Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (17)
Se conocía popularmente como "La Cátedra" a un edificio municipal que, en la época franquista, fue uno de aquellos tele-club enfocados al entretenimiento de los ancianos de la barriada. En un principio fue un barracón de una sola planta en donde un bar y una sala para juegos de mesa disputaban espacio a la novedosa irrupción de la televisión, allá en la década de los sesenta. Quizás fuera en ese periodo de tiempo donde gozó "La Cátedra" de mayor entusiasmo social. Después, con la llegada de la democracia, se rehabilitó aquel centro cívico, se construyó una segunda planta y se adecentó el exterior con un jardín con la finalidad de utilizarlo para el ejercicio físico de todos los residentes en el barrio de Carabanchel. Se colocó una placa, ahora con el emblema de la Comunidad de Madrid, donde podía leerse que aquello era un Centro de Educación para Personas Adultas, aunque jamás dejó de ser "La Cátedra", sobre todo para los vecinos de Pan Bendito. Reconvertido en una modesta biblioteca y unas aulas para impartir cursos a los integrados en el Servicio Estatal para el Empleo, el centro fue cayendo en la dejadez y el olvido.
Sabedor de todo eso, K. no sintió extrañeza en comprobar el deterioro extremo del edifico y su conjunto. Observó cómo una maleza selvática se enmarañaba en el jardín con abigarrados residuos de basura. Antes de que la puerta de entrada chirriara como si no hubiese sido abierta en años, vio el cartel torcido de la Comunidad de Madrid y una frondosa tela de araña recubriendo sus letras.
En un desmesurado hall, al fondo, bajo una ventana enrejada repleta de polvo, un hombre arrugado parecía dormitar en una silla.
- Vaya, parece que el día se ha metido en juerga.
Dijo K. en voz alta y refiriéndose al taconeo y el repicar de castañuelas que se escuchaba en el piso superior.
El bedel salió de su sopor ayudándose en su incorporación con el filo de la enorme mesa, totalmente vacía, que le precedía.
- ¿En qué puedo ayudarle? -preguntó el bedel, reprimiendo un bostezo.
- Me gustaría hablar con Manuel Gandeay Heredia sobre un curso de informática en el que estoy muy interesado. He hablado con los de la oficina de empleo y me han dicho que es este señor el que me puede informar.
El bedel era un tipo muy delgado con la cabeza pelada y barba de varios días. Sobre la chaqueta azul marino de su uniforme lucían varios manchones de las solapas como si fueran condecoraciones al más guarro.
- Pues no suele ser ese el cauce habitual -le dijo, acercándose mientras se raspaba la barba del cuello- Lo normal es que usted rellene una solicitud en la oficina de empleo, o aquí mismo sí quiere, y vía sms se le comunicaría el inicio del curso, si lo consideran oportuno los mediadores de empleo. De todas formar Manolo, bueno, el señor Gandeay, no está en este momento en su despacho.
- Tengo conocimientos de informática y me gustaría personalmente hablar con él para adaptarme al nivel de curso adecuado. ¿Cuándo podría verle?
El bedel se encogió de hombros y, visiblemente, dejó de tener interés por K. retornando a su puesto detrás de la gigantesca mesa.
K. prendió un cigarrillo al salir de nuevo a la calle. Enfrente, en los aledaños de un colmado chino, unos diez o doce jóvenes comían y bebían apoyados sobre los coches y otros sentados en el bordillo de la acera. Pensó unos segundos y se acercó a ellos con decisión.
- Hola, chicos, -dijo al llegar- ¿no estaréis haciendo un curso del paro aquí en La Cátedra? Es que voy a apuntarme a uno y quiero ver cómo va la movida.
Todos tenían esa pinta inequívoca de la escolarización fracasada. Una mirada ajena, desconfiada, suficiente como defensa, y la impronta de la dejadez en sus ademanes. Vestían ropas de hipermercado o rastrillo y la mayoría sonreía mirando de medio lado a K.
- Pero no te parece que eres un poco viejuno para cursitos.
Le dijo uno, dando un trago a su brick de zumo y levantando un murmullo de hilaridad.
- La hija de una amiga mía me dijo hace unos meses que este era un sitio muy bueno para aprender informática.-dijo K. con todo el aplomo de su experiencia- Lo mismo alguno de vosotros la conocéis, se llama Leticia Gómez.
K. se percató que dos de los chicos le miraron y fueron separándose del grupo.
- Este es un puto "madero" -dijo uno de ellos, el más retirado.
El grupo de jóvenes escudriñó a K.
- No, tíos, no soy poli......pero tampoco quiero aprender informática.-K. hizo un lapso breve para evaluar- Simplemente me gustaría saber si alguno de vosotros conocisteis a Leticia. Sé que estuvo en un curso aquí hace unos meses.
La mayoría había dejado de comer o beber, se miraban entre ellos sonriendo o haciendo gestos.
K. seguía con los ojos a los dos chicos del grupo que se distanciaron y que le observaban desafiantes sin decirse nada entre ellos. De súbito, uno de los dos se acercó resolutivo a K. y se plantó cara a cara.
- Mira, sombreritos, aquí los cursos duran tres meses tope y pasa mucha gente ¿vale? A esa tipa que preguntas no la conocemos ¿Por qué no le preguntas a su madre, tu amiga?
La agresividad del joven se reflejaba en el gesto desdeñoso de sus labios y en sus ojos punzantes.
- Déjale, Robert, que seguro que es de la pasma. -dijo, acercándose una muchacha negra, rotunda en sus formas y de más estatura que él.
La chica atrajo a Robert por la cintura besándole ligeramente en el cuello. A través de unas mallas gris claro se le marcaba el tanga en su enorme culo respingón cuando se fueron alejando del grupo.
- Si llévatelo Leo, -añadió el otro joven que acompañaba a Robert en la distancia- no vaya a ser que el gilipollas se meta en un lío por el pavo este.