Manuel Pérez Lourido
Cosas de gatos
El año en que nací fue "el año del gato" en el horóscopo chino. Yo ni creo en los horóscopos ni en los chinos, pero me gustó saber aquello. Posteriormente escuché "The year of the cat" de Al Stewart y también me gustó. Puede decirse que estaba predestinado a escribir este artículo, de hecho, acabo de empezar a hacerlo.
Félix el gato, Casimiro (que nos daba las buenas noches), Gardfield, Azrael (el de los pitufos), Don Gato, el gato con botas, Silvestre, Tom (el de Jerry), los Aristogatos, el gato de Cheshire y, por supuesto, Gato Pérez. Es imposible transitar por la vida sin que un gato aparezca en ella. Me olvidaba incluir al gato que está triste y azul, mis disculpas a Roberto Carlos.
Los gatos nos gustan por muchas razones. Para empezar, son misteriosos y a los humanos siempre nos ha gustado el misterio. Es imposible comprender a un gato, como lo es ganarse su cariño o que nos siga adonde le digamos. Su displicencia afectiva nos engatusa. Engatusa, ¿se dan cuenta? Hasta creamos verbos con el nombre de este animal.
En los los albores de 1980 una cantante negra, Cherry Laine, petó las pistas de baile (ella no lo sabía entonces, pensaba que simplemente las llenaba) con Catch the cat, un hit en el que un felino se cargaba a un periquito y a una abuela (de un susto). Me ha gustado siempre el rockabilly de los Stray Cats ("gatos callejeros") y, por supuesto, el grandioso Cat Stevens.
Disculpen el ritmo abrupto de este texto, que camina a saltos, como imitando a los bichos a los que homenajea. Esos que viven en Facebook. Facebook es un red social que se inventó con el único fin de proporcionar a los mininos presencia mediática. Ahora, cientos de miles de esos gatos están muertos y Facebook es su cementerio virtual.
Estos días tengo una gata en casa, prestada. Es del novio de mi hija pequeña. Se llama Nala (la gata). En casa estamos todos locos por Nala. Al principio me hacía el duro y observaba envuelto en escepticismo los mimos que se le prodigaban. Hasta que un día se quedó la ventana del salón abierta y Nala salió a pasear hasta la de la vecina. Empecé a vociferar pidiendo que alguien llamase a los Bomberos, a la Cruz Roja y a los GEO. Creo que cité también a los hombres de Harrelson, ante el pasmo de mis hijas que aún hoy no saben quienes son.
Finalmente la gata desanduvo el camino y yo me postré de rodillas aliviado y satisfecho por no haberme comprometido a raparme al cero, no volver a maldecir a Pitingo y esas cosas que se prometen en momentos de desesperación.
Hubo un tiempo en que los perros ocupaban mis preferencias como a bicho al que tener alrededor, entrometiéndose, demandando comida y atención; pero hoy sin duda el gato es el animal que más suscita mi interés. Ha llegado uno a la edad en que le mola que pasen de él. Esto es filosofía vital y lo demás son cuentos chinos.