Beatriz Suárez-Vence Castro
Aprender enseñando
El pasado cinco de octubre se celebró el día mundial del docente.
Atrás van quedando aquellos tiempos en los que el profesor era el dios de la clase, dueño y señor de un sacrosanto lugar. La educación ha evolucionado hacia un intercambio de conocimientos entre profesor y alumno.
Recuerdo con pena mis clases en la Facultad de Derecho en las que el profesor llegaba, vomitaba sus conocimientos encima de nosotros y se marchaba sin dar siquiera los buenos días. Encima de la mesa dejaba el libro de seiscientas páginas, por él escrito, para que nos lo aprendiésemos de memoria y lo vomitásemos también en el examen subsiguiente. Así un curso tras otro, hasta que decidí, como muchos otros compañeros, que aquello no era para mí. El proceso tenía, por supuesto, honrosas excepciones y recuerdo, en cambio, con cariño las clases en que gracias a un profesor hábil, más preocupado de transmitir lo que sabía que de mostrar cuántos conocimiento acumulaba, nos hacía sentir el Derecho como algo vivo, razonable, con alma, que intentaba destripar para nosotros sin querer plantarlo de una sola vez, como un ficus, cuyas ramas crecerían luego en nuestra cabeza hasta salirnos por la nariz y las orejas. Había destellos en las aulas de profesores vocacionales, comunicadores que invitaban a participar. Pero eran rara avis.
Los tiempos están cambiando y desde los primeros cursos de infantil se intenta hacer del aula un lugar de encuentro entre dos generaciones distintas, alumno y profesor que, sin perderse el mutuo respeto, se comprendan una a la otra e interactúen.
En el concepto de Flipped classroom, (clase al revés), por ejemplo, se trabajan aquellos conocimientos que necesitan una explicación práctica y lo teórico se estudia en casa, con ayuda de las nuevas tecnologías. El profesor no deja de tener una parte activa pue, incluso puede elaborar él mismo los contenidos, si lo considera necesario. De una manera más general, guiará a los alumnos para que sepan dónde buscar los conocimientos que necesitan aprender, actuando de filtro, ya que no todo lo que circula por la red es didáctico.
Las salidas del aula a la calle, a lugares públicos como teatros, museos, parques, también es, a mi modo de ver, un complemento perfecto para que los alumnos entiendan que lo que explicamos en el aula no es algo abstracto, si no que forma parte de su mundo, el mismo mundo que habita también su profesor.
Muchos docentes tienen miedo a las nuevas formas de enseñar porque piensan que acabarán por ningunearles y harán que pierdan poder ante la clase. Sin embargo, su papel no disminuye, simplemente cambia de enfoque y sigue ocupando un lugar esencial.
El antiguo modelo de autoridad no funciona. Todos conocemos los tristes casos en que los profesores pierden completamente su puesto en la clase merced a alumnnos verbal y físicamente agresivos y por supuesto la culpa no debe atribuirse a la falta de carácter del profesor. El cambio de rol autoritario del profesor no debe en ningún caso dejarlo a merced de cualquier adolescente que se crea con derecho a tomar el control y a ejercer el mismo patrón abusador que antaño tenían algunos profesores. Si eso sucede estaremos fracasando en la implantación de un nuevo modelo. Por eso debemos ser muy cuidadosos a la hora de repartir las posiciones que el nuevo modelo educativo propone.
Las aulas serán más lúdicas pero siempre respetando las reglas del juego dadas por el profesor. No hay que olvidar que la teoría, sin excesos, es una parte fundamental del aprendizaje. Si la parte práctica es atractiva, los alumnos sentirán la curiosidad suficiente para ampliarla buscando complementos teóricos relacionados, sin que haya que introducírsela a la fuerza. Ellos mismos querrán saber más. El ansia de conocimiento así como el respeto por el profesor que los guía hacia él, brotará de forma natural. No se dejará así de lado el concepto de esfuerzo, ya que no todo puede aprenderse jugando pero se evita la sobrecarga de trabajo y la asociación del aprendizaje como algo que no puede disfrutarse.
Dado que el tiempo que tenemos en el aula es limitado, si eliminamos un exceso de teoría: los apuntes, el profesor podrá llegar a conocer más a sus alumnos y estos tendrán más tiempo para preguntar dudas sobre el tema tratado en cada lección. Si además les encargamos un trabajo relacionado con dicho tema, tendrán que incorporar la teoría que necesitan para hacerlo y la procesarán mejor que estudiándola para un examen en donde aprenderán los conceptos de una manera puramente memorística y acabarán olvidándola una vez la prueba haya finalizado. Trabajarán más a gusto realizando cualquier composición en la que manejen información que acabarán reteniendo, sin sufrir la presión que los exámenes suelen llevar aparejada. Esta presión también es sufrida por los docentes a la hora de corregir las pruebas, entendidas erróneamente como la única manera de evaluar al alumnado que les obliga además a un trabajo extra. No se trata de eliminar los exámenes por completo sino de hacer de ellos un elemento de la misma importancia que los demás dentro del proceso educativo y evitar que el fin de estudiar sea simplemente obtener calificaciones altas.
El hecho de que las clases se conviertan en algo más práctico ayudará al docente a calibrar mejor las habilidades de cada alumno para las diferentes materias, ya que todos somos distintos y, en consecuencia, nuestra capacidad también lo es.
A cada alumno debe fomentársele la dedicación a aquello para lo que está mejor dotado. Esta tendencia se conoce como el Principio de las Inteligencias Múltiples. Quizá un alumno no sea el más rápido en la comprensión auditiva pero puede tener una especial habilidad para comunicarse por escrito o para expresarse artísticamente.
Si además les enseñamos cómo exponer sus "deberes" ante la clase les estaremos dotando de unos recursos que con toda probabilidad le serán útiles en el futuro y de igual manera, lo expuesto, se fijará en su memoria.
Todo esto no quiere decir que sea un modelo perfecto o que la transición del "antiguo modelo" al nuevo vaya a hacerse sin dolor. Requerirá un esfuerzo y una colaboración conjunta entre profesores, padres y alumnos pero el resultado, creo, merecerá la pena.