas selecciones femeninas que tanto me han emocionado en los últimos tiempos, la de baloncesto. No se puede olvidar que ya en 1993 una gran generación con chicas como Boni Geuer, Carolina Múgica, Mónica Mesa o Marina Ferragut consiguieron el hito de proclamarse campeonas de Europa cuando el apoyo que recibían las mujeres era todavía menor que el de hoy en día. Pero la selección actual ha conseguido formar un grupo que concatena éxito tras éxito cada vez que juega un campeonato. Este equipo consiguió en 2013 (para no remontarnos más atrás) ser campeón de Europa al ganarle a una potentísima Francia una final heroica jugada en territorio galo. Al año siguiente, en 2014, se proclamaron subcampeonas del mundo y consiguieron igualmente vencer esta vez en semifinales al equipo anfitrión (Turquía) en otro gran encuentro. Sólo cedieron ante EE.UU., que en chicas sí que es un "dream team" sin maquillaje. Pero es que en 2015 y sin Sancho Lytle (la "Pau Gasol" de la selección femenina) se hicieron con el bronce en un nuevo europeo para otra vez sin Sancho obtener el mayor éxito de nuestro baloncesto femenino hace solo unos meses al cubrirse de plata en los Juegos Olímpicos de Río en donde sólo otra vez las americanas pudieron parar a nuestras jugadoras.
En este último torneo, en cuartos de final, España perdía con Turquía de ocho puntos a falta de tres minutos. Todo parecía perdido y el sueño de la gloria olímpica despedazado por las efectivas otomanas. Pero he aquí que en ese final apareció una escolta prodigiosa. Anna Cruz, ni corta ni perezosa cogió el mando y con la ayuda de Torrens metió a España en el encuentro a base de garra, empuje y categoría. A falta de muy pocos segundos para el final el resultado era de empate. Sacamos de fondo en campo rival y el balón llega a Anna que recorre más de media pista y ante la oposición de un par de rivales saca un tiro salvador que besa la red contraria a la par que la bocina final resuena en el pabellón brasileño. La alegría fue total, se había conseguido la hazaña y las semifinales que luego no fueron un escollo se habían alcanzado. Ese final pleno de lucha, de confianza, de creer hasta el final en la victoria resume no sólo la trayectoria de esta selección española de baloncesto que juega muy bien al baloncesto pero que cuando no llega ese juego tira de raza para ganar sino que es fiel reflejo del deporte femenino en general en esta España nuestra. Siempre en la sombra, siempre en silencio pero logrando triunfo tras triunfo que engalanan de manera majestuosa nuestro historial deportivo.
Si alguno de ustedes, lectores de este artículo, se pregunta dónde está la referencia local en este artículo, ahora llega la misma. Siempre me ha gustado mucho el baloncesto y en su versión masculina dicho deporte no ha cuajado nunca en nuestra ciudad. Posiblemente por lo que arrastra el Pontevedra CF y el balonmano, proyectos como el Baniforts o el Celso Míguez nunca han alcanzado un verdadero auge a la ribera del Lérez.
Pero sí existe y desde hace tiempo un equipo femenino de baloncesto, el Arxil, que a día de hoy pelea en la Liga Femenina 2 a base de trabajo y dedicación tratando de mejorar para llegar algún día a la máxima categoría de su deporte.
Les confieso que en los últimos tiempos han sido muchas las veces que me he propuesto acercarme al CGTD a presenciar un partido de las jugadoras verdes. E igualmente les digo que al final siempre encontraba alguna razón para aplazar dicha circunstancia (entre ellas la versión 2.0 de la bicicleta estática a la que he vuelto hace tan solo unos meses). Pero esa dejadez injusta que provoca que siga sin acudir a su pabellón, no me impide ser consciente que si lo hiciera podría ver a Minata Keita (que está de vuelta) sembrar el pánico debajo de los aros; o a Waleska Pérez dar equilibrio al equipo con su juego exterior y su ayuda dentro de la zona o a Román, Lago o Centeno aportar sus cualidades en beneficio del equipo.
Sí, el baloncesto sigue germinando en Pontevedra a través del Arxil y ese grupo de chicas que junto a su cuerpo técnico pelea este año por moverse en la zona alta de la clasificación. Quizá no tengan a Anna Cruz, Alba Torrens o Marta Xargay pero con humildad y trabajo buscan hacerse con un plano mayor en las páginas de los periódicos. Ojalá lo consigan.