Manuel Pérez Lourido
Conectamos con el vacío
Si algún día se hace compatible con la vida la suspensión de funciones cerebrales, me uniré a los espectadores de Gran Hermano, en cualquiera de sus variadas presentaciones: la de frikis desconocidos o la de frikis populares y menesterosos. Como ven, estoy al tanto. De hecho, hace un rato he escuchado una frase totémica, poderosa, evocadora, inapelable, y no sé como he podido sortear el peligro de continuar con mi zapeo. La frase era: "Conectamos con la casa". Tremendo.
Uno piensa al instante en el desaparecido David Bowie y su "Space Oddity", o en "2001, una odisea en el espacio" de Kubrik o en cualquier otra obra magna que haga referencia a espacios y odiseas, disculpen que no sepa citar alguna otra. Uno piensa al instante que está a las puertas de que le conecten con algo inefable, aunque le digan que va a ser con una casa. La mente se abre a cientos de posibilidades a cual más maravillosa, en las que el destino del ser humano será abordado, diseccionado, desentrañado y explicado. Y con repaso para los torpes, como sin duda es mi caso.
La devoción con la que una buena parte de la audiencia sigue este tipo de programas es directamente proporcional a la estulticia de seres como un servidor, que atisban los encantos de los mismos pero son incapaces de disfrutarlos. "Conectamos con la casa". Tanta grandielocuencia no puede ser en vano. "No eres tú, Jordi, soy yo", pienso encogido en mi incapacidad eréctil ante el erotismo de tan suculenta oferta televisiva. Se trata una evidente disfunción: el programa es muy bueno pero no me pone. Me pongo a pensar: tal vez me falte ritmo, tal vez me pille fuera de juego, se me haya pasado el arroz, echado los años encima. Me veo como un talludito padre de familia (con perdón del feminismo militante que me esté leyendo) que ya no sabe disfrutar de la fruta de temporada. Tal vez el problema sea este precisamente: ponerse a pensar.
En las noches de invierno que nos quedan por delante, programas de gran calado como GH seguirán ofreciendo sus tentadores encantos a una población a la que ni el fútbol ni la política consiguen encandilar del todo. Solo sosos, internautas y propensos al envejecimiento prematuro permanecen ajenos a esa oferta.