José Benito García Iglesias
Sabino Torres y los poetas de la colección Benito Soto. Una pequeña luz en la "longa noite de pedra"
Esta semana nos ha sorprendido la triste noticia del fallecimiento en Madrid de Sabino Torres Ferrer, poeta, escritor, editor, periodista, miembro de la Real Academia Galega… un referente intelectual en la vida cultural de nuestra ciudad a quien la Pontevedra de los años cuarenta y cincuenta no supo valorar y trató con cierta indiferencia.
Sabino Torres fue un intelectual inconformista, una mente creativa adelantada a su tiempo en una Pontevedra reacia a aceptar toda novedad que se apartaba de los círculos manejados por las estructuras del régimen, donde la cultura e intelectualidad está supeditada a unos pocos. Esa Pontevedra a Sabino le estrangulaba sus inquietudes creativas e intelectuales como un mortífero dogal y así dejó escrito que cuando se marchó para Madrid, en 1953, lo hizo asfixiado por una ciudad en la que no creía y daba la espalda a sus proyectos.
Los poetas y artistas que constituían el universo Sabino, estrellas entre las que se encontraban, Manuel Cuña Novás, Emilio Álvarez Negreira, Celso Emilio Ferreiro, Agustín Portela, Rafael Alonso… no se conformaban con una gris realidad que no colmaba sus satisfacciones, que ahogaba sus esperanzas, que mutilaba sus sueños, ellos formaban tertulias donde se hablaba de poesía y se leía poesía, realizaban exposiciones, escribían artículos periodísticos, colaboraban en toda actividad cultural de la ciudad e incluso creaban proyectos editoriales de poesía en gallego. Eran unos inconformistas, pensaban que podían cambiar el mundo y navegaban contracorriente, porque para ellos lo importante era llevar sus sueños a un puerto seguro donde dejasen fluir su creatividad y lo hacían, en muchas ocasiones, en paralelo a la "intelectualidad oficial".
He esperado a verme inmerso en mi último trabajo para, por fin, ponerme en contacto con Sabino Torres y, lamentablemente, ya era demasiado tarde, y lo lamento, porque he tenido ocasión de acercarme antes a él y por diversas circunstancias lo fui dejando para otro día, hasta que cuando lo hice, fue ya en su ocaso. Aún así, gracias a Miguel Lorenzo y a su hermano Gerardo, pudo aclararme, con enorme amabilidad, dado su estado de salud, ciertas cuestiones que tenía interés en comentarle y que formarán parte de mi último libro, en el que Sabino tiene su protagonismo, como no podía ser de otra manera.
Una de estas cuestiones, que me aclaró, hace referencia a un oscuro y sórdido episodio acaecido en nuestra ciudad a finales del siglo XIX, y que solamente he sabido de él al leer la obra de Sabino. Claro que no sabía hasta que punto este pasaje estaba novelado, de ahí que me interesase en preguntarle por él. La respuesta fue que el episodio sucedió realmente y el personaje existió de verdad, lo que sucede que Sabino lo recubrió con unas pinceladas novelescas. La historia es la siguiente:
En plena disputa entre el concejo y la Sociedad Arqueológica por el derribo de las Ruinas de Santo Domingo, pues el concejo estaba dispuesto a alinear esa calle y no cedía en su derecho a derruirlas y don Casto Sampedro al frente de la Arqueológica luchaba por conservarlas. Cuestión de la que salieron victoriosos, después de una larga lucha, los de la Sociedad Arqueológica. El concejo no se dio por vencido y urdieron un siniestro plan: volar con dinamita las viejas ruinas del convento. Así como ellos decían: "muerto el perro, se acabó la rabia". Para llevar adelante este plan, entraron en contacto con un anarquista catalán dispuesto a ejecutar tan bárbara acción. Cierto día llegó a Pontevedra el anarquista contratado, estudió concienzudamente el lugar y la forma de colocar los cartuchos de dinamita necesarios para derribar aquellas ruinas. Amparado por la oscuridad de la noche preparó el explosivo necesario y acabada la tarea se fue a dar un paseo por la ciudad. Llovía ligeramente, pero la dinamita no corría peligro, pues la preservara de esta contingencia. Llegada la hora de prender las mechas, el anarquista escucho llorar a unos niños, y a un noctámbulo que apareció por el lugar le preguntó que era aquel caserón pegado a las ruinas de donde procedían los lloros de los críos. El hombre le contó que esa era la inclusa, y los lloros eran de los chiquillos que estaban allí acogidos. El anarquista tuvo compasión de los pequeños que nada tenían que ver con lo que se planeaba y que seguramente saldrían dañados con las piedras de la voladura. No lo pensó dos veces, retiró todos los cartuchos, los metió de nuevo en su macuto y se perdió entre las sombras de la noche. Los ediles aguardaban en el Concejo el atronador ruido de la dinamita y no entendieron el silencio que siguió a las campanadas de la medianoche en el reloj de la ciudad, la hora convenida.
Como bien nos dice Sabino: llegar a la ciudad que hoy en día tenemos, no siempre fue sencillo, y en ocasiones, nuestros gobernantes, por su poca visión de futuro, por intereses particulares o por su escasa intelectualidad, crearon una permanente contienda en que el resultado, a pesar de ser positivo, conllevó a irreparables pérdidas de nuestro patrimonio.
Miña nai, cando m´eu morra,
se morrera en Pontevedra,
nacerán rosas na cova.
Recordando esta cantiga que leyó Sánchez Cantón, en el III Congreso Internacional de Poesía en 1954, y con la que remata su libro "Crónicas dun tempo escondido. Pontevedra 1930-1960".
Sabino plasmaba la siguiente reflexión:
"Na miña cova (mármore e cemento nun columbario na Almudena) non nacerán rosas. Quizás nun pequeno xardín, en Pontevedra, unha flor ventureira xurda solitária dando conta da miña derradeira fuxida".
Esa flor, ya ha surgido. Hasta siempre "Sabio" Sabino.