Kabalcanty
Sin noticias del síndrome posvacacional
Dice mi amigo (bueno, mi algo más que amigo por ahorrar explicaciones que a estas alturas pecarían ya de repetitivas) Kabalcanty que en Kavaranchel no existe el llamado síndrome posvacacional. Claro lo dice él que es algo así como el amo de esa patria minúscula compuesta por una avenida en cuesta y cuatro o cinco calles adyacentes. Un día, en una de sus muchas melopeas mentales, no exentas de una muy generosa dosis de cerveza, se puso a escribir sobre la casa que mi mujer, mis hijos y yo mismo habitamos y sobre los aledaños que la rodean y, sin el menor escrúpulo por si nos parecía bien o mal, se puso a contar públicamente nuestra vida y la de otros conocidos del barrio. Si tengo que ser sincero, aunque al principio me pareció un atropello, desde ese día me reconcilié con la escritura después de muchos años apartado de ella. Él escribía por mí y yo le dejaba vivir en mi casa. Tal vez no fuera muy moral la decisión, sin embargo ni Kabalcanty ni yo somos lo que se dice unos especialistas en ética.
Como buen barrio obrero torturado por la crisis, los habitantes de Kavaranchel van muy poco de vacaciones o nada. Las vacaciones suenan a piscina municipal, ventilador o a terraza de bar al caer la noche y ningún vecino se acuerda de que existen playas, montañas, hoteles o apartamentos. También es cierto, porque sería muy desconsiderado obviarlo, que los seres que pueblan este barrio viven su diario entre letras que llenan la pantalla de un ordenador y que más bien habría que pedir explicaciones al tal Kabalcanty que a ellos mismos.
- Hacemos lo que se le ocurre a este "marisabidillo" y a joderse tocan.
Alega Baldomero, el excamarero y dueño del bar Prieto, que ahora regenta la Agencia de Enseres Perdidos (AEP), una especie de negocio ruinoso que subsiste con los caudales de la venta del bar, señalando de reojo a su inevitable socio Kabalcanty (K.)
- Pero imaginaros -dice este, silabeando el humo de su pitillo- la pesadez que nos quitamos de encima dejando de lado a los afligidos posvacacionales. Sus cientos y cientos de fotos.....
- ¡Ay, benditos carretes de antiguo! -exclama Baldomero meneando la cabeza.
- .... las narraciones de sus barbacoas, de los paisajes paradisiacos avistados desde un mirador de vértigo, de las tetas duras de la vecina de sombrilla, de la cojonudez de la pareja alemana del camping, de las aguas cristalinas de la playa, de las puestas de sol inolvidables...... De su pena infinita por abandonar hasta el año que viene el paraíso terrestre. Un coñazo, compadres.
- Y de cómo te hacen sentir maldito, mindundi hasta la médula, por haberte quedado por el barrio. Tienes razón K., unos brasas que es mejor evitarlos por estos andurriales.
De esta manera pueden pasarse horas los dos mientras el negocio recién estrenado, situado junto a los antiguos hangares de la Empresa Municipal de Transportes, se llena de humo de tabaco y disertaciones que no pasan de cubrir una página como esta. Es lo que tiene la ficción que una vez instalado en ella llegas a creerte que lo que tienes enfrente (ahora mismo veo, desde la ventana del cuarto donde escribo, cómo un par de ancianos toman asiento en el banco público a la espera de la caída del sol) es menos real.
- Tengo la sensación -dice K., en otro de sus lapsos y apoyándose en su insustituible cigarrillo negro- de que ahora las vacaciones se hacen para contarlas, ¿me explico? Existe una emergencia por mandar in situ fotografías, vía ordenador, tableta o móvil, que testifiquen lo estupendamente que lo pasamos. Se necesita algo más que la palabra, como si esta fuese insuficiente, para "convencer" de que estamos allí y de que nuestro viaje es la mejor de las elecciones. Necesitamos que nuestro bienestar tenga eco inmediato en otros como si la experiencia de vivirlo estuviera supeditada a la información visual que vertemos. Un buen chapuzón en la playa es menos si no lo telegrafiamos con la inmediatez de una foto entre la mejor de nuestras sonrisas. Lo solaz nos obliga a compartirlo compulsivamente como si necesitáramos de la complicidad de cuantos más mejor para disfrutarlo de veras. Sinceramente no acabo de entenderlo pero lo percibo como creo que vosotros. La verdad es que no sólo vale para las vacaciones esta actitud sino que cualquier efusión necesita ser retransmitida para que nos llene. La felicidad ha dejado de ser efectiva sin la oportuna fotografía que rápidamente enviamos a amigos, familiares o conocidos. Me parece otra de las gilipolleces de este tiempo, gilipolleces que componen el mapa de esta vida, señores.
Kavaranchel en setiembre difiere poco del resto de los meses, acaso más gente en las calles y todavía menos tráfico rodado del ya de escaso de por sí. Si que tiene razón K. cuando dice que este barrio carece de síndrome posvacacional, pero eso es demasiado sencillo en esta pequeña patria de letra impresa y horas perdidas frente a la pantalla de un ordenador en una habitación reducida y muy calurosa. Todo sería diferente si atravesásemos aquella niebla pétrea y fronteriza (recordemos las historias de Kavaranchel de casi dos años atrás) y nos diéramos de bruces con lo que evitamos tras lo que escribe K. Tal vez entonces necesitaríamos una fotografía recurrente para enviar.