Manuel Pérez Lourido
Política de implicación
Todos perdemos cosas de vez en cuando. Me pasa mucho ultimamente, cosas de poco valor: una sudadera de mercadillo, un mechero azul, unas gafas de lectura de los chinos, docenas de bolígrafos. A veces se pierden cosas más valiosas, como la compostura. Si uno se fija un poco en los carteles publicitarios vivientes en que se convierten los líderes políticos en campaña, el afán de destacar causa estragos. La mentira ha bajado de precio. La estupidez también. Se supone que es el peaje de la democracia: lo hacemos de esta manera porque no hay otra mejor o porque no sabemos hacerlo mejor, y gracias.
Ya casi nadie se toma la molestia de leeerse los programas electorales. Durante la primera legislatura de esta cosa llamada democracia los distintos partidos repartían facsímiles con sus propuestas electorales. Hoy, como si fuésemos retrasado o perezosos, o ambas cosas, nos las desgranan desde periódicos, radio y televisión pero lo hacen como si estuviesen vendiendo el cupón de los ciegos. Y, a juzgar por lo que hacen después con esas promesas, está claro quiénes somos los ciegos.
Los llamados "debates" televisados han acabado siendo un escaparate de egos y suele ganar quien consigue mantener el suyo más a raya, o quien ataca al resto con más elegancia o quien se carcajea menos de sus oponentes. Hasta un encuentro por internet entre casi todos los candidatos (faltaba el de siempre) organizado por un medio de un lobby de la comunicación acabó como la subasta del pescado. Hablaban tan deprisa para aprovechar su turno que la explicación de sus iniciativa soltada a la carrerilla te hacía pensar si no estarían retransmitiendo desde la lonja de Marín.
Los medios de comunicación sirven a los intereses empresariales que los sostienen, que mantienen lazos comerciales con una o varias formaciones, a veces de signo contrario. El sesgo de las noticias y de los programas es evidente. Hay algunas entrevistas que parecen sesiones de masaje.
Internet sigue siendo, si uno se toma el tiempo de indagar en esa jungla, el medio más plural para informarse. La verdad, o los atisbos de ella, siempre han circulado a ras de suelo. O bajo él. "Las palabras de los profetas están escritas en las paredes del metro" escribía Paul Simon en los 60's.
El votante de a pie tiene su cuota de poder que ejercer: así es en un régimen democrático. Manifestar su parecer solamente ante la urna puede etiquetarse como dejación de funciones. Implicarse, asociarse, militar en el ejercicio diario de la ciudadanía es imprescindible sino queremos ser tratados como clientes.
Podemos poner el ejemplo del documental sobre el accidente de la curva de Angrois. Muchas veces es la iniciativa privada, individual o colectiva, la que enciende la luz sobre las tinieblas oficiales. No podemos dejar todo en manos de Jordi Évole.