Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (8)
Sonó dos veces el despertador y lo apagó de un manotazo. Aún estuvo unos minutos en la cama posado sus ojos inexpresivos, carentes de curiosidad, negros como noche cerrada sin luna, en las obleas de pintura ajada del techo del cuarto. Vistiéndose, cavilando en lo que tenía que hacer esa mañana, se tiró un sonoro pedo que hizo gemir a la mujer desnuda que había en la cama a la vez que cambiaba de posición. Él la escudriñó casi con repugnancia, despreciativo, observando las nalgas sobresaliendo entre las sábanas. Sin terminar de abrocharse la camisa, le dio un violento azote en el culo con la mano bien abierta. La mujer pegó un respingo incorporándose en el lecho.
- ¿Se puede saber qué coño haces, hijo de puta?
Le gritó ella, fuera de sí.
- Vamos, a la calle de una jodida vez; se acabó el polvo, putón.
La mujer se fue levantando despaciosamente, tocándose el cachete de la nalga y maldiciendo en voz queda.
- ¡Vamos, hostias! -dijo el hombre con furia y le lanzó el ovillo con la ropa de la mujer a la espalda- No quiero verte, ramera. ¡Vete!
Fue hacia el extremo de la cama, la tomó de un brazo y la sacó a la escalera todavía a medio vestir.
La mujer juraba y maldecía, intentando zafarse de la garra de él infructuosamente, hasta que la puerta la hizo desaparecer.
Se calentó café y se untó tres rebanadas de pan con margarina. Comió. Fue a por papel de fumar de una estantería semivacía y lio un pitillo con el tabaco que alojaba una lata metálica de galletas danesas. Luego se acercó al clavo donde colgaba su anticuada cazadora Wrangler y se largó dando portazo que retumbó escaleras abajo.
En la Oficina de Empleo esperó la fila hasta que le sellaron la demanda de empleo. Nadie podía imaginarse lo que le molestaba estar alrededor de tantos miserables con el rostro de perdedores atravesándoles la jeta, con su bullir de meros ratones acorralados cuya maldición es la existencia. Los aborrecía en lo más hondo de su ser y no se molestaba en disimular su odio ofendiéndoles con su mirada cortante, indiscreta, todo lo jactanciosa que puede acumular un hombre cuya vida se refocila en lo abyecto porque sólo ello encuentra sentido en su cosmos terrenal. Una opción entre tantas.
En la Plaza de Santo Domingo compró un paquete de Ideales en el estanco. Consultó el fondo de su cartera y decidió sentarse en unas terrazas enfrente del parking subterráneo de la Plaza. Pidió una jarra de cerveza acompañándola con un pitillo.
La temprana primavera soleaba la mitad de la Plaza dejando en la sombra a las terrazas de los bares hasta casi el mediodía. El hombre se subió el cuello de la cazadora recogiendo sus cabellos crespos en un bucle que abultaba el final de su cuello.
Consultó la hora en el móvil y confirmó que le quedaban unos setenta minutos para la cita en la Plaza de España. Pidió otra jarra al camarero. Bajo su mesa, opulentas y glotonas, las palomas urbanas picoteaban las patatas fritas que él les tiraba desde el plato de su aperitivo. Una mueca ladeada surgía como una risita en su rostro.
Antes de dirigirse al banco acordado en la Plaza de España, compró dos latas de medio litro de cerveza en una tienda de chinos del final de la calle Leganitos.
- Oye, chinorri, sácalas del fondo, de las más frías que tengas ¿vale?- dijo autoritariamente, elevando la voz.
A las doce y media en punto apareció el otro hombre. Tal y cómo lo recordaba de unos casi siete meses atrás, venía vestido de la misma forma: cazadora negra de cuero, vaqueros pitillo y unas enormes gafas de sol cubriéndole parte de la cara.
Se sentó a su lado y le ofreció un cigarrillo Benson & Hedges Gold que el otro cogió, ofreciéndole este una de las latas de cerveza. "No, es demasiado pronto para mí", dijo con voz grave. Tenía el pelo largo y liso, con exceso de grasa quizás, recogido en una coleta.
- Tenemos otro trabajo para ti -comentó, lanzando el humo para englobar, en la distancia, las estatuas de Don Quijote y Sancho en una nebulosa blancuzca- La tía va a ser una negrata de diecinueve tacos. La tenemos localizada y el viernes 23 tenemos preparada la sesión. El coche alquilado lo dejamos en la calle de las otras dos veces, un megane blanco con una pegatina del Real Madrid encima del intermitente izquierdo.
Lo mismo que la otra vez: te la damos medio sedada y tú de deshaces de ella en menos de veinticuatro horas. El coche lo dejas aparcado en la calle de la Luna, una vez que hayas dejado a la negrata bien segura en tu casa. ¿Ok, amigo?
Bebió una trago largo de cerveza y chascó la lengua sin contestar nada. El otro le miró a través de sus gafas negras e hizo un ademán con ambas manos exigiendo respuesta.
- Ahora os va a costar cinco mil. Es demasiado riesgo, si me trincan me dejo la piel en la trena -acabó contestando con una sonrisa irónica pintada en el rostro y sin perder ojo a su reflejo sobre las gafas de sol.
- Al patrón no suelen gustarle las imposiciones ajenas -dijo, mordiéndose el labio inferior- Tiene el poder bajo el sobaco y muy mala hostia, te lo aseguro, amigo.
Dio otro tiento a la lata y eructó.
- Yo soy uno de los que reparten la mala hostia en este jodido mundo, a-mi-go.
Volvieron a mirarse fijamente.
- De los polis no tienes que preocuparte. Digamos que están en el ajo, son como si fueran camaradas. ¿Te han dado la barrila, acaso?
- Cinco mil, sin más palabrería, a tocateja y la misma noche que me lleve a la piba.
- Tengo que hacer una llamada. Espera un minuto.
Se retiró del banco para hablar con el móvil. Al cabo de unos diez minutos, volvió envuelto en la humareda de otro Benson & Hedges Gold.
- De acuerdo, cinco mil. El viernes 23 a partir de las cuadro de la mañana en la calle de las otras dos veces: bajo de la calle Fereluz, ya sabes. No nos jodas, ¿eh?
El otro levantó el pulgar a modo de despedida.