Manuel Pérez Lourido
Episodios de sequedad en la boca (III)
Otro gran número de episodios de sequedad bucal podemos observarlos tras la compulsiva actividad de los fumadores. Un fumador que no es compulsivo ni es fumador ni es nada, solo alguien que coge un pitillo de vez en cuando. Tal vez no sabe qué hacer con las manos porque tiene los bolsillos llenos, es difícil detectar el verdadero detonante de la conducta de esos farsantes. Yo soy uno de ellos, consumidor de puritos, concretamente, que es la rama más rastrera de los fumadores no-fumadores. A mi no me importa lo ignominioso de mi actitud hacia el tabaco. Lo que me preocupa es la sequedad de boca, el picor en la garganta y el precio.
Me gusta fumar cuando nadie se lo espera. Soy un fumador emboscado. En una sobremesa de abstemios del tabaco, pero no de lo otro, enciendo un purito y todos experimentan una sobriedad repentina que aprovechan para gritarme, intentando que deponga mi actitud y que ponga el mini habano en el cubo de la basura. En otras ocasiones extraigo el mini paquete de puritos después de que alguien especialmente inspirado se haya puesto a dar la chapa sobre su experiencia de fumador y lo heroicamente que tuvo que bregar para librarse de esa lacra. Lo cuenta como si fuese una especie de Sandokán y los fumadores que no tuvieron tanta suerte como él una subespecie humana. Cuando contempla la cajita y el mechero, vuelve sus incrédulos ojos hacia mi, que pongo cara de tipo peligroso.
A la sequedad de boca con la que conviven los fumadores y los impostores, hay que añadir el sabor mierdoso que deja en la boca. Estuve a punto de escoger un adjetivo más suave para "sabor" pero ultimamente me va el hardcore. Así que no me pidan que defina como le queda a uno el aliento. Eso lo saber hacer mi señora con una precisión aterradora.
Por todo ello, lo normal es que los fumadores de cualquier ralea caigamos en la miseria de los chicles. O sea, en la miseria de tener que mascar chicle para enmascarar los efectos indeseables del tabaco en la cavidad bucal. Y lo más normal es que, una vez consigamos dejar definitivamente el tabaco, nos enganchemos a los chicles. Que también secan la boca, o más bien la resecan, pero eso ya otro día.