Manuel Pérez Lourido
Mucho ingleses
Nota aclaratoria: a lo largo del texto se usará la licencia poco poética de llamar ingleses a los británicos. Por abreviar y por jorobarlos.
Dicen por ahí que el Reino Unido ha decidido salirse de la UE. Error: nunca han estado en ella. Eso lo sabe cualquiera que haya visitado Gran Bretaña en los últimos cuarenta y tres años, que son los que lleva simulando que están con nosotros. Aquello siempre ha sido una isla dentro de Europa (eso a ver quien lo niega) y así es imposible.
Los ingleses sí que son muy ingleses y mucho ingleses. Le dieron cuerda al mundo hace tres siglos y ya no hubo quien los parase. Unos cuantos devotos, hartos del trato que recibían, cruzaron el charco hacia la tierra prometida y fundaron el País de las Maravillas. Un laboratorio de lo mejor y lo peor que podría dar de si la civilización occidental (lo de civilización es ironía).
El sistema parlamentario inglés, que se enraiza en la Edad Media, pasa por ser uno de los más antiguos del mundo. Esto de ser raritos les viene de muy atrás. Mientras otros hacíamos churrasco con ejemplares de homo sapiens, ellos tenían un amago de democracia parlamentaria. Mientras ellos inventaron la Cámara de los Comunes, nosotros inventábamos la de los Horrores. Solemos destacar por un tipo de crueldad gruesa, paleta, muy evidente y marrullera. Ellos, en cambio, gastan un tipo de retorcimiento más retorcido (como esta misma expresión). O sea, que son refinados hasta cuando se ensañan (y son mucho de ensañarse). Un inglés es capaz de llamarte hijo de las cuatro letras mirándote de frente y con una sonrisa en la boca, más allá de los dientes. Una sonrisa de esas ante las que hay que echarse a temblar cuando las sacan a relucir.
Nunca olvidaré el chorreo que le calló a Elton John por llorar tras interpretar una canción en la despedida a su amiga Lady Di. Lo pusieron verde por no aguantarse el llanto. En un funeral. Después tienen salidas buenísimas: le llaman Down under (“abajo debajo”) a Australia, por ejemplo.
Primera consecuencia práctica del Brexit: miles de jovenzuelos europeos entran a saco en Amazon UK para aprovecharse el hostiazo de la libra. Esto parece poca cosa, salvo si es usted un jovenzuelo.
Todo este asunto del Brexit no hace sino confirmarnos algo que ya sospechábamos: no hay nada más inglés que un inglés.
Otra: el Ibex 35 se ha ido al garete. Cuesta poco decirlo, pero es terrible. Sobre todo porque vaya usted a saber qué es en realidad el Ibex 35 y no digamos el garete. Ha habido una sensación general de estupor porque, en el fondo, nos creímos las encuestas. Habrá que empezar a considerarlas parte de la propaganda. Los ingleses no. Los ingleses creen en bien pocas cosas y son todas inglesas. Si hasta se montaron una iglesia propia para que Enrique VIII se pudiese divorciar a gusto.
Ahora cabe preguntarse, más por despecho que por averiguar, si los británicos saben de verdad lo que han votado. Aquí, sin ir más lejos, nuestros políticos ignoraban qué habíamos votado y nos han hecho repetir las elecciones, o sea que no es tan raro. Quiere uno pensar que en el Reino Unido han votado con las tripas en lugar de con el cerebro, que se han dejado llevar por un patriotismo mal entendido y por la xenofobia más cerril, pero claro, también pueden ser esto las razones del amante despechado enumerando los defectos de quien le abandonó. Es inevitable una sensación de rechazo, salvo que seas de extrema derecha, y no digamos francés, que cogerás agujetas dando botes de alegría.
La vida sigue igual, dijo uno. Será para ti que eres rico, contestó otro, pero nadie le oyó.