Sara Castro
Sobre el Fracaso Escolar
Muchos son los autores que se empeñan en seguir midiendo “objetivamente” las variables que garantizan un buen y apoteósico fracaso escolar. Obvio. Todo es culpa del niño y de sus circunstancias, ¿cómo no?
Por poner un ejemplo, en el libro Fracaso y abandono escolar en España, los autores realizan un minucioso análisis acerca del fracaso escolar, tratando de definir cuantitativamente el riesgo de abandono educativo en función de 4 factores propios de la realidad individual de cada alumno: su origen social, sexo, migración y estructura familiar. Operativizando estas 4 variables a través de los datos obtenidos en diferentes encuestas y pruebas de carácter educativo, este estudio intenta esclarecer el peso que cada uno de estos factores tiene como predictor del fracaso escolar en España, a fin de establecer una “lista” de indicadores de riesgo en forma de probabilidades objetivas.
Siempre al parecer de quien escribe esta crítica, la perspectiva de los autores se entierra en la primera impresión que, a priori, florece indiscutiblemente objetiva en forma de datos bien medidos: el problema está en los alumnos y sus circunstancias, se acierta a concluir. Este delicado asunto es tratado aquí desde una óptica centrada únicamente en la situación social del alumno fracasado, indultando casi por completo a la Escuela como institución de cualquier posible responsabilidad por cualquier fracaso dentro de sus muros.
Sin embargo, un análisis holístico de esta realidad nos lleva inevitablemente a cuestionarnos la rotundidad del parecer y conclusión de este texto acerca de los factores determinantes del fracaso escolar en nuestro país y, por supuesto, en el resto del mundo. ¿Es realmente la situación social y familiar del alumno lo que determina el riesgo de fracaso educativo? En respuesta, tal vez lo que algunos vayan a considerar una dura reflexión: la función social de la Escuela por excelencia es “preparar para la vida”, por definición, garantizar que la persona - única, individual, especial y llena de potencialidades fantásticas - que entra en la escuela, saldrá convertida en un ser impersonal y alienado - acorde y válido para las necesidades de una colectividad donde lo ideal es ser como el resto, esto es: el arte de repetir.
Desde esta perspectiva, infrecuentemente considerada, la Escuela es comparable a una gran y magnífica fotocopiadora que vela por la fidelidad de sus copias a un modelo ideal de individuo de máximo valor para una sociedad determinada, donde lo único que se premia es la habilidad para repetir; repetir patrones deseables, habilidades deseables, conocimientos deseables, comportamientos y decisiones deseables...En definitiva, intentar obtener individuos acordes a los principios, estructuras y normas de la sociedad imperante a fin de garantizar su continuidad.
Así, los sistemas educativos se han centrado siempre en conseguir y potenciar la repetición en lugar de la creación, en pro de la supervivencia social y en contra del descubrimiento y desarrollo de las potencialidades de nuestro Ser individual. Siempre que un alumno es diferente al resto por algún motivo, se considera que tiene un problema que debe ser solucionado, tratando de que vuelva al “buen camino”; el camino de la repetición y de la norma. Esto ocurre porque las sociedades no contemplan ni valoran habilidades distintas a las que, por utilidad para la comunidad y por tradición, tienen ya un valor establecido y aceptado.
Volviendo al texto anteriormente citado, esta consideración se relaciona con el hecho de que los alumnos inmigrantes tengan, según el análisis de este libro, un mayor riesgo de fracaso escolar, y es que el sistema educativo de cada país persigue graduados que encajen y sean útiles dentro de su propia filosofía y estructura social, por lo que ¿cómo pueden encajar aquí personas de otros países u otras culturas, si por mucho que nuestro sistema abogue por la igualdad de derechos y por el derecho a la diferencia, lo único que quiere y pretende es que todos seamos útiles dentro de los límites de nuestra propia y pobre comunidad?
Por ello, en última instancia, no se trata de fracaso escolar, sino del sentido y finalidad de la Educación en sí misma. Mientras lo que prime en nuestra sociedad sea un currículum brillante, un buen trabajo y un estatus económico elevado, así serán los objetivos de la educación y de nuestra Escuela, y únicamente en ello se basará la calificación de éxito o fracaso. Esos valores primarán siempre sobre cualquier otro, y la “buena educación” seguirá centrada en preparar a los individuos para ser competitivos en la jungla que nosotros mismos hemos creado, y cuyas posibilidades se reducen a ser la persona con más formación e información pero, quizás, no la mejor Educada, en todo su sentido.
Por ello, concluyo desde la total apología a la singularidad y la terquedad de cada uno de nosotros, y al juicio grande y libre de quienes pueden ver desde más allá, abogando por una profunda reflexión que nos lleve a considerar la posibilidad de que el fracaso escolar pueda comenzar, no en el individuo, sino en nuestra propia Escuela.